Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Conversaciones

Lo que siguen son párrafos de correos electrónicos que he ido recibiendo durante la pasada primavera de un amigo que vive en México, Fidalgo, cómplice de la primitiva Conexión Tequila de LSN. En ellos me informaba sobre aspectos de su vida cotidiana (una mudanza, el latoso ir y venir a las oficinas de emigración…) y de la actividad profesional que desplegaba (clases, conferencias, congresos), a la vez que me hacía partícipe de sus reflexiones en torno a la  filosofía, los libros, los viajes, el tiempo, la búsqueda de herramientas de conocimiento y expresión, el tedio… Asuntos que en no pocos casos guardan relación con una carta que él menciona al final y que pese a no haber sido enviada jamás por correo, representa una referencia en la historia de la literatura: la de Lord Chandos a Francis Bacon, texto en el que Hugo von Hofmannstahl hizo público desistimiento de su ambición poética, con frases tan definitivas como esta: “Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”.

Siete correos, siete

 De mudanza

“(…) No encierran las cajas que tengo ante mi ninguna estatua de Delos o Pompeya, tampoco una columna románica, ni muchos menos un palacete desmontado en la dulce Francia y todavía empaquetado en la inmensa villa, como la del ciudadano Kane. Los míos, lo sabes muy bien, pueden definirse como tesoros intangibles -qué bonito en estos recios tiempos de metal que tanto se hable de bienes intangibles, palabra que, quién sabe por qué desdicha de la asociación de ideas, me lleva a ese cuadro levitante: nolli me tangere-, pero ni así dejan de ser plúmbeos en las ronroneantes y desocupadas horas de la siesta, ni tampoco, claro, en el momento de tantear la caja cuya capacidad nos engañó sobre el peso de cada volumen. Ahí están, asentados, a la espera de que el empleado de Home Depot monte -pues uno es tan inútil, y ni mucho menos tan erudito- una estantería tamaño "no me olvidarás", capaz de sostener más de 1.500 kilos de peso. Una estantería que, con paciencia y avaricia de espacio, quedará tapizada con el vasto saber de tanta página para mi ya volandera, y sí, ya definitivamente perdida, en este caso no hallada por inencontrable en las sentinas de eso de lo que no me acuerdo, pero que acabo de oír decir que lo llaman memoria. Y te diré que no me acuerdo y te diré mal, porque si sé que no me acuerdo, de alguna manera tendré que tener presente que alguna vez lo tuve.  Bueno, ya ves, otra vez San Agustín dándole a las paradojas del tiempo y la memoria.


Dices que alguien te comentó que un traslado de casa era como un incendio. No creo que haya sido yo, pues, por mi parte, si reparo en ello, más le veo la imagen del naufragio, más océano que bosque. Tienen los traslados su parte de preparación laboriosa, de premeditación y alevosía, empezando porque los nuestros tienen marcados los límites del inicio y del final, del de dónde al a dónde. Si lo miras bien, en mi caso fue mucha más tensa la espera y la mudanza -qué hermoso esto de que recuerde la muda de la piel de tantos reptiles- que en el definitivo ya vuestro, donde las coordenadas estaban dadas: Barcelona-Cervera. Los preparativos que me llevaron por los más peregrinos derroteros de una, por momentos, casi desconocida ciudad,  pusieron a prueba algo que, tengo que reconocerlo, no es mi fuerte, la paciencia. Pisos soviéticos, villas florentinas, jaimas purépechas, subir escaleras y calles empinadas, bajar a los palacios orientales…todo un periplo uliseico. Sí, por fin aquí estoy, en un sitio que después de buscar más de dos meses, y no podía ser de otra manera, no me acaba de convencer. Pero ahí lo dejo.


Por cierto, dirás que un naufragio no se determina. Hombre, partes del puerto, que ya es un punto, sobreviene después de una travesía y, sobre todo, afloran los restos, lo que nuestro bien estimado escritor llama pecios. Este es ya mi cuarto traslado aquí, lo que me convierte en un perito superviviente del naufragio. Será porque no sé nadar…La paradoja: cada vez tengo más pecios. Quién sabe, di en pensar que ocupaban más estos solitarios y húmedos barriles que el propio buque que los llevaba. En fin, llegué con el tigre a la isla misteriosa de la que te iré proporcionando dibujos, chismes y noticias, si es posible con donaire (…)”

 

De congreso

“La semana pasada estuve en la capital. Qué aire fresco, chico. Últimamente esta ciudad me produce un acusado desafecto, y entonces, como voy prevenido, experimento algo parecido a una profecía autocumplida. Fue una intensa semana. De domingo a martes cumplimentando evaluaciones de programas, un rollo burocrático que te permite vislumbrar los entresijos de cómo se evalúan y, de paso, cómo lo van evaluando a uno; de eso depende que sigas en el Sistema, y ahí dentro se está muy calientito. Después, de miércoles a viernes, participé en el Primer Congreso Internacional de la Orden de los Dominicos… Ya ves, siempre se vuelve al primer amor. Llegué al congreso pronto, procedente del hotel donde habíamos hecho la evaluación.  Qué cambio. Nos recibían dominicos vestidos de dominicos, con muestras de buena y sonriente acogida. Todo amabilidad y sosiego.


La sesión inaugural corrió a cargo de una profesora argentina, una lección verdaderamente magistral sobre Francisco de Vitoria, lástima que no había lugar para el coloquio, así pasa con las magistrales. Hubo menciones a las casas de dominicos que participaron en la organización del evento, nos pasaron un audiovisual sobre México y nos congratulamos todos de estar allí reunidos. Una especial referencia se le dedicó a los  que sufren injusticia: indígenas, pobres y excluidos y, claro, migrantes. Allí me encontré con dos dominicos españoles, uno que vive en la República Dominicana, y el otro, de Gijón, que venía de Perú; muy buena gente. Con este quedé en mantener contacto, tiene línea directa con los dominicos que están en la Amazonía, así que, si alguna vez me animo a ir allá, además de visitar los monumentos de Machu Pichu viajaría también a ese mundo; bueno, eso es lo que digo ahora… Del resto del congreso te puedo contar que lo más llamativo fue la sesión final en la que el obispo de Coahuila se marcó un alegato antineoliberal de aquí te espero, algo muy difícil de escuchar en foros similares (...)”

 

De papeleo (I)

“Estoy en la oficina de inmigración, creo que es la cuarta vez que visito estas dependencias en las últimas tres semanas. Que si falta un papel. Que si no está bien cumplimentado un documento. Que el funcionario que me atiende, que a poco que tenga un mínimo de memoria fisiognómica de algo le tiene que sonar mi cara por mis venidas en años anteriores, me pregunta "¿usted es estudiante o profesor?", y que no se sí tomar como un cumplido o como una provocación. Ah, los funcionarios de migración. Recuerdo a aquella impoluta de Australia que, concienzuda y escrupulosamente, sometió a un escrutinio cada una de las cosas que llevaba, desde la ropa hasta los libros, que examinó con acuciosa atención la matricula, ya pagada, de la academia de inglés en Nueva Zelanda, y que  no veía que tuviera necesidad de asistir a clases, lo que tampoco supe si tomar aquello como un cumplido o como una provocación, y que me requería tarjetas de crédito y me preguntaba sobre la cantidad que tenía de dinero en efectivo, además de interesarse por qué hacía un chico como yo en un sitio como aquel. No sé cuánto tiempo estuve ante ella, ¿una hora?, ¿media?, ¿dos? Fue mucho y, sobre todo, fui poco a poco sintiendo una penosa sensación de desasosiego, de temor a que me embarcara en el siguiente vuelo de regreso a Londres y a la larga de ser extremadamente vulnerable. Me imagino, por extrapolación tantito exagerada, lo que alguien llama la situación de quien no tiene derecho a tener derechos. Sí me acuerdo de que mi actitud hacia ella también fue cambiando, de una inicial de colaboración a otra final de claro desafecto.

 

(…) Tuve que interrumpir la escritura, me llamó el joven funcionario… Señor, su expediente lo va a estudiar el secretario, nos pondremos en contacto con usted la próxima semana. Eso quiere decir que si todo sale bien volveré por quinta vez aquí, para probablemente escuchar que tengo que conseguir otro documento en Rectoría que entregaré en esa oficina tras, cuánto le echas, ¿otro par de horitas? Así que, mi estimado, si no me prodigo en la escritura es, sobre todo, porque algo me arde por los adentritos de tal manera que me queda poco resuello para darle a la tecla. Bueno, pero ahora que lo pienso, al escribir esto veo que, además de responder tu correo, me sirvió, paradójicamente, para alejarme de ello y, de paso, para bajarle a la tensión. Mira si no será una terapia esto de escribir…”

De papeleo (II)

"Decidido a contarte el final de mi breve telenovela migratoria te mando noticia del previsible final del proceso que inicié a mediados de marzo, cuando pedí en Rectoría el documento que acreditaba que desde agosto de 1999 trabajo en esta universidad, se continuó con la primera visita a las dependencias de emigración el 2 de abril y se prolongó inesperadamente de una forma retorcida y, tendré también que admitirlo, torpe de mi parte. El caso es que la semana pasada ya había asumido que la pesadilla acabaría con el pago de unos 250 euros y la recogida, en un mes más o menos, del documento migratorio, pero, qué crees, no fue así. La funcionaria que hizo acuse del recibo bancario del pago, muy sonriente, me dijo que, a partir de la próxima semana ( o sea hoy) podía pasar a que me tomaran las huellas. No sé si habrás seguido hasta aquí este ya latoso relato, pero si es así, te harás la misma pregunta que yo me hice en silencio, calladito te ves más bonito, y la misma que se hizo y me hizo V. cuando le conté mi última peripecia en emigración, ¿pero por qué no te las tomó hoy?. En fin, acabo de llegar a casa con las yemas de los dedos entintadas y de aquí a una semanas podré pasar a recoger el permiso de residencia. Todo ha sido largo, muy largo. Voy a hacer todo lo posible para no tener que repetir esta pesadumbre, así que en cuanto tenga el certificado en la mano, iré a Relaciones Exteriores y comenzaré otro (seguro que endiablado) trámite: naturalizarme mexicano.”

De lectura

“Juan Pedro, nada se de ti, aparte de unos telegráficos correos que mandas, no podía ser de otra manera, con avara parsimonia. Me da por pensar que las densas y prolijas entregas escritas desde la delegación de emigración fueron apagando en ti cualquier ánimo de escritura. En fin, necesitarás una cura de luz y aire en Cervera, viendo desde ahí el mar, ese paisaje ninguno que decía el poeta. Domingo, nueve dieciocho, indica el relojito del iPhone, ahora que me acostumbré a escribir en él.


Ya cumplí con mi dosis diaria de Mann, por supuesto su Fausto. Una vez instalado en la nueva casa, en la que tanto me hallo como no me hallo, ¿seré yo o será la casa?, me propuse, al germánico modo, -vas a echar en falta las noticias sobre la delegación de migración-,  dedicar aunque sólo sea media hora diaria en esa obra de Mann y otra media al Hombre sin atributos  de Musil. Bien sé que además de ser lecturas pesadas -quizá, también, pasadas de moda-, tienen un cierto no sé qué pretencioso y debe ser por eso por lo que sólo a ti te cuento en qué lecturas me sumerjo, pero cada una, en su estilo, aborda con tal perspicacia e inteligencia los inicios de lo que fue, y en cierto modo sigue siendo, el siglo XX, que tiendo a considerarlas como pavesas finales en las que puede uno vislumbrar no sólo lo que vino inmediatamente después, sino incluso estos lodos que ya nos llegan a la cintura. Bueno, tras el anuncio de esta singladura por la Europa Central, ahí dejo la amenaza para otro día de ir comentándote o señalándote los pasajes que vea más atinados para que, si es el caso, también tu les eches una ojeada; al fin y al cabo, una de las grandes ventajas de esas dos diz que novelas es la de que las puedes leer en cualquier orden.”

De búsqueda

“(…) Pues, sí, Juan Pedro, ando en busca de una y no es nada fácil dar con ella; ojeo catálogos, consulto enciclopedias, entro aleatoriamente en gúguel, hasta llego a sonsacar a la gente y llevarla a conversaciones dispersas a ver si consigo algo, pero, nada, chico, nada de nada. Te doy una pista, está en la página 84 de Ensayos y artículos, Volumen II, de Rafael Sánchez Ferlosio: "Quiero decir que la metáfora de los adultos podría ser, en tal sentido, como una luz retrospectiva sobre la situación y la  naturaleza primaria del concepto y también sobre la índole de su capacidad cognoscitiva. Y con una metáfora va a ser, precisamente, con lo que voy a explicar cómo lo entiendo: cualquier constelación de conceptos realmente fecunda para el conocimiento no habrá de ser como una colección de llaves para otras tantas puertas predeterminadas, por numerosas que sean, sino como un tal vez pequeño juego de ganzúas capaz de abrir siempre nuevas e ignotas cerraduras". 

 

Por favor, léelo otra vez. Bueno, ahora sigo… Te decía que no doy con lo que quiero y lo que tengo no me permite ir más allá de restringidos campos denotativos. Vamos a ver, mira qué bien les fue a aquellos con lo de la "meseta" o "el cuerpo sin órganos", qué me dices de "la sociedad líquida", por no mencionar ese poliédrico comodín que ahí lo tienes en el último artículo que acabas de leer, "red"; y cómo no traer a cuento "sinergia", "resignificación", "paradigma" o "techo de cristal". A falta de una que se me escapa en cada ocasión que quiero dar con ella, me veo como un sereno, de chuzo, boina y bigote, cantando las horas nocturnas, como quien oye maullar a los gatos en febrero, y haciendo tintinear el mazo de llaves que me permiten abrir puertas ajenas hasta el amanecer (…)”

 De faena

 “(…) Traen consecuencias inesperadas mis decisiones irreflexivas -ahora que reparo en lo que acabo de escribir me pregunto por qué no se dice inreflexivas, digo, sobre todo, por la irónica ocurrencia cacofónia de un inri flexivo-. De ellas la que más estoy padeciendo estos tiempos es mi voluntarioso espíritu de trabajo, que me hizo aceptar dar cinco asignaturas -cinco, como si de mihuras se tratara, y de paso despejaba del coso a los subalternos para poner las banderillas, pasar el rastrillo para alisar la arena y, en algún morlaco, bajar al picador y ponerme yo mismo, bien tieso, a caballo de un buen percherón con la pica en ristre y no perdonar faena en una medición de fuerzas no por desigual carente de peligro aumentado por la hibris desmesurada de un sábado por la tarde, esas cosas solo se hacen los sábados por la tarde-, digo que desbocada la poca prudencia que me queda, a cada materia -el castizo diría estofa, baja- que me proponían impartir, no lo dudaba, de manera que parecía un camello en un oasis cercano a Tombuctú, doblado de manos, erguido orgullosamente el cuello y, entre rumio y rumio, asintiendo a cada bala de paquetería que me ponían encima. No fue difícil levantarse, pero la travesia, ¡ah! la travesía, era lo no previsto en una bitácora desconocida. Sed, sudor y peso fueron los compañeros de esta singular singladura que me tiene encanijado el ánimo, desnortada la razón y canso el cuerpo.

 

A todo esto, no podía ser de otra forma, había que trasladarse a hacer deposiciones de distinto signo por la geografía mexicana, y no, no acaban ahí estos pasos al frente cuando se piden voluntarios, pues, ya legionario del saber, voy pronunciando todo un ramillete de conferencias en la propia Morelia dispersadas en diversas instituciones, escuelas y facultades. En la de ayer estuve sobrado; de la de mañana, nada te puedo decir hasta que retiren al animal del coso. Ya te había comentado algo del asunto, pero, a un lado los libros comprados y entrevistos, algún recuerdo de otros, comentarios al vuelo y disposición para acometer el tirón, aparte de eso, ni una línea ni un esquema ni una plática, era todo un recolectar, y tampoco sistemático ni intenso; pero, llegó el día, ayer, daban las seis y, caramba, se iba llenando la sala -es cierto, un lleno muy relativo, una docena de asistentes-. El título -Juan Pedro, me entran arrebatos de titulitis, cultivo con primoroso cuidado mis títulos- no podía ser más entrón, "El tedio como signo de la Modernidad". ¿Qué tal? ¿Cómo la ves? Vistoso, ¿no? Hasta el último momento, o sea ya en la plaza, no me había decidido sobre cómo abordar el asunto; eso sí, iba bien pertrechado de libros, textos y copias. Así que agarré el toro por los cuernos y dando un salto que solo se puede ver en las vasijas cretenses, dejé en suspenso al auditorio hasta que dieron las ocho. Porque, ¿qué crees que fue el paseíllo?, pues ni más ni menos que la lectura en voz alta de un texto verdaderamente memorable, y que doy por supuesto que ya lo conoces, pero que a mi, en cuanto lo tuve entre las manos hará ya unos meses, junto con el peso sopesé el contenido y a él quedó prendido. No es otro que la breve carta, quince páginas, de Lord Chandos dirigida a Francis Bacon en la que le da cuenta de su dimisión de escritor; una dimisión que no responde a ningún virus de tipo Bartleby, sino a algo más profundo y crónico, a la ruptura que experimenta en su interior el Lord entre las palabras y el mundo; ahí es nada.

 

Reconduje, pues, el comentario a la carta del lado del tema anunciado, no de otros que la relacionan con la melancolía o con los problemas del lenguaje -de hecho, Hofmannstahl fue felicitado por F. Mauthner, del que conocía sus Contribuciones a una crítica del lenguaje, por cierto, también leída por Wittgenstein; contribuciones, por otra parte, que no dejaron frío al impredecible Beckett, un fino escultor del tedio contemporáneo, nada como Días felices o Final de partida-. Los comentarios que dispensaba al respetable venían de varios escritos que la desmenuzan, son ocho en la edicion de Pre-Textos, no estaba en la biblioteca el clásico de Jankélévitch, de algún libro distraído que encontré por aquí en el que aparecían referencias al autor y de un libro, te puede interesar, de un tal Lars Svendsen, La filosofía del tedio. La faena fue más breve que el paseíllo; por allí aparecieron un par de páginas de La Montaña Mágica, una mención al tiempo de espera en los homéricos, fragmentos del Eclesiastés y un poema de Baudelaire. En fin, esta es la crónica de mi estreno en el nuevo espacio abierto al tiempo. No, no quedé contento; demasiado apresurado, necesitaba un mes para que estuviera un poco más asentado el hilo seguido, de todas formas, las tablas, son 34 años de pizarrón, todavía las domino y las citas también. La que más gustó, de Nietzsche: "no encontrar aburrido al que se aburre".

....................