Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Fútbol

Saliou con la placa del Burladés.

El utillero Saliou vuelve a casa

Conocí a Saliou Ndiaye viendo un partido de fúbol y nos despedimos seis años y medio después en otro. Iba a escribir "viendo otro", pero no se ajusta a la realidad, o al menos, no en su caso, ya que apenas permaneció quieto. Charlaba con unos espectadores, se abrazaba a otros, atendía alguna urgencia en vestuarios, regresaba donde estábamos y no podía seguir el juego porque enseguida recomenzaba la rueda de saludos y adioses. Mientras tanto, el Burladés, de la Tercera navarra, palmaba 0-1 frente al Cortes y, aunque presionaba al rival, todo parecía indicar que su utillero emprendería la vuelta a Senegal con el sinsabor de una derrota en campo propio. Al final, casi en el descuento, un impetuoso cabezazo sirvió para empatar y, de paso, brindar a Saliou una última satisfacción. Luego experimentó otras no por completo ligadas al balón, pero también redondas. La primera, cuando al acabar el encuentro decenas de futbolistas de todas las categorías del Burladés le rodearon, achucharon y mantearon en el centro del terreno de juego, donde recibió una placa mientras por los altavoces sonaba a toda pastilla el I will survive de Gloria Gaynor. Él dejó escapar entonces unos lagrimones que solo preludiaron los que no pudo, ni probablemente quiso, reprimir horas más tarde, durante la cena sorpresa de despedida que reunió a más de un centenar de sus amigos en el club Anaitasuna de Pamplona.


La prensa local reflejó todo esto, ocurrido el sábado 3 de octubre de 2013, en la sección de deportes. También habría cabido en las de sociedad, economía e incluso política, ya que Saliou es uno de tantos inmigrantes que han vuelto a sus países o se han trasladado a otros por la crisis. Solo que en ese supuesto hasta el redactor más bregado habría tenido dudas de cómo enfocar el artículo para extraer el máximo jugo periodístico. El regreso de Saliu a Senegal encaja con una tendencia contrastada de los actuales flujos migratorios. Pero, ¿qué representa su historia? ¿Qué revela de él? ¿Qué de los chavales del Burladés? ¿Qué de quienes le acompañaron en la cena?

Saliou en la cena de despedida junto a Patxi y Camino, sus primeros apoyos en Pamplona.

Ahora soy yo quien vuelve al fútbol para tratar de explicarlo. En concreto, al partido Real Madrid-Osasuna celebrado en un Bernabeu con algo más de tres cuartos de entrada al atardecer del 8 de abril de 2007, domingo de Pascua. Ganó el favorito con chicharros de Raúl y Robinho, un espléndido Casillas mantuvo su portería a cero y el árbitro estuvo inusitadamente bien, o como poco se abstuvo de regalar penaltis al Madrid y/o expulsar a algún jugador de Osasuna por decir mecachis u otra palabrota por el estilo. Pero nada de eso importa ya, se ha convertido en filfa futbolera, pasto de estadística. No conserva el más mínimo significado para los clubes, los jugadores, el árbitro ni ninguna de las dos aficiones. Si lo traigo a colación es porque conocí a Saliou viendo ese partido. Osasuna iba fuerte aquel año, a esas alturas del campeonato todavía aspiraba a volver a ocupar puestos de Champions, y mi hermano Patxi convocó a un heterogéneo grupo de gente en un bar de Peñíscola, el Rabbit, propiedad de un marroquí, para seguir la retransmisión televisiva. Éramos una veintena: mayores y jóvenes, mujeres y hombres, niños pequeños y bebés de meses, madrileños y navarros, europeos y africanos, magrebíes y subsaharianos, blancos y negros, merengues y rojillos...hasta atléticos con zamarra de Osasuna había. Cruzamos pullas, gritamos, reímos, maldijimos, bebimos, comimos...El único que permaneció al margen de la algarabía fue un tipo alto, callado y negro que, equipado con una camiseta merengue, disfrutó con calma de la victoria de su equipo. Entonces pensé que tampoco tenía otra opción, rodeado como estaba de seguidores rojillos, sin apenas conocer a nadie ni hablar español. Pero estaba muy equivocado. Sereno, el apodo que le habían adjudicado sus amigos, hacía justicia a su imperturbable carácter. Saliou se limitó a manejarse como Saliou. Con el sosiego, la responsabilidad, el aplomo, el respeto y la naturalidad que le hizo ganar enseguida amigos, en buena medida gracias al fútbol.

Si algún día Saliou llega a entrenador, será de la estirpe del madridista Miguel Muñoz, tan envidiado por su famosa flor en el culo. Nuestro amigo no se jugó la vida en una patera, ni pasó las de caín hasta otear Melilla o Ceuta. Qué va. Encontró en una calle de Dakar un visado a Portugal, pidió dinero prestado para pagar el billete de avión y voló cómodamente a Lisboa, desde donde viajó a Madrid. Tuvo potra, qué duda cabe, pero tampoco habría podido aprovecharla de no ser por su nombre y apellido, Saliou Ndiaye, tan extendidos en Senegal como aquí Juan García o Carlos López, los mismos que figuraban en el visado. La fortuna le había acompañado dos veces en una tacada y, como no hay dos sin tres, topó con alguien que quiso echarle un capote. Meses después de llegar a la península, mi hermano lo conoció de mantero en Peñíscola, se interesó por su vida, le tomó afecto y, comunicándose a medias en francés, decidió ayudarle a establecerse en Pamplona durante el otoño de 2007.

Futbolistas de todas las categorías del Burladés dijeron adiós a su utillero.

Todo fue rápido al comienzo y más lento conforme Saliou iba adaptándose a una nueva tierra, otro tipo de sociedad, un entorno desconcertante o como mínimo extraño. El cariño de Patxi, su mujer y sus tres hijos resultó fundamental en la primera época, cuando se convirtió en habitual de nuestros saraos familiares, incluida la cena de Nochebuena, de la que mi madre eliminó los canónicos tacos de jamón del cardo para que su invitado musulmán pudiera comerlo. Saliou compartía piso con otros senegaleses, colaboraba con los Traperos de Emaús y aprendía a buen ritmo castellano. Luego obtuvo el permiso de residencia, consiguió trabajo de carretillero en una empresa de cromados, acabó metiendo más horas que el perro de Imenasa y durante los fines de semana jugó de defensa izquierdo en el equipo aficionado de la empresa de Javier, el hijo mayor de Patxi. Incluso marcó un gol en su debut, pero fue el único de su trayectoria en el arraigado Trofeo Boscos, truncada un par de años después por una lesión de ligamentos.

Con el tiempo Saliou pudo ahorrar y viajó de vacaciones a su país. Todo le iba bien, como parecía irle a la economía española si se examinaba la superficie de las cosas, o se atendía el discurso optimista que con salvaje desvergüenza expelía el modoso Zapatero. El futuro pintaba tan estupendo que Saliou inició el papeleo para traer la familia a Pamplona y, como exigía la normativa del llamado "reagrupamiento", alquiló un piso en Berriozar, localidad aledaña a Pamplona. Tenía un buen trabajo. Había conseguido un hogar para su mujer y sus dos hijos. Contaba con un creciente grupo de amigos. Y, aunque ya no estaba en condiciones de patear el balón, al no haberse operado la rodilla por falta de dinero, se ocupaba de que otros lo hicieran en óptimas condiciones tras convertirse en el utillero del Burladés, club que preside desde hace casi una década mi hermano Patxi. Sí, el mismo Patxi que, poco después de llegar a la capital navarra, le dio tres consejos a su amigo negro: que se esforzara en ser puntual, que se acostumbrara a cumplir sus compromisos y, aprovechando que pasaban frente a la antigua cárcel, que nunca se arriegara a acabar preso. Y gesto por gesto, Saliou le respondió con otro que también apuntaló el afecto mutuo: pasarle el móvil a Patxi para que su padre le agradeciera de viva voz lo que estaba haciendo.

El paisano de Dakar (tres esposas y una quincena de hijos) habló en wolof, pero supo hacerse entender. La conversación representó un atisbo de diálogo interlingüístico, intercultural, intergeneracional, intercontinental y...puede que hasta interfutbolístico, aunque parece poco probable que Saliou haya heredado la afición al fútbol de su progenitor. Dada su edad y el apego por la tradición, cabe suponer que no solo no le guste el deporte del balón, sino que lo desapruebe, o que al menos observe con pasmosa reticencia el colosal fenómeno en que se ha convertido. "El fútbol -como escribe el curtido corresponsal de guerra y madridista impenitente Ramón Lobo en El autoestopista de Grozni- inicia conversaciones y las concluye, crea amistades súbitas y las rompe, agiliza trámites y los empatana. El fúbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo conocimiento útil, una herramienta de trabajo".

Los primeros partidos de Saliou en España los jugó en la playa de Peníscola.

Todo eso, y algo quizás más fundamental, la importancia del fútbol como factor de integración, lo comprobó Saliou desde que participó, recién llegado a España, en un partido playero entre manteros senegaleses y veraneantes del edificio Picasso en Peñíscola. Sin la ayuda de mi hermano, su aventura española habría resultado mucho más difícil. Pero también, sin su amor por el balón, sin sus ganas de chutarlo, disfrutarlo, compartirlo, cuidarlo... El acogotamiento mediático en torno a la alta competición y su chorreo millonario de seguidores, fichajes, derechos televisivos y deudas a Hacienda opaca a menudo el valor del fútbol como juego de equipo y práctica deportiva universal de bajo coste. Lejos de los chanchullos de los capitostes y de los caprichos de las estrellas su esencia pervive en los campos de tierra con media docena de espectadores, allá donde la camaraderia y el esfuerzo acostumbran a ser los únicos trofeos. Nada que ver con giles y delnidos, los turbios fondos de inversión, los traficantes de chicos con hambre de gloria, las barras más o menos bravas pero siempre violentas, el racismo ululante al abrigo de la grada y el rampante negocio de las apuestas (legales e ilegales).

La Tercera división española, híbrido de futbol profesional y amateur, no está libre de semejantes lacras, pero aún así resulta una categoría acogedora para gente de cualquier procedencia y en todo tipo de circunstacias personales. Saliou encontró refugio en el Burladés tras perder su empleo, la posibilidad de traer a su familia y también parte de los sueños que había acariciado al asentarse en Pamplona. Todavía consiguió trabajar un par de veranos en un club deportivo a orillas del Arga, pero con eso y el dinerillo del Burladés no le alcanzaba, y menos siendo ya padre de tres hijos, así que decidió volver sobre sus pasos. Con sus ahorros, más los euros extras que obtuvo reparando los desperfectos de la gran riada de junio, compró una camioneta Ford (de segunda mano y...blanca, por supuesto) con la que se plantó el 9 de octubre en Dakar, donde pretende ganarse la vida con el transporte de mercancías. Por lo que contó nada más llegar, la travesía fue dura, y no sólo por los 4.900 kilómetros cubiertos en cinco jornadas, sino también por las repetidas mordidas policiales en Marruecos, las altas temperaturas, el penoso estado de muchas carreteras...

Saliou junto a su camioneta el día anterior a la partida.

Saliou se las apaña en Dakar para enterarse cada semana de los resultados conseguidos por la treintena de equipos federados del Burladés y para ver por televisión los partidos del Real Madrid. Y, claro, siguió con especial interés el que solo pudo empatar recientemente en El Sadar, distante apenas cinco kilómetros de Ripagaina, el campo municipal de Burlada en el que pasó tantas horas. La magia del futbol radica en su talante democrático, en el inagotable caudal de ilusiones que canaliza. El balón enlaza el afán de superación del cadete más torpe con el que caracteriza a los Messi, Ronaldo, Ibrahimovic, Ribery... O, en otro nivel, el que ha permitido forjar las trayectorias de admirables jugadores de club como el actual capitán rojillo Patxi Puñal o el ya retirado Josetxo Romero, que asistió con su mujer y sus dos hijas a la cena de despedida de Saliou Ndiaye. Un utillero de categoría. Uno de los tipos más apacibles y sensatos que he llegado a conocer. Un hincha merengue capaz de encajar sin aspavientos que el árbitro, como ocurrió el 14 de diciembre de 2013, se equivoque a favor de Osasuna en un partido contra el Real Madrid. Monumentales sorpresas como esta han hecho del fútbol una jodida maravilla.

Con toda la familia a la llegada a Dakar.

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