En 2001 tres amigas de infancia se reencontraron pasados 30 años y, tras descubrir con sorpresa que seguían entendiéndose, decidieron visitar Sicilia. Carmen Heras, con notables dotes de escritora de viajes, fue la autora del texto que ahora ve la luz en LSN con comentarios realizados ex-profeso por Maite Clavo y Ángela Alonso. Ambas dedicaron parte de su estancia en la isla a interpretar los mensajes guardados en piedras que les son muy queridas, aunque de tan distinta naturaleza que sólo coinciden en la técnica de estudio del carbono 14 (y a menudo en el desencanto que originan  las dataciones). Al compás de sus descubrimientos sicilianos las viajeras fueron conociendo, con creciente preocupación, noticias que presagiaban el inminente comienzo de la segunda guerra en el Golfo: la necesidad de un nuevo orden mundial que defendía el segundo Bush, las andanzas de los inspectores de la AIEA a la búsqueda de “los arsenales de armas de destrucción masiva de Irak”, los amenazantes vuelos de cazas israelíes sobre la zona, el anuncio de una previsible ola de atentados en el Mediterráneo...Cualquier mes previo de aquel año hubiera resultado más tranquilo para recorrer Sicilia, pero los tambores de guerra no amilanaron a las tres amigas, naturales de Soria y entonces cerca de los cincuenta años.  

VIAJES /// Tumbos

Sicilia: una semana entre la belleza y el caos

Fueron siete días estupendos, tranquilos, relajados, sin un momento de tensión. Entre brumas y azules disfrutamos de la belleza y del caos, de las complicidades y la mutua confianza, del intercambio de experiencias, del cachondeo por el paso del tiempo. Pese a las alucinaciones por las noticias del mundo, un viaje de los que cuesta volver.

 

Dormíamos en la misma habitación, en hoteles de tres estrellas, nos levantábamos a las ocho, y después de la ducha y el desayuno, trazábamos el plan del día. Llevábamos poco equipaje. Ángela solía conducir en ciudad y por carreteras muy concurridas, yo por carreteras secundarias y autopistas. Maite, a quien no le gusta llevar el volante, pasó de hacerlo. Era mejor tomarse a broma las normas de circulación y entregarse a los usos sicilianos, o sea, cada cual hace lo que le da la gana, o lo que puede, con la maquina. Enseguida comprendimos por qué el empleado de la agencia de alquiler había insistido en que contratáramos un seguro de incidenti.

 

Visitábamos tranquilamente templos, teatros, museos y ciudades. A mediodía descansábamos un poco, comíamos fruta, almendras y cosas así, y continuábamos la ruta. Algunas tardes parábamos en la playa, pero por lo general nos ateníamos al lema “carretera y manta” para alcanzar el hotel reservado por la mañana. A veces nos llevábamos sorpresas: un templo en medio de la noche, un hotel caro para su calidad, un paisano pelma, un puerto bullicioso. Nunca sabíamos lo que íbamos a encontrar realmente. Cenábamos en algún local cercano al hotel, casi siempre pescadito fresco y/o pasta al modo del lugar con vinos blancos riquísimos. Después, un rato de charla al aire libre... y a la habitación. Leíamos un buen rato e intentábamos dormir.  Maite tenía calambres en la espalda, Ángela oía la radio, yo me peleaba con la almohada (nunca me parecen buenas las almohadas) y a la mañana siguiente nos reíamos de nosotras mismas y de nuestras manías.

 

Ángela leía un libro de viajes por Egipto. Maite, una novela de Leonardo Sciascia. Y yo, El camino que va a la ciudad, de Natalia Ginzburg, de escritura escueta y realista. ¡Mamma mía, la sociedad rural italiana aquella época!

 

El segundo día, después de mil curvas, apareció a lo lejos el padre Etna presidiendo toda la comarca con su penacho de humo horizontal. ¡Qué emoción!.

 

Arte, vitalidad y decadencia en Palermo

La Capilla Palatina, en el Palacio de los Normandos de Palermo,  mezcla el arte árabe, el bizantino y el románico. Los mosaicos dorados encastrados en el mármol, que representan episodios de la historia sagrada con gracia casi infantil, me parecen lasauténticas joyas de la construcción.

 

San Juan de los Eremitas recuerda mucho al claustro de San Juan de Duero de Soria, pero en medio de una vegetación exuberante. Una curiosa mezcla a escala muy humana.

 

En el Museo Arqueológico hay multitud de vasijas de cerámica, además de otras muchas cosas.  Las vasijas griegas datan de los siglos VI y V a. de C, y Maite primero noshace ver los ojos de Dioniso y luego nos explica los mitos representados. Las vasijas anchas, de asas, son vasos colectivos de celebraciones que se iban pasando de uno a otro hasta que quedaba al descubierto el dibujo del fondo: la medusa, o la gorgona que mataba con la mirada, o los símbolos del misterio o del gozo (ánforas de formas estilizadas, pequeñas cabras que se ofrendaban a Hera, o pequeñas liebres, regalo para amantes, una forma de declarar el amor).

 

Palermo  recuerda el norte de África. Caótica, con ruidosos coches y motos que circulan a toda velocidad por calles y callejas, con parte de la ciudad vieja en ruinas. Bastante sucia, decadente, cochambrosa, pero con una vitalidad asombrosa. Llena de librerías, tiendas, talleres, caballerizas, mercados, patios de vecindad y bellísimos edificios, tan diseminados como desdibujados. Una perfecta muestra de la belleza que es capaz de crear el ser humano. Y a la vez, la incontestable prueba de lo letal que resulta la combinación del paso del tiempo y la desidia ciudadana.

 

De Palermo salimos hacia el este por la carretera de la costa, llena de curvas y circulación. Dormimos en San Estéfano de Camestra, en un hotel junto al mar completamente vacio. La habitación tiene un balcón que da a la playa de piedras. Hay luna. Un pescador recoge las redes al amanecer.

 

Del humeante Etna a los faraglioni de Aci Trezza

Para evitar tanto tráfico nos desviamos al interior. La carretera es un continuo puerto de montaña. Los pueblos que imaginábamos pequeñitos resultan bastante grandes y cuidados, todos tienen una parte vieja bien conservada con una plaza colgada sobre el paisaje. Las plazas están repletas de hombres que hacen tertulia y jóvenes que ligan. Se ven poquísimas mujeres. Pasamos por Mistretta, Troina, Biancavilla, Nicolosi... y alcanzamos las enormes coladas de lava negra.

 

Kilómetros de coladas sucesivas hechas escoria conforman un enorme monte negro, pero allí donde la vegetación ha podido con la ceniza, el verde de los castaños es lujurioso. Subimos hasta el nuevo cráter formado por la emisión del último mes de julio, que tiene una altura de ciento veinte metros, un montículo que antes no existía. La colada que fundió los postes del teleférico está aún caliente y en algunos puntos, si se coloca un papel, arde. Nos impacta lo árido de las escorias, lo bruto de las formas y la mera idea de que aquello ha salido de una profundidad de más de cien kilómetros por una chimenea. Ángela nos da una lección básica de vulcanismo: las cordadas, las bombas, el lapilli, el comportamiento de la lava según su densidad, la estructura de un volcán...

 

La infraestructura turística en el volcán parece inexistente. Mejor. Los chiringuitos forman una especie de tinglado provisional propio del Far West y los souvenirs me parecen de los más espantosos que he visto. Absolutamente disuasorios.

 

Desde el Etna vamos hacia el mar. Nos cuesta dios y ayuda encontrar la carretera, pero al fin llegamos a Aci Trezza, en el litoral este. Tenemos una buena referencia del hotel Eden Riviera y, sí, está en un bonito lugar, sobre la colina, con vistas al pueblo y al mar Jónico.

 

En medio del agua, a la salida del puerto, hay tres pedruscos enormes que Ángela identifica como restos volcánicos, especialmente duros, de alguna colada legendaria.  Maite aporta una explicación muy distinta: esos pedruscos son los faraglioni, las piedras colosales que Polifemo, el cíclope del volcán, arrojó a Ulises en su huída de la isla. Y luego dicen que la realidad es una...

 

Desde la terraza de la habitación, donde hay una mesa y sillas para disfrutar de la vista y del fresquito nocturno, se oye el campanile de la iglesia del pueblo que da las horas. Bajamos al puerto a cenar en la Trattoría Federico. Está a rebosar de clientes que comen pescado, pasta y antipasto. Es miércoles. ¿Qué hace toda esta gente de vacaciones?

 

Tras la cena, nos perdemos por el puerto. El mar luce transparente bajo una luna dorada. El pueblo bulle en una mezcla abigarrada de casas, coches y barcos. En el extremo del malecón se alinean varios coches con las luces apagadas. Uno lo ocupa una pareja encendida y...alguien más. Él permanece en el asiento del conductor y ella se le ha subido encima. En el lado del copiloto, hay una niña de unos diez años. La hermanita de ella, decidimos, y nos reímos con ganas. Sicilia en estado puro.

 

 

Siracusa: leyendas de agua y piedra

El sol deslumbrante de la mañana entra por la ventana del baño y ondea en las toallas de tela. Ahora los faraglioni son sólo manchas grises sobre un Mediterráneo más blanquecino que azul. Abajo se oye la vida: el campanile y los claxons. Pero volvemos al coche. Siracusa nos espera.

 

Los Báquidas de Corinto salieron de farra y uno de ellos se enamoró perdidamente de un adolescente –las relaciones afectivas de los corintios eran por lo general homosexuales–. El joven oligarca quiso llevarse con él al chico, pero los padres de éste trataron de impedirlo y en el forcejeo descuartizaron al chaval. Sobre Corinto cayó la ira de los dioses en forma de enfermedades y malas cosechas, y, preguntado el oráculo de Delfos, no sólo confirmó que todo era un castigo contra los Báquidas, sino que también avisó de que, si el país quería recobrar la tranquilidad, los culpables debían serexpulsados. Así se hizo y en su viaje errante por el Mediterráneo, los desterrados fundaron Siracusa en la pequeña isla de Ortigia.

 

Hoy la isla es un recinto plagado de edificios clásicos, palacios y viviendas desportilladas, apuntaladas, a veces mugrientas, pero todas con un gran encanto. Restos de vida antigua junto conespacios de vida actual sin mayores exigencias, los apropiados para un tipo de turismo detestable. Nunca he visto souvenirs de tan indescriptible mal gusto: la gorgona siciliana de tres piernas modelada por el peor enemigo, las reproducciones de piezas griegas en arcilla negra y brillante con purpurina, los carritos de caballos de plástico con plumas de fibra de color fosforito, los papiros de verde venenoso...

 

Sin embargo, los auténticos papiros vegetales, ligeros y etéreos, están en la fuente Aretusa, un semicírculo de piedra construido junto a la orilla del mar para retener un manantial que surge allí mismo. Aretusa era una ninfa de Artemis de la que se había enamorado Alfeo, que no era otro sino su padre. La ninfa, asustada, pidió ayuda a la diosa y ésta la transformó en un manantial que atraviesa el mar y surge con la fuerza de la juventud en la isla vecina de Ortigia. Alfeo, terriblemente enamorado, se transformó también en agua subterránea y la persiguió por el fondo del mar hasta que consiguió unir sus aguas a las suyas. Es una fuente, pues, contaminada por un amor incestuoso que representa la unión entre la isla y el continente. Ángela, al quite geológico, apunta que el agua recogida en las calizas que bordean la costa ha encontrado un camino para acabar aflorando en la orilla del mar.

 

Toda la fealdad de los souvenirs contrasta con la serena belleza de los tesoros de la Neápolis: el teatro griego y el anfiteatro romano. El teatro asombra por su amplitud, su belleza, la intuición de las representaciones que ha acogido, de las palabras que se han dicho, de las personas que, como nosotras, han refrescado sus pies en la fuente de las ninfas –el Ninfeo– con el sol cayendo de plano y la vista del mar abajo, las velas amigas y enemigas, los viajeros que vuelven, la vida que pasa sin sentido, como una apuesta contra el tiempo.

 

La Oreja de Dionisio, enorme caracola excavada en una cantera, es otra de las maravillas de la Neápolis. Dice la leyenda que la hizo construir el tirano Dionisio para escuchar desde fuera las voces de sus enemigos, a los que encerraba allí, pero nosotras entramos hoy por propia voluntad. Arriba, como a veinte metros, hay una comunicación con el aire donde zurean las palomas. Dentro se oye  un rumor amplificado, como si uno estuviera en Liliput, metido en la concha de un nautilus.

 

Osadía nocturna en Agrigento

Es casi de noche cuando, llegando a Agrigento y sin esperarlo, aparecen los cuatro templos iluminados sobre una colina alargada como cuatro joyas caídas del cielo. Nada a su alrededor tiene su elegancia.

 

Pasamos de largo, viéndolos alejarse mientras nos acercamos a la costa en busca de un hotel. Después de la ducha, el laberinto de las carreteras nos lleva a Porto Empedocle, el pueblo costero cuna de Luigi Pirandello. Según la guía que manejamos, el lugar de nacimiento del dramaturgo está marcado en pleno campo por un pino que ha quedado engullido por los arrabales industriosos de la ciudad llamada Caos.

 

El centro de Porto Empedocle está a rebosar de jóvenes moteros que provocan un ruido espantoso, así que huimosde allí y acabamos cenando en una terraza frente al mar. Desde una cabina cercana llamo a casa. Tengo el ánimo sereno y contento.

 

Una vez repuestas no podemos resistirnos a la tentación de volver al Valle degli templi. Solo pretendemos contemplarlos desde la carretera, pero de improviso llegamos a una rotonda amplia justo en la entrada del recinto. El ascenso hacia los templos, ahora mucho más cercanos, no presenta ninguna dificultad: no hay guardias, ni vallados insalvables, sólo el letrero del horario de visitas, que han terminado a las 21h. ¿Quién resistiría la tentación de entrar en el recinto sagrado y desierto?

 

Empezamos a subir hacia el templo de la Concordia hipnotizadas por su belleza y el silencio, y también, debo reconocerlo, algo inquietas por la noticia de que se han reforzado las medidas de seguridad en los principales monumentos italianos por el temor a posibles ataques terroristas. Y cuando comenzamos a estar confiadas, el apagón de todas las luces acaba con nuestra osadía.

 

Dioses a escala humana

A la mañana siguiente la rotonda está atestada de autobuses y sus correspondientes turistas. Tras la elegancia y proporción del templo de Polux se divisa, al fondo, el abigarramiento de las torres de pisos de Agrigento: frente a la elegancia, la fealdad; frente a la simplicidad, el caos; frente a la integración en la naturaleza, el desvarío urbano.

 

Comenta Maite que la civilización griega arcaica era un modelo de imaginación, de creatividad, de logros sustentados en el  fecundo contraste de ideas. De vivir de nuevo y poder elegir, ella optaría por el siglo VI o el V ateniense, aunque, después de meditar un poco, añade, como para rebajar nuestro entusiasmo, que entonces siempre estaban en guerra, la mayoría de veces por un quítame allá esas pajas, y se mataban unos a otros con una facilidad pasmosa.

 

Al preguntarle por la actividad en los templos, explica que en el recinto sagrado sólo entraban los sacerdotes y que en los alrededores se celebraban todo tipo de sacrificios y fiestas. La mayoría de los templos estaban dedicados a los dioses relacionados con la existencia humana, no a los hacedores del cielo o la tierra, algo que los simples mortales no podían cambiar. Se trataba de intervenir en las cosechas, en la fecundidad, en la guerra... Dioniso, dice, es un dios que puede representarse con un simple signo, como una cinta atada un árbol o unos ojos en un vaso, y tiene la función importantísima de hacer posible la comunicación fluida entre pares antagónicos: lo oculto con lo claro, la razón con la imaginación o el anhelo, lo profundo o lo sólido con lo etéreo, el antes y el después, la izquierda y la derecha... “Dioniso –anuncio a mis amigas– es mi dios, justo el que yo necesito. A partir de hoy le dedicaré pequeños homenajes en un ara que llevo conmigo”.

 

Responsabilidad sin culpa

En la guía sobre el Valle de los Templos hay historias muy entretenidas sobre las costumbres de quienes los frecuentaban. Delante del templo de Hera se celebraban las bodas y los ritos de fecundidad. El momento cumbre de los esponsales era cuando él rompía el cinturón de ella y lo ofrecía a la diosa. Los sacrificios de las jóvenes para conseguir el don de la fecundidad giraban en torno a la similitud entre el sexo femenino y los surcos fecundos de la tierra.

 

Al parecer, los griegos del siglo V no tenían sentido de la culpa. Cuando cometían alguna tropelía, se escudaban en la coartada de que algún dios malvado les había cegado o encantado. En esto, Afrodita y Eros se llevaban la palma: asumían la responsabilidad, pero no la culpa. Con una pequeña ofrenda de ramitas de romero o, todo lo más, con el sacrificio de un cerdito, lo tenían resuelto. Debían de ser mucho más felices que los atormentados judeocristianos...

 

Sentadas en las gradas de piedra milenaria, frente al templo de Hera, al tanto de unas nubes negras que presagian tormenta, comenzamos a hablar de los mitos sobre el origen del mundo y del universo. Maite relata una historia que me cautiva. Un árbol vuela por el éter, con las raíces sujetas al suelo. El dios de la luz regala a la diosa de la tierra un precioso velo bordado. Todo lo que existe está bordado en ese velo que flota para siempre sobre el árbol primigenio. Esa idea de la creación del mundo me libra de preocupaciones: no somos más que una puntada en hilos de colores.

 

Pueblos feos, jóvenes apuestos

En el Museo Municipal de Castelvetrano, pequeño pero cuidado y con personal amable, Maite se queda prendada de una placa de plomo del siglo VI a. de C., en el que un paisano escribió su disculpa por haber cometido homicidio. Según deduce al traducir la inscripción, el hombre ofreció a los alástores (‘los memoriosos’ espíritus vengadores del muerto) algunos manjares, se purificó y se integró de nuevo en la comunidad, como si tal cosa. Fue después del siglo V cuando empezaron los rollos de los tribunales humanos de justicia.

 

En el museo, donde compro dos bajorrelieves que quizá no lleguen enteros, hay un efebo de bronce y preciosas vasijas y enseres. Luego, durante el paseo por la localidad, descubrimos que los jovencitos sicilianos se parecen como gotas de agua al efebo. La raza no ha cambiado.

 

Los pueblos sicilianos del interior son feotes, aunque siempre tienen algún edificio o plaza interesante. La barata edificación actual se deteriora enseguida. Da la impresión de que cuando una casa se estropea, se mudan a otra y no se preocupan de arreglar la anterior, con lo que los pueblos se ven deteriorados. Siempre hay hombres sentados en las calles, de tertulia o simplemente mirando la vida que pasa.

 

Ecos de Aristófanes y Alcibíades en Segesta

Llegamos a Segesta a las dos con un sol de muerte. Sólo pensar en subir al templo, por un camino sin sombra, da pavor. Pero el templo (¿dedicado a quién?) es una aparición divina en medio del campo. Esperamos en una especie de merendero, pedimos una cerveza y comemos peccorino y mozarella con uvas. Decidimos ir antes al teatro, a donde llegamos en un autobús atestado de turistas, sin aire acondicionado, en el que parece que vamos a morir de calor.

 

Una vez en el teatro, construido en la cima de una colina, con las gradas mirando al valle y al mar, buscamos la pequeña sombra que dan las propias piedras. Una italiana baja a la “orquesta” y empieza a cantar O sole mio. Se hace el silencio entre los turistas holandeses. Muy al fondo, se adivina el mar.

 

Protegidas por la sombra, Maite habla sobre el teatro primitivo, cuando los artistas no eran profesionales y Aristófanes se podía despachar alegremente contra los políticos para deleite de los paisanos, que pasaban buena parte del año preparando las representaciones. Y detalla también cómo aquello fue reconducido por el poder hasta la farsa profesional, mucho más controlable. El teatro de Segesta lo utilizaron luego los romanos, los normandos, los árabes... hasta llegar a los turistas.

 

Cuando baja el sol, por fin, y ya no queda nadie, visitamos el templo, que es como una joya intemporal formada por las basas y las columnas dóricas y los frontispicios, a una escala magnífica. Se puede curiosear por dentro, sin ningún control, disfrutando de la proporción, imaginando los personajes que lo utilizaron transformados en las cornejas que revolotean por las enormes piedras que debían haber soportado un techo nunca construido.

 

La colonia de Segesta fue una de las causas de la perdición de la Grecia antigua, ya en su periodo de decadencia. La metrópoli apostó sus últimos barcos en la defensa de Segesta, como modo de hundir a Siracusa, pero una historia peregrina la llevó al fracaso. Antes de abandonar Atenas, Alcibíades y sus tropas, cortaron durante una farra los falos de las estatuas de Hermes y, aunque embarcaron inmediatamente, se les formó juicio, se les condenó y se les obligó a volver para cumplir la condena, a pesar de que ello representaba el fracaso de su campaña.

 

El paseo por el templo, con la luz del atardecer ardiendo en sus piedras, provoca una sensación difícil de describir. La única manera de sentirlo es estar allí.

 

Baño de despedida en Castellamare del Golfo

En Castellamare, bonito pueblo costero de aspecto norteafricano, la locura de los sicilianos por la maquina parece no tener límites. Pasean por el puerto en procesiones de coches, mirándose unos a otros en un atasco monumental que dura hasta la madrugada. Es como “El Collao” soriano en una mañana de domingo, pero sobre ruedas. Las casas, más amables en este caso, descienden hasta el puerto, y en la montaña permanece colgada una ermita.

 

Qué bien se está aquí: relajadas, con una temperatura ideal, charlando, distendidas, divertidas, felices de comprobar que seguimos siendo las mismas, salvo por los cambios en nuestros rostros, las gafas y el entumecimiento que sigue a las palizas de andar. Ni una puñetería, ni una tensión.

 

Es la tarde anterior a la vuelta. Maite se queda en el hotel, descansando, y Ángela y yo salimos a darnos un baño en una de las calas del norte siciliano. El aguadel todo transparente, refrescantey deliciosa, acaricia cantos rodados azulados. Sentadas un rato en la playa, ese mar nos lleva a otro, y hablamos del “Egeo” de cada cual.

 

Dejamos la playa cuando, ya oscurecido, nos están achicharrando los mosquitos. Nos juntamos con Maite y volvemos por segunda noche a la trattoria del fondo del puerto.  Durante la cena, por primera vez en el viaje, hablamos del pasado. Recordamos amistades y aventuras, guateques, profesores, padres... y entre las tres rellenamos lagunas de nuestras propias historias.

 

Al llegar al hotel la tele informa de que Bush ha arrojado las primeras bombas sobre Afganistán y que Tony Blair ha salido en defensa de la civilización occidental como si se tratara del guerrero del antifaz. ¡Vaya mundo!

 

Seis apostillas de Maite...

 

Dioniso

Imágenes antropomórficas de Dioniso hay, y muchas, en escultura y pintura, pero también se representaba de manera anicónica, como el tronco de árbol adornado que cita Carmen. Y sí, el dios transitaba cómodamente de viejo a joven, de varón a mujer, del agua al aire y de inmortal a mortal y de nuevo inmortal en su ininterrumpido circular por las fronteras que definen a los demás dioses y hombres. No es el único dios con representación anicónica (Hermes está en los mojones de los caminos, Zeus Ktesios en la tinaja del patio etc.), pero era característica la ubiquidad de sus lugares sagrados.

 

Valle degli templi

Hay que leer con precaución las guías turísticas, que acostumbran a dar por ciertas simples conjeturas, como que el templo de Segesta es “de” Deméter, o bien “de” Posidón, o “de” Apolo. La atribución de los templos a unos u otros dioses corresponde a una convención de los arqueólogos, no está documentada. Sin ir más lejos, la palabra latina ‘Concordia’, da nombre al templo dórico construido en Agrigento por los colonos griegos del siglo V a. de C. Conviene adoptar la misma cautela en las explicaciones referentes a rituales, costumbres, etc.

 

Tribunales griegos de justicia

La tablilla de Selinunte es una joya reciente de las inscripciones religiosas griegas. Reciente, porque alguien la “donó” al Museo Paul Getty en 1981, que la devolvió a su lugar de origen en 1992 después de restaurarla. Contiene instrucciones para realizar ritos purificatorios a varios tipos de homicidas. No entraré en detalles, pero sí he de aclarar que los tribunales humanos de justicia están testimoniados bastante antes de lo que afirma Carmen. El más famoso, el del Areópago de Atenas, se considera activo desde el s. VII  a. de C

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Cosmogonías

¡Atención! El mito del árbol primigenio volador se basa en una aventurada reconstrucción de algunos discutidísimos fragmentos de Ferécides de Siro. Efectivamente, hablan de una “encina alada”, una hierogamia entre Zas y Ctonia, y el regalo del “velo bordado”. Los interesados pueden consultar los fragmentos en la edición de Pòrtulas & Grau (2012)

 

Con l´avoccato Di Blasi

Mientras Angela y Carmen marchaban a bañarse al parque natural yo consumé mi cita con El consejo de Egipto, de Leonardo Sciascia, que iba leyendo durante el viaje. Un cura farsante y unjoven ilustrado evolucionan en torno a un manuscrito árabe en la Sicilia de finales del XVIII, durante el virreinato español en Nápoles. La isla vive atrapada en la inmovilidad de la sociedad de los caciques  –como ahora, por cierto– pero empiezan a despuntar las luces que llegan de Francia, encarnadas en l’avvocato Francesco Paolo di Blasi, que resulta eficazmente neutralizado. Estaba en la habitación del viejo hotel, traspasada de Sciascia, y desde la ventana miraba, conmovida, la antigua prisión donde acaba sus días el hombre libre, Di Blasi. A su altura giraba el carrusel sin fin de coches desde donde se intercambiaban signos indescifrables los chicos, las chicas, sus padres, sus padrinos. Se me figura que fue un momento en que viví de profundis el mal siciliano.

 

Un coche flotante

Ese mismo día, en Castellamare, por la noche, mientras dábamos cuenta de unos spaguetti alle vongole acompañados de vino blanco, Ángela nos hizo ver lo cerca que estábamos de Israel y sus peligros. La consternación nos dejó mudas hasta que Carmen, con gesto astuto, dijo: “nosotras, tranquilas, tenemos coche”.Yo, sabiendo que es mujer perspicaz y de mil recursos, me estrujé el cerebro pensando en qué podía ayudarnos un coche, pero fue Ángela quien, captando la idea, se echó a reír y precisó: “¡pero si esto es una isla!”. Carmen, que no es de las que se rinden, se repuso enseguida de la sorpresa y zanjó el asunto: “es igual, pasamos el mar en ferry”. Así, más o menos, lo recuerdo yo. Seguro que mis amigas tienen otras versiones, la memoria nos engaña. Por eso, al leer el diario de Carmen once años después del viaje, además de disfrutar de su estilo expeditivo, vigoroso y lleno de humor, he reído a base de bien con sus recuerdos de mis historias mitológicas y solo realizo estas anotaciones como salvaguarda del honor filológico.

 

...y media docena de Ángela

 

Monreale

No mencionáis, ninguna de las dos, la visita a Monreale, que me dejó un recuerdo muy agradable. Famosa  por su catedral normanda, la ciudad se alza, al oeste de Palermo, en una colina con una vista fantástica de la costa norte de Sicilia. Más que la catedral me impresionaron los mosaicos, bizantinos, según creo, ya que que los normandos contrataban a artistas orientales para estas tareas. La llaman la catedral dorada por los mosaicos, y verdaderamente son así,  pero yo la asocio con tonos azulados, no sé por qué, quizás estaba nublado. Toda la historia del antiguo testamento está representada en la parte superior de la nave central, y me encantó descifrarla, leyendo la inscripción en latín que explica cada escena y observando aquellas imágenes tan ingenuas, ese inmenso trabajo tesela a tesela. Creo que fue Maite quien comentó que esa era la manera de explicar la historia sagrada a los fieles. O quizás lo leí en alguna parte....

 

Natalia Ginzburg

Oriunda de Palermo, Natalia Ginzburg escribió El camino que va a la ciudad durante el destierro en los Abruzzos impuesto por los nazis a su marido. Cuando éste murió por las torturas, volvió a Turín, donde estaba relacionada con la editorial Einaudi, Pavese y otros intelectuales. La historia está inspirada en el campo de los Abruzzos y la ciudad que describe es una mezcla entre L’Aquila y Turin. Autora de muchas historias tristísimas, tiene una  deliciosa, Léxico familiar, en la que evoca a su familia, su extravagante padre biólogo, el ama de casa peculiar que era su madre, sus hermanos... Quizás ya la habéis leído.

 

Etna

No observamos infraestructura turística en el volcán porque había sido destruida en la erupción ocurrida meses antes. Y todavía continuaba, ya que se apreciaba claramente el penacho de gases que aún se escapaba del cráter, que no se autorizaba visitar.

 

Faraglioni

Imagino que los faraglioni son los restos erosionados de una colada, pero no sé si  legendaria, el adjetivo me suena  raro. Quizás antigua, sin más.

 

Piedras

Me encantaron los materiales utilizados para construir los templos, que nada tienen que ver con el lujo de los mármoles. Muchos templos están hechos con areniscas fosilíferas de grano grueso, amarillentas y rojizas, es decir, con la piedra local o más cercana que presentaba la facilidad extra de su blandura. Piedras fáciles de trabajar, menos pesadas por lo porosas que son y menos frágiles, más apropiadas para resistir los terremotos. Además, y no resultaba lo menos importante, con el sol naciente y poniente los templos se transforman en joyas doradas que devuelven una luz muy cálida. ¡Qué bien que tuvieran a mano esas rocas! En cambio, los teatros suelen estar excavados directamente en las laderas calcáreas. Imagino que aprovecharían semicírculos naturales originados por la disolución kárstica (no sé, me lo he inventado).

 

Recuerdos

Dos momentos especiales para mi: la explicación de Maite sobre el significado de la palabra hecatombe en Agrigento y el baño en la Scala di Turchi, cerca de Mazzara del Vallo, junto a unos pequeños acantilados blancos, formados por margas, con unas formas de erosión de curvas suaves (allí apareció un paisano que se quedó prendado de Maite). Del paisaje árido del interior de Sicilia, con valles y colinas sobre las que se encaraman (literalmente) los pueblos, guardo también una nítida memoria visual.
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