Y... UN CORTO ETCÉTERA /// Conversaciones

Conexión Tequila (II)

Divagaciones sobre las pantuflas de los genios y el papel (ón) de los intelectuales

Mayo-junio, 2012

 

>> JP, 17-5-2012

 

¿Qué tal, chavales?  

 

Ya sé que no hay muertos más remuertos que los mexicanos, tanto por tradición como por el matarile diario que lleva la ominosa firma del narco, pero no imaginaba que la desaparición de Carlos Fuentes fuera a provocar semejante derrama informativa aquí. Debí considerar que contaba con el Cervantes y el Príncipe de Asturias entre otros galardones institucionales, que era afín a El País y amigo de Juan Luis Cebrián, y que, por lo que se ha dicho de él, se trataba de un hombre de letras de probada generosidad, hasta el extremo de que Carmen Balcells, quien sin duda sabe de lo que habla, declaró a TVE que su “singularidad” radicaba en no haber sido envidioso de otros escritores, algo por otro lado inocuo en relación a su categoría como creador.

 

En fin, pelillos a la mar. Poco bueno tengo que decir de Fuentes. Me parece que no acerté al escoger obras suyas. Desistí de leer La región más transparente, pero conservo el libro, editado en 1974 en la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica con una impactante cubierta roja y verde. Puede que hubiera vuelto a él de no haberme decepcionado tanto Gringo Viejo y Diana la Cazadora. Además, os voy a confesar algo que me avergüenza: le tengo manía al tipo porque, como revela en la segunda de esas obras, se hartó de coger con Jean Seberg, el único mito erótico que me ha regalado el cine, la rubia de mis sueños desde que la vi vendiendo el Herald Tribune por las calles de París en Al final de la escapada. Reconozco que mi inquina no sólo es indigna de cualquier lector que se precie, sino también rastrera, e íntimamente humillante, pero de ese aluminósico material está uno hecho. A dos amigos como vosotros, os lo puedo decir. Y también que a principios de 1974 los ojos endiabladamente azules y el flequillo insolente de B me hicieron creer que se había cruzado en mi camino un calco islandés de la Seberg. Pera esa es otra historia…

 

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>> Apantallado, 19-5-2012

 

Yo también debo confesar de entrada que, a diferencia de lo que dice JP, mis relaciones con Jean Seberg siempre quedaron en un plano de saludable distancia, la del admirador incondicional, que sin embargo reconoce sus limitaciones (me ha ocurrido también con Mónica Bellucci, por poner un ejemplo). Tal vez por eso la muerte de Carlos Fuentes me tocó, lo cual me ha ocurrido con otros personajes famosos con los que nunca he cruzado una palabra, y esto es algo que me intriga.

 

A mi me pareció una joya su novelita Aura, y La región más transparente me ayudó a escudriñar algunos de los arcanos de la cultura mexicana. Muchos años después se me cayeron de las manos Todos los años con Laura Díaz y no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo sus novelas. Últimamente he leído algunos capítulos de La gran novela latinoamericana que publicó el Fondo de Cultura Económica en el 2011. Me impresionan su amplísima cultura, su sensibilidad y su capacidad analítica hasta donde alcanzo a discernir.

 

Sin embargo, mi humor sombrío tras su muerte proviene de algo que yo llamaría la postura moral de Fuentes. Era un anciano lúcido, que explicaba cosas complicadas de manera sencilla, criticaba a los poderes establecidos de México sin caer en la demagogia y creo que no le debía nada a nadie (tal vez sea mucho decir). Era admirable su vitalidad, considerando que había perdido a sus dos hijos jóvenes (uno de ellos se suicidó) y me parece que nunca hizo de su tragedia privada un señuelo para la compasión pública, lo cual tampoco es muy frecuente en los tiempos que corren.

 

En México, al menos en el mundo de la cultura y de la política, deja un gran vacío.

 

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>> Fidalgo, 27-5-2012

 

¿Qué podría añadir a lo ya dicho sobre Fuentes si apenas consigo rescatar alguna imagen de las dos novelas que leí de él?  De un tirón devoré La muerte de Artemio Cruz, también de un tirón La región más transparente. Y si no las dos, una al menos la arrastré por aviones y aeropuertos. 

 

A medida que pasa el tiempo me parece más importante la literatura, y no, por supuesto, como adorno elegante de prurito crepuscular de buena conversación o paliativo de la mostrenca cotidianidad, sino como una filigrana exquisita que contagia lo inconsútil del gusto de leer verdades imaginadas y que presenta con su diáfano horizonte la tozuda y cierta realidad presente en la ficción. Lo sentía, ya disculparán ustedes el paréntesis personal -y no sé por qué pongo esa coletilla, cuando todo lo que fue y va es personal-, cuando las iba leyendo, porque, a todo esto, las tengo confundidas, no se cuál es cuál. Digo: sentía que no podía darse el caso de una postal más nítida que la ofrecida en esas novelas de la vida emergente mexicana a la modernidad más moderna de los inicios de la segunda mitad del siglo XX de la fría guerra. Para que la confusión sea mayor, mezclo las estampas de Acapulco de Artemio con los relatos que de aquel Acapulco me hace mi primo Juan de cuando se escapaba de su Coyuca de Benítez a las límpidas aguas, testigo de míticos clavados. Lo que sí guardo de ellas es el ambiente, la atmósfera del México de los taxis colectivos, del desarrollismo balbuceante del turismo, de la pegajosa humedad de la costa del Pacífico. Con fruición me entregué a las dos novelas y aprendí más con ellas de México que de la sesuda -y ¿tramposa?- noticia mexicana contenida en El laberinto de la soledad

 

Poco más puedo decir. Tendría que volver a leerlas, pero me queda la evidencia vivida de que para entrarle a los años cincuenta y sesenta de México no hay mejor tratado ni mejor deleite que su lectura. ¿Del resto? Apenas tengo opinión. Fuentes me parecía un señor muy atildado, muy preciso en sus juicios de lo que se llama la realidad política y envidiable en lo que tiene que ver con las posturas corporales. De todas formas, compadres, no pasaron doce días, creo, de su muerte, y del tal volcán ni las cenizas. Trepidante actualidad. 

 

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>> Apantallado, 28-5-2012

 

Vas bien, Fidalgo, vas muy bien, creo que la bella provincia en la que vives da a tus textos una morosidad muy disfrutable que nunca alcanzaré en la estresante ciudad donde estoy empadronado. No sólo por el ecosistema sino por la inconsútil (¡cáspita!) delicadeza que tú muestras, por tus vastas lecturas y por tu oceánica curiosidad.

 

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>> JP, 1-6-2012

 

Antonio Muñoz Molina explica en el último Babelia que apenas ha leído a Fuentes, al que, sin saber por qué, relegó pronto, casi demasiado pronto dada la alentadora simpatía que le demostró, tratándose de un escritor ya consagrado, en una cita que mantuvieron en el Palace madrileño cuando él era un principiante. Esa actitud de desapego, como la que en sentido contrario le ha convertido en lector fidelísimo de otras obras, obedece, en su opinión, al extraño avatar de las afinidades: "Sin que uno sepa por qué algunos escritores le gustan y otros no; algunos le siguen acompañando a lo largo de la vida y otros se le quedan atrás; y algunos los encuentra de pronto y se pregunta por qué motivo, por culpa de qué prejuicio o descuido no los leyó mucho antes." 

 

Es difícil no compartir esa perplejidad, pese a la carga de profundidad que supone contra un ideal de lector que quizás nunca ha existido: culto, desprejuiciado, bien informado y en crecimiento cultural continuo. De todos modos, y sin que pueda argüir lo mismo, Muñoz Molina asume que, si se para a pensarlo, el autor de La muerte de Artemio Cruz le "daba la impresión de escribir novelas no sobre personajes sino sobre temas de antemano importantes: la Conquista, el Mestizaje, la Identidad colectiva de los mexicanos o los latinoamericanos".  Y que quizás no le separaba de él tanto su literatura, que prácticamente desconocía, sino el personaje de escritor convertido en una agigantada figura pública, "proconsular o papal".

 

¿Qué opináis? Creéis que los grandes escritores deben jugar en las sociedades latinoamericanas un papel diferente del que desempeñan sus pares en Europa Occidental y Estados Unidos? ¿Lo hacen? ¿Lo han hecho? Cuando García Márquez marcaba paquetón cubano era obsceno, claro. Pero la actitud de Borges respecto a la dictadura argentina, ceguera sobre ceguera, fue igualmente repulsiva. Digo yo...

 

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>> Fidalgo, 4-6-2012

 

La obra y el hombre. Complicado asunto, JP, muy complicado. No es que quiera citarme y recitarme -pongamos, Juan con Chuang-, pero algo les insinuaba días atrás sobre las vidas que vive uno en la vida. Cuántas escisiones, cuántos somos, cuántos yoes. El emperador desnudo, el genio en pantuflas, el artista en su sórdido vivir. De tanto en tanto, arrecia el asunto en las estanterías de la Sección Filosofía: claro, ya se sabe, el caso del doctor Heidegger y del señor Martin. ¿Es la filosofía heideggeriana una cenital réplica de la "toma de decisión" de su autor en favor de la salvación nacionalsocialista del Dassein? Océanos de tinta, mi estimado. Siempre te recordará alguien que ya Platón... La escritura, compadre, la escritura, te dirá otro. ¿Cómo? ¿La escritura? Y ¿por qué? La escritura, compadre, es ya, ella misma, una escisión, una herida, un muñón de algo perdido que, una vez escrito, deja de serlo, quiero decir, deja de ser muñón, herida y nada. 

 

Tengo un compañero que escribe los mejores y más bellos textos sobre diálogo, frónesis y comprensión -fenomenológica- acerca del otro. En las reuniones de la comunidad filosófica, en las maniobras entre bambalinas, en las sólidas conexiones con las fuerzas vivas de la Universidad -que, por otra parte, a sus espaldas bien se encargan de desgranar su desprecio y su artera maledicencia sobre él- se muestra como el mejor discípulo, quizá supere a su maestro, del nunca bien admirado doctor, en tales lides, Fischerle. Y tengo que reconocer que no puedo leer nada de él sin que se me aparezca el enano de París y, entonces, se vayan pintando de dragoncitos y cagarrutias cada una de sus líneas. Pero, a lo mejor, ese otro tiene razón y la escritura nos arrastró a que cada uno fuera tantas cosas como podía escribir y, de paso, a no tener que dar cuenta de nada de lo que cada uno, en ese ejercicio manual, había puesto. Porque, y ahí tiene razón el otro, la escritura a la larga restó valor a la palabra. Qué buenos los romanos, verba volant, scripta manent

 

Segundo de metafísica: ¿es la obra para el hombre o es el hombre para la obra? Anda ya, ¿es el sábado para el hombre o es el hombre para el sábado? Y queda la pregunta de por qué se escribe, por qué no el silencio en vez de la palabra. Razones hay para todos los gustos. Vila-Matas cuenta lo que hizo Juan Ramón Jiménez de vuelta de enterrar a su mujer, a quien le quedó el gusto eterno de saber que a él le habían dado el Nobel. A punto estuve de emocionarme cuando se lo leí a los alumnos: "todo el trabajo que Zenobia había hecho ordenando sabiamente la obra de su marido, todo ese trabajo de muchos años, toda esa labor grandiosa y paciente de enamorada fiel hasta la muerte, se viene abajo cuando Juan Ramón lo revuelve todo, desesperado, y lo arroja al suelo y lo pisotea con furia. Muerta Zenobia, ya no le interesa nada su obra. Caerá, a partir de ese día, en un silencio literario absoluto, ya no como un animal herido, su propia obra. Ya sólo vivirá para  decirle al mundo que sólo le interesó escribir porque vivía Zenobia. Muerta ésta, muerto todo. Y al fondo del fondo, una inolvidable frase de Juan Ramón -no sé cuándo la dijo, pero  lo que es seguro es que la dijo- para la historia del No: mi mejor obra es el arrepentimiento de mi obra".  

 

NOTA.  Tengo la sensación de ser excesivo en lo que escribo, tantito pretencioso y un punto inmoderado. No sé, no sé si podré continuar con estos correos a los que les veo cierta pringosa redacción de tardes de sol y tedio. 

  

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>> JP, 6-6-2012

 

Fidalgo, ni se te ocurra dejarnos con el email en la boca. No eres pretencioso ni inmoderado. Pero si lo llegas a ser un día, te dispensaremos. Tu apodo es un salvoconducto. ¿Qué sería de don Quijote si se viera obligado a repensar tres veces cada palabra?

 

Tras lo escrito sobre Fuentes me resulta palmaria la diferente consideración de su obra según el origen geográfico de los lectores. Creo que los españoles, y los europeos en general, hemos sido inmunes a las excelencias que sobre él han cantado los mandarines de los suplementos literarios. Sus connacionales, y quienes como vosotros os sentís concernidos en los avatares del México contemporáneo, le concedéis un valor extra por lo que su obra tiene de fresco, relato o indagación histórica de la realidad circundante. Los latinoamericanos también parecen apreciarla por su aporte social y político, muy en la línea del caudillismo cultural que aún se reclama en diferentes ámbitos. 

 

De todos modos, una cosa es predicar y otra dar trigo. ¿Cómo, si no, puede entenderse que Mario Vargas Llosa se esté convirtiendo en el intelectual orgánico de la España ultraliberal y ultraespañola?  Pasé vergüenza ajena viendo ráfagas de una entrevista que emitió el lunes pasado TVE en prime time y, para mayor escarnio, en plena campaña de promoción de La sociedad del espectáculo, libro en el que se supone que denuncia esos paripés culturales  Ya no se trata de sus ideas conservadoras, ni su defensa cerrada del Borbón escopetero, sino de que, como decía Muñoz Molina de Fuentes, oficia de Santo Padre de la democracia universal.

 

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>> Apantallado, 8-6-2012

 

Ya metidos en esto de los intelectuales, escritores y demás letrados y su papel, influencia o lo que sea en las respectivas sociedades expondré algunas dudas y conjeturas:

 

1. Tengo la idea de que en América Latina todavía hay una cierta sacralización del intelectual en los círculos que leen, que son minorías, a veces esclarecidas y otras francamente mentecatas. Sin embargo, reconozco que soy profundamente ignorante de lo que ocurre en otros países de América Latina. Probablemente lo de México obedece al espacio PRIvilegiado que siempre les reservó el partido eterno para no tener que pelearse con ellos: la famosa cooptación. Aventuro que también influye el gran mamotreto cultural que para bien y mal representa la UNAM en este país. A pesar de lo que escribí del gran vacío de Fuentes, no me queda muy claro si, como insinuaba Hidalgo, va a ser flor de un día o va a quedar en piedra. Reitero lo de su calidad moral, que yo no calificaría de caudillismo. Si en El País se habla de Del Bosque como referente moral en época de abundancia de chorizos...en este país Fuentes lo tiene más sencillo.

 

2. Lo que digo arriba probablemente es válido para la generación de Fuentes y Vargas Llosa, no para Volpi, Thays y otros jóvenes que más bien se definen como cosmopolitas, se distancian y, lógicamente, desdeñan el boom y derivados, y explican lo que pasa en sus países sin subir al púlpito. Recuerdo una entrevista con Juan Gabriel Vázquez, el colombiano autor de El ruido de las cosas al caer, en la que explicaba sin pretensiones de pontificar el tema del narcotráfico. En estas influencias e interacciones de los gurús con su parroquia  habrá que entender qué va ocurrir por la influencia de las redes y toda la cacharrería virtual que trastoca estas relaciones de una manera que no conocemos

 

Por otro lado, no se qué hacemos hablando de estas cosas cuando aquí lo que nos cachondea son: ¡¡¡LAS ELECCIONES!!! y allá es ¡¡¡LA CRISIS!!!, aunque en realidad de lo que realmente sabemos es de fútbol como sugiere JP en su breve CV.

 

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