Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Política

Barcelona: banderas y nomenclátor

Mediodía del 11 de diciembre de 2012. Un inesperado solecillo me anima a volver andando a casa. Estoy en la plaza Alfonso Carlos Comín, en Vallcarca, donde comienza la montaña, a hora y media de mi barrio, Sant Antoni, junto al Paralelo. Tomo enseguida Sant Gervasi y llego a Balmes, una de las grandes arterias de la ciudad, por donde quiero bajar hasta Pelayo. Camino por la acera de la izquierda, en el lado parcialmente soleado de la calle. El fragor de la ciudad me atonta lo suficiente para prestar atención a las banderas que cuelgan de ventanas, balcones, terrazas y azoteas. En apenas 40 metros detecto un atisbo de guerra, ya que en cuatro o cinco edificios hay senyeras esteladas y en otros dos, algunas rojigualdas con el escudo constitucional. Me sorprende semejante alarde de pendones en una de las calles con más señorío la ciudad. Pero se trata de una falsa alarma. No veré más banderas españolas en el resto de Balmes, aunque todavía no lo sé, porque sólo he alcanzado la plaza Molina.

 

Ahora, más por aburrimiento que por verdadera curiosidad, me intrigan algunas constantes en las enseñas catalanas que voy encontrando. Casi todas las cuatribarradas, las vintage diríamos, están descoloridas y algunas hasta deterioradas, rotas o desgarradas por el paso de los años. Las esteladas, por el contrario, conservan su prestancia tanto si son blavas como vermellas. Me resulta también curiosa la unanimidad en los inmuebles con varias banderas. Por supuesto, no hay ninguno donde cuelgue una catalana en el segundo piso y una española en el quinto, un suponer, pero tampoco, salvo error de escrutinio, otros en que coexistan cuatribarradas, de CiU y de ERC. Extraño, ¿no? Diríase que en las fincas de Balmes nadie osa disputar, o matizar, el espacio catalanista del primer vecino que se significa. O quizás se trate simplemente de modales burgueses.

 

A buen paso, distraído con estas simplezas, he llegado a Pelayo sin más paradas que las de los semáforos y de otra en la esquina con Valencia para indicar a una chica negra la calle Provenza. ¿Cuántas senyeras habré visto? Entre 50 y 60. Y como solo cuento las del lado derecho bajando hacia el mar, deben ser entre 100 y 120 las de la calle Balmes al completo. Un número considerable, sobre todo si se repara en que por aquí no discurrió la gran manifestación del 11 de septiembre y en que ya han pasado tres meses desde entonces. Además, salvo las banderas españolas citadas, no hay ninguna otra. Ni del Barça, siquiera.  

 

De Pelayo voy a plaza Castilla y desde allí a la calle Valldonzella, en pleno Raval, donde detecto una única senyera entre abundante ropa tendida en los balconcillos. Una vez llego a ronda San Antoni, esquina Floridablanca, vuelven las esteladas, que casi copan la fachada de la finca contigua a los cines Renoir. Enfrente me para una mujer de mediana edad, muy tapada para combatir el frío, y en suave español con acento ucraniano o ruso me propone pasar un ratito con ella por…No le dejo acabar. Señora, estoy tentado de explicarle, soy un respetable contable…de banderas. Pero me callo, le doy las gracias y sigo por Floridablanca hasta Compte Borrell, por donde bajo a casa. En ese corto tramo, no más de 150 metros, aún me da tiempo de marcar una decena más de senyeras, una de ellas acompañada por la del Barça y otra junto a la arco-iris gay con la palabra inglesa PACE impresa en medio, lo que no deja de ser una bendita extravagancia.

 

Al llegar a casa repaso el nombre de las calles del recorrido: Alfonso Carlos Comín, Sant Gervasi, Balmes, Pelayo, Castilla, Valldonzella, Sant Antoni, Floridablanca, Compte Borrell. En tan minúscula porción del nomenclátor destacan nombres emblemáticos de los imaginarios cuajados en banderas: un par de santos universales, un antiguo convento local del Císter femenino, el héroe de la españolidad más troglodítica, un casi monarca catalán, un ministro aristócrata del reformista Carlos III, un ensotanado ideólogo catalán-español del siglo XIX, un intelectual barcelonés cristiano-comunista del siglo XX, la plaza con el nombre de la bicha...Por un momento creo entender algo, pero no, el caletre no me da para tanto. Sólo alcanzo a remedar a Gertrude Stein susurrándome “una bandera es una bandera una bandera”. Ni más ni menos. Estrellada o al plato. Flamante o flambeada. Catalana, española o del club de petanca del Carmelo. Una bandera.

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