VIAJES /// Tumbos

Tejado de una caseta de las marismas onubenses.

Trampantojos de Huelva (y Portugal)

El viaje comenzó en la estación de Benicarló al mediodía del 12 de mayo y terminó en el mismo lugar una semana después. Fuimos en tren a Sevilla y desde allí, en coche alquilado, a El Rompido, donde nos alojamos en el apartamento de unos amigos. Sin llegar a entrar en el centro urbano de Huelva, recorrimos en días sucesivos la ría, sus dos puertos, las marismas, el dique Juan Carlos I y las autovías que la circundan, de paso hacia las minas de Riotinto, la sierra de Aracena, Mazagón y Doñana. Y, por supuesto, no desaprovechamos la oportunidad de un garbeo por el Algarve.

La diversidad del amplio territorio por el que nos movimos convierte en vano cualquier intento de jerarquizar sensaciones y recuerdos. Los cielos estuvieron permanentemente despejados, las temperaturas fueron cálidas y el viento brilló por su ausencia. Dimos largos paseos matutinos por los pinares y las playas de la flecha de El Rompido. Volvimos, tanto tiempo después, a Nerva y las impresionantes explotaciones mineras a cielo abierto. Comimos buen jamón y finísimas gambas, descubrimos la presa y los huevos de choco. El vino del Condado fue de gran ayuda para aliviar las penas futbolísticas...

Todo salió a pedir de boca, aunque hubo algunos trampantojos que por momentos nos hicieron perder pie o fruncir el ceño. El primero, al ocupar los asientos finales del último vagón del desvencijado, atestado y culebreante Talgo que no solo nos llevó al sur, sino también a un tiempo que creíamos ido. El último, la procesión con la que topamos en el barrio de Santa Cruz de Sevilla hacia las diez de la noche del domingo 19, como si estuviéramos en Jueves o Viernes Santo. En medio se sucedieron más sorpresas y confusiones como las que relato en las líneas siguientes. Ninguna, no obstante, del calibre de la que en 1883 se llevó por delante el campanario de la serrana peña Arias Montano. Una exhalación. Sí, lo que he escrito: ¡una exhalación!. Eso es, al menos, lo que se afirma en la placa de mármol colocada cuando fue reconstruido. Qué no daría uno por ser testigo de fenómeno tan formidable...

Campanario reconstruído de la peña Arias Montano.

Espejismo caribeño. La geografía, el clima, las palmeras, la vegetación, un pasado en el que no faltaron ataques piratas y hasta el eco sonoro de localidades próximas (El Portil, La Antilla, Islantilla, Isla Canela...) suscitan un espejismo caribeño al llegar a El Rompido. Con el paso de los días, esa sensación o fantasía va desapareciendo, pero lentamente. El Río Piedras remite a la toponimia literaria del realismo mágico, y la flecha o barra que origina en su desembocadura, a un paisaje tropical. Incluso cabe considerar como ajustadas a tan excéntricas referencias la duplicidad de faros pegados uno a otro (el chico, de 1861; el grande, de 1975) y la irregular propaganda del cartel rojo colgado del tronco de un gran pino que, a la entrada del pueblo viniendo de El Portil, reza "Todo Desatascos" junto a dos números de móvil. El Rompido a ritmo de calipso.

Panorámica de El Rompido desde el faro viejo.

Ministra de las marismas. La isla de Enmedio invita a girar la vista 360 grados para no perder detalle de las marismas del Odiel. Declaradas Reserva de la Biosfera, sobre sus aguas y matorrales vuelan flamencos, espátulas, cigüeñas, garzas, águilas, cernícalos, fochas, calamones, moritos...y también se esparce la contaminación que provocan empresas de tanto tronío político-económico como Repsol, Cepsa, Endesa, Enagás, Unión Fenosa, Air Liquide, Huntsman, Fertiberia... De esta última, responsable durante decenios del peligroso vertido de fosfoyesos en las vecinas marismas del Tinto, fue directora de planificación entre 2004 y 2012 Isabel García Tejerina, sustituta de la sedicente lumbrera Cañete al frente del ministerio de Agricultura, Alimentación y...¡Medio Ambiente! Por casualidad, al mismo tiempo que la ministra comparece por primera vez en el Congreso, Menci se alboroza, en medio de la isla de ese nombre, con el canto gutural de los abejarucos y el vuelo de garzas despistadas, y, tras identificarlas con sus prismáticos, me muestra entusiasmada un trío de espátulas entre una nutrida colonia de flamencos. Yo, más cenizo, le pregunto sobre el sospechoso color que perfila las lagunas mareables. La mayor parte de las veces se debe, según me explica, a las algas y detritus naturales. Pero en otras se detecta el rastro del Polo Químico de Huelva, cuyas aparatosas instalaciones divisamos casi todo el rato. ¡Qué chocante la conflluencia espacial entre el humedal protegido y la producción de fertilizantes! No hace falta ser un "viajero ético" (última patochada de la industria del ocio guay) para percibir el contrasentido.

Aguas contaminadas en las Marismas del Odiel.

Anzuelo para Hitler. La huella británica en Huelva se extiende más allá de la herencia futbolística del Recreativo, club decano español, y del bien conservado barrio victoriano de Bellavista, en Riotinto, con sus casas con jardín, capilla anglicana, club inglés y cementerio protestante. En ocasiones el acento andaluz no acaba de encajar con fisonomías pálidas de fría mirada azul y ciertas actitudes desdeñosas parecen más propias de solitarios bebedores de pub que de cofrades roc(i)eros. William Martin, o si acaso un mendigo o soldado con uniforme de oficial de los Royal Marines, placa de combate con su nombre y documentos secretos, llegó el 1 de mayo de 1943 a un lugar no del todo hostil pese a la dictadura franquista: Punta Umbría. El único problema para él, fuese quien fuese, es que apareció muerto, y como recién ahogado, aunque suponiéndole patriota británico, también orgullosísimo de servir de anzuelo para engañar a los alemanes sobre el desembarco aliado en Sicilia. Un apasionante juego de espías sobre el que Jesús Copeiro y Enrique Nielsen aportan datos novedososos en un libro recien publicado por la Diputación de Huelva. El episodio capta inmediatamente el interés de Menci mientras caminamos al atardecer por la playa de la Bota, donde fue depositado el cadáver. No todo van a ser dunas, pinares, correlimos, conchas marinas...De un viaje uno se trae también historias que sobrevuelan por donde pasa. Como este trampantojo urdido por la inteligencia británica y con dedicatoria personal a Hitler.

Barrio de Bellavista en Rio Tinto.

Claroscuros de Doñana. El recorrido de cuatro horas por Doñana en una de las tanquetas verdes que salen del centro de El Acebuche no satisface del todo, pese a que el conductor-guía cumple bien su papel. La ida y vuelta de 40 kilómetros por la playa entre bandadas de aves ensancha el horizonte y el ánimo. Caminar descalzo por las dunas proporciona el placer de pisar finísima arena y desde las más altas se disfruta de una soberbia panorámica con abundantes bosquetes de pinos piñoneros a punto de ser sepultados entre ejemplares aislados de enebros y sabinas. La vera, con el esplendor propio de mayo, invita a identificar desde lejos ciervos, jabalies, yeguas, vacas mostrencas, águilas, ansares, garcillas bueyeras...lo que depare el destino, no muy pródigo el día en que, por fin, conocemos Doñana. La marisma, viniendo de Huelva, resulta casi familiar, auque por fortuna está mucho mejor preservada. El parque es fantástico, pero el trayecto solo proporciona un fugaz contacto con el paraíso natural que guarda. Queda, eso sí, la satisfacción de comprobar sobre el terreno su existencia. Uno se alegra de que haya espacios así y de que, con las limitaciones comprensibles, puedan visitarse. De nuevo en El Acebuche me digo que el dinero público que requiere el parque está bien empleado y, zas, en ese momento el conductor-guía se despide del grupo informándonos, escandalizado, del coste de un par de pasos elevados de madera construidos en 2011 para que los linces eludan la carretera Matalascañas-Sevilla: ¡¡¡¡1.700.000 euros!!!! El derrumbe de los palos del maravilloso sombrajo conservacionista todavía atruena en mi cabeza.

Doñana tiene 20 kilómetros de playa virgen.

Aperitivo con mantis. Nadie elige un restaurante solo por su nombre al margen de otras referencias, ni da por seguro que una cuenta abultada garantice la calidad ni el buen servicio. Mejor ir sobre seguro, en especial si has decidido, o te has resignado, a gastar una pasta, como nos ocurre cuando, antes de visitar la justamente llamada Gruta de las Maravillas, pedimos la carta en la terraza del Casas en Aracena. Seguir la recomendación de nuestros amigos tiene, además, un premio añadido, a modo de aperitivo-espectáculo: la súbita aparición de una reluciente, sociable y bailona Mantis religiosa que concita el interés de clientes y camareros antes de dejarse coger por Menci para ser depositada en la rama de un árbol. Buen restaurante el Casas. Según nuestra experiencia, mejor, pese a la diferencia que parece derivarse de sus respectivos nombres, aunque no tanto de precio y fama, que El Paraíso, de Punta Umbría. Lo dicho: nadie elige un restaurante por...

Ponga una mantis en su mesa...

CDU en Castro Marim. Los alrededores del castillo de Castro Marin deparan una sorpresa morrocotuda. ¿Qué diablos hace el partido de Angela Merkel gastando pólvora electoral en las farolas y los postes de la orilla portuguesa del Guadiana? ¿Tantos jubilados alemanes residen en el sureste del Algarve? ¿Hasta ese extremo les sobran marcos a los democristianos que gobiernan no solo en Berlín, sino también en Bruselas, Madrid, Lisboa y Atenas? Sin tiempo para el reprocesamiento mental que provoca cualquier cruce de frontera, las siglas CDU sobre fondo azul me desconciertan hasta que detecto la hoz y el martillo de reducidas dimensiones que figuran en las banderolas. ¡Carajo! No se trata de la Cristlich-Demokratische Union Deutschlands, sino de la Coligaçâo Democrática Unitária, integrada por el Partido Comunista Português, Os Verdes e Intervenção Democrática (que, por cierto, logró el 12,69 % de los votos y 3 escaños, frente al 35,30 % y 34 escaños obtenidos por el partido aleman en alianza con los socialcristianos bávaros del CSU).

Banderola electoral de la CDU roja.

Castillos del Guadiana. La carretera que va desde Foz de Odeleite hasta Alcoutim proporciona una satisfacción ya casi inalcanzable en la Europa occidental: circular lentamente junto a la ribera de un gran río, en este caso a contracorriente. El ancho y caudaloso cauce que hace frontera con España, el curso tranquilo del agua, la desperdigada flotilla de veleros y barcas, una atmósfera limpísima, la contemplación de sucesivos meandros desde curvas en altura, una cerveza en Álamo, la rápida visita al museo fluvial de Guerreiros do Rio...Toda una gozosa excursión en 20 o 30 kilómetros. Un recorrido que solo perturba la persistente aparición en lontananza de una mastodóntica construcción sobre una loma. Baja, cuadrada, blanquecina, con aire de inequívoca amenaza. ¿Qué puede ser? ¿Una central energética? ¿Un enorme aljibe? ¿Un hipermercado? ¿Un cuartel? ¿Cabe semejante desatino urbanístico en el plácido noreste del Algarve portugués? No, al menos en este caso. La responsabilidad del estropicio es cien por cien española. Cuando llegamos a Alcoutim, descubrimos que se trata del castillo de Sanlúcar del Guadiana, el pueblo de enfrente. Allí, como ha ocurrido en otras fortificaciones españolas, no han restaurado las murallas, sino que las han asentado, alisado y compactado a base de cemento y más cemento. Un monumental bodrio se mire como se mire, y tanto de lejos como de cerca. Una intervención igual de fachendosa que la también reciente del castillo de Cervera del Maestre, lo dipòsit, en palabras de un amigo zumbón. Y aún más rechazable si se compara con el perfecto estado del lienzo medieval del castillo de Alcoutim.

Sanlúcar del Guadiana.

Cementerio-barco en Alcoutim. Los folletos que cantan los discretos atractivos de Alcoutim obvian razonablemente el cementerio. Los turistas ya tienen la playa fluvial, el castillo, la muralla, las iglesias...Sin embargo, desde las almenas del castillo, parece un barco varado, un blanco buque de cabotaje, incluso un ferry si se desenfoca a tiempo la imagen de sus paredes repletas de nichos. El efecto no es instantáneo ni se consigue desde cualquier ángulo. Hay que echarle una pizca de imaginación. Y, sobre todo, barajar expectativas modestas. El lugar no genera el estro que alumbró El cementerio marino. Ni falta que hace. No hay rastro del Mediterráneo de Paul Valéry, dotado de delirios, piel de pantera, clámide horadada por miles y miles de ídolos solares... Un tranquilo cementerio-barco junto al tranquilo Guadiana a su paso por el tranquilo Alcoutim. Solo eso.Todo eso.

El "barcosanto" de Alcoutim.

Molinos descabezados. El vagabundeo en coche por el extenso Concelho de Alcoutim, comienza con una visita a los menhires de Lavajos (consevados entre rejas y menores de lo que sugieren folletos y videos), prosigue perdiéndonos en la remota aldea de Vascâo (apenas media docena de habitantes de mucha edad), toma rumbo sur en la también miníma aldea de Coito (donde quizás años atrás hubiéramos querido hacerle un cumplido al nombre) y, ya pasado el pueblo de Alcaria Cova, continúa con una parada ante los sorprendentes dibujos que pespuntean una ladera lista para reforestar (solo una mente calenturienta los asociaría a geoglifos de origen extraterrestre). Más adelante volvemos a detenernos para contemplar vetustas construcciones cilíndricas que tomamos primero por torres defensivas, pese a que están alejadas de la costa, y luego por norias, a despecho de su ubicación en lo alto de promontorios. El examen de la tercera nos convence de que son molinos descabezados. Desaparecidas las aspas y el cono carecterístico que los completaba, solo siguen en pie las bases de piedra seca y a su alrededor permanecen desperdigados restos materiales del instrumental necesario para la molienda. Ruinas del viejo y empobrecido Algarve.

Base de lo que fue un molino del Algarve interior.

....................