Y...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates

Fotografía tomada en septiembre de 2013.

Paco Bator: cancionero del adiós

La muerte de Emilio Botín el 10 de septiembre abrió todos los informativos y generó una torrentera de ditirambos. La de Isidoro Álvarez tres días más tarde suscitó casi tantas alharacas. Ocho días después, la del maravilloso don nadie que era Paco Bator dejó un inesperado rastro mediático. El obituario que publicó Diario de Noticias y su recuerdo durante la retransmisión televisiva local de un torneo de fútbol 7 organizado por el Burladés, club que preside mi hermano Patxi, vinieron a confirmar una de sus últimas ocurrencias antes de que el ictus y el alzhéimer le asestaran zarpazos definitivos. Fue en junio de 2011. Acababa de cumplir 90 años y mi madre, contenta por la publicación de El hombre que siempre estuvo allí, libro mío con él de protagonista sobre el oficio de barbero, le hizo notar cuán satisfecho debía sentirse. Mi padre, raudo y zumbón, replicó: “más orgullosa estarás de un marido tan relevante”.

 

¡Puro Paco! Siempre seguro de sí y por momentos así de salao. Con su modestísima pensión mensual, al milhombres de la banca mundial y al primer tendero del reino, ambos notorios aficionados a la caza, no les habría alcanzado ni para la pluma de sus sombreros de montería. Pero allá ellos, allá sus millones, allá su ambición, allá su indisimulado orgullo por las piezas cuadrúpedas y bípedas que cobraron desde jovencitos. Mi padre no pegó un tiro jamás, y eso le libró del aislamiento que vislumbra el narrador de La escopeta de caza en quienes las manejan. Debió experimentar otras soledades, pero nunca hizo referencia a ellas. Fijo que fue tan feliz o más que Botín y Álvarez, a los que no cuesta imaginar en el papel de despiadados jefes de partida o cabecillas de somatenes financieros. Sin un adarme de la extraña y adusta belleza que, según la novela de Yasushi Inoué, caracteriza a los cazadores solitarios...hasta que apuntan a una criatura.

 

El oficio, o más bien los oficios, puesto que durante décadas fue también lechero en Huarte, propició la relación de mi padre con muchísimas personas, y su afabilidad le hizo merecer el afecto generalizado que apreciamos tras su muerte. Además, por sus circunstancias, nunca dejó de conocer gente, o solo tratarla ya en los meses postreros, cuando identificaba a poca, y no siempre la misma. Durante los dos útimos años fue atendido, además de por nuestra familia, por Carmen, tan afectuosa con él y con mi madre; por Loli, Keti, Isabel, Inés, María Ángeles, Rosa, Tere, Lucía y otras expertas cuidadoras del Servicio de Atención Domiciliaria que presta el Ayuntamiento de Pamplona; por profesionales del Centro de Salud del barrio de Iturrama, con especial cariño en el caso de Karmele; por el competente equipo del Centro de Día Benito Menni; y por médicos, enfermeros y auxiliares del Hospital de Navarra y la Clínica San Miguel, donde falleció tras dos semanas de internamiento en vísperas del Día del Alzhéimer. Un nonagenario con esa enfermedad, como era su caso, requiere atención no sólo constante, sino especializada, amén de paciente y cariñosa. Mi padre, gracias a la absoluta entrega de mi madre y la ayuda institucional establecida para casos como el suyo, pudo tenerla. Y la misericordia del tiempo que a veces es la muerte, en acertada definición de Christopher Hicks, le ahorró a él y nuestra familia las penurias que habría ocasionado su ingreso en una residencia psico-geriátrica, como pareció forzoso antes de, según se dice todavía por influencia católica, “pasar a mejor vida”.

 

Paco Bator rechazaba semejante lenguaje. Las nociones de cielo e infierno le resultaban tan ajenas como las que sustentan las fantasías feéricas. Era materialista y terrenal, como corresponde al ideal comunista que le había seducido en su juventud, así que consideraba obras humanas las porciones de cielo e infierno que conforman este mundo, asumiendo su parte alícuota de responsabilidad en ellas. Sobrado de autoestima y convencido de haber cumplido con sus obligaciones familiares y sociales, esperó plácidamente la llamada de la parca. Sereno, sí, al menos hasta el ensañamiento del alzhéimer, y con la conciencia tranquila, pero sin ninguna gana de convertirse en polvo. Como recordó Olaia durante el funeral en nombre de sus cuatro nietos, hasta horas antes de fallecer no dejó de proclamar para “vivir así más vale no morirse nunca”. Fue su grito de guerra contra la nada. La declaración final de un indesmayable optimista. La coletilla a la media docena de canciones que en su final entonaba desde la mañana a la noche, y en ocasiones hasta la madrugada. Tres, conocidísimas: Desde Santurce a Bilbao, Un inglés vino a Bilbao y Asturias patria querida. El resto, seguramente recuperadas de su juventud, sólo se las oímos a él, y trataban de fiestas, aguardiente, vino, ron, ganas de empinar, bailes, un tren a la “ciudad de Estella”, cositas ricas y sabrosas...Todas composiciones alegres, populares, intrascendentes, en algún caso hasta picaronas. El repertorio que mi padre, con sus cuerdas vocales aún en buen estado, convirtió en bálsamo de su última experiencia de vida. La animosa banda sonora, y a menudo el disco rayado, que le ayudó a encarar los trances de la enfermedad, la confusión y la muerte. Ya se lo había anunciado años antes a mi madre: “cuando esté mal, cantaré”. Y, como acostumbraba, cumplió su palabra. El hombre que siempre estuvo allí no iba a salir de naja cuando las cosas fueron poniéndose feas...

Con mi madre en la última visita a Urroz, su pueblo natal.

VEINTE LÍNEAS MÁS Y UN PAR DE VÍDEOS

En La Simiente Negra he ido incluyendo capítulos sueltos de El hombre que siempre estuvo allí (“De Moscú a Caracas persiguiendo sueños”, “Peluqueros de Buenos Aires”, “Un apellido con un pack... de postales”, “Una postal para Stiv Bator”...). Ahora añado las veinte líneas finales, y dos videos relacionados.

 

Desde el momento en que comencé a escribir este libro mi padre ha ido perdiendo prestancia y facultades, pero todavía se adivina el joven pinturero que fue en su rostro casi sin arrugas y su cuajo de trabajador infatigable en la fruición con la que quita el polvo en casa. Y, por supuesto, doy por hecho que conserva el excelente pulso del que se ha enorgullecido toda su vida. Lo podré comprobar el 4 de junio de 2011, cuando dé buena cuenta de mi melena de un año.

 

Ese día, el de su 90 aniversario, realizará su último corte de pelo. Como tantas otras veces durante los últimos tiempos, mientras vaya manejando las tijeras y la navaja que emplea para recortar la zona de las orejas, hablaremos de cosas sin importancia, y una vez que haya terminado, expresará su contento por haberme cortado el pelo bien. Yo le jalearé. Con ganas. Con justicia. Con reconocimiento. Y también con la famosa frase de Mark Twain en la mente: “Cuando tenía 14 años mi padre era un ignorante...Cuando cumplí 21, me asombró lo mucho que había aprendido en siete años”.

 

Mi padre no fue tan listo como el de Twain. De hecho, a mis 21 años me seguía pareciendo un ignorante, y me temo que también a los 31. Sin embargo, cuando llegué a los 51 descubrí que era un barbero sabio. Por eso he escrito este libro”.

 

El primero de los videos es un fotomontaje de la presentación de El hombre que siempre estuvo allí en la Casa de la Cultura de Huarte el 2 de junio de 2011. El acto transcurrió según los anodinos canones habituales hasta que mi padre se sumó a la mesa que ocupábamos Joseba Santamaría, director de Diario de Noticias, y yo. A partir de entonces los asistentes disfrutaron con la desarmante naturalidad de Paco Bator y la dosis extra de desparpajo con la que asumió el papel protagonista. Al poco tiempo ni se acordaba de haber estado allí, pero se lo pasó en grande.

Dos días después realizó su último corte de pelo en “La Barbería de Maite Arbea”, sita en el Ensanche de Pamplona, donde tuvo su establecimiento. Por él, habría seguido pegando tijeretazos hasta que no hubiera podido levantar los brazos, pero sus familiares no le dejamos y él lo aceptó a regañadientes, porque, como se puede apreciar en el video, todavía dominaba el oficio. 

....................