Para su segunda colaboración en La Simiente Negra la fotógrafa barcelonesa

Isa Albareda (ver “Sant Feliù-Barcelona, una particular jornada fotográfica”

en el apartado Retumbos de esta sección) ha recuperado el diario que redactó en 1984 durante su estancia de un mes en un destino tan poco conocido como Guyana, a donde viajó acompañada de la donostiarra Maite Zugadi para visitar

a su amigo chipiotra Stefhanos Stefhanides, profesor entonces en Georgetown,

la capital. Transcurridas más de tres décadas desde entonces, el retrato

de ese multiétnico país americano, el cántico a su exuberante naturaleza

y la denuncia de su estancamiento por profundos desajustes político-económicos, mantienen toda su vigencia.

VIAJES /// Tumbos

Georgetown.

Guyana: lluvias, versos y cuitas

Georgetown, 2 de julio de 1984

Llegamos aquí anoche. Debemos ser las primeras españolas en viajar al país. Según Steve, aquí no han aparecido españoles desde la época de los piratas. Por eso nos ha avisado de que no paseemos solas por la calle. No hay más blancas, dice, que unas pocas diplomáticas y cubanas que van en coche a todas partes.

Hace calor. Un calor brutal y pegajoso. Como estamos en plena época de lluvias esta mañana ha caído un aguacero, pero no ha refrescado nada. Ahora se nota muchísimo bochorno.

La crisis del país es de tal calibre que empiezan a escasear los artículos de primera necesidad: no hay papel higiénico, ajos, aceite...Encontrar leche de vaca es todo un milagro. La gente solo bebe leche de coco. Una libra de queso vale 28 dólares guyaneses (unas 1.400 pesetas, a una cotización de 50 pesetas por dólar).

Esta escasez favorece un mercado negro que en parte está permitido por el gobierno, ya que así se contabiliza menos paro. Mucha gente sin ocupación tiene algo que hacer dedicándose al contrabando o mercado negro. Hemos conocido un bibliotecario de la universidad que consigue harina de contrabando y prepara pastelitos con los que gana bastante. El sueldo oficial no le da para llegar a fin de mes.

Lo que hemos visto hasta ahora es llano y verde, con muchas palmeras y plataneras. Me recuerda a África, más incluso que a Cuba. La mayoría de casas son de madera y, a modo de palafitos, están levantadas del suelo por las lluvias.

Guyana se independizó del Reino Unido en 1966, pero su presidente ya estaba en el poder en 1963. La crisis económica se ha agudizado desde hace dos años, cuando retiraron los créditos internacionales por el nivel de endeudamiento alcanzado. Es un país potencialmente muy rico. Tan grande como Gran Bretaña, tiene sólo 800.000 habitantes, pero la falta de medios técnicos y financieros para explotar sus recursos naturales (oro, diamantes, uranio, petróleo...) le condena a una descomunal carestía.

Tras la abolición de la esclavitud (en 1763 hubo una revuelta en Berbice) y la persecución del comercio internacional que la sustentaba, los ingleses impulsaron a partir de 1837 el establecimiento de miles de hindúes, a los que explotaron en las plantaciones de caña de azúcar, y cuyos descendientes representan ahora una parte significativa de la población.

La mezca de personas con ancestros africanos y asiáticos me recuerda a Madagascar, aunque la geografía humana aquí es aún más compleja, ya que en el interior viven amerindios, indios aborígenes de tribus como arawak, macusi, wai-wai, akawaio, patamona y warrau. Después de siglo y medio la comunidad de origen hindú sigue trabajando en los cañaverales y conserva ritos y tradiciones.

Berbice, 8 de julio

Estamos en Berbice, territorio que fue antigua colonia holandesa. Llegamos ayer tras alucinar con un impactante paisaje de arrozales y cocoteros, además de atravesar pueblos con nombres tan sorprendentes como Rosignol y Catherine´s Lust (La lujuria de Catalina).

En una antigua central azucarera, Blairmont Sugar Estate, hemos asistido a una puja, la ceremonia religiosa dominical hindú. Se ha desarrollado en el templo de la hacienda dedicado a la diosa Kali y me ha impresionado observar lo unida que se mantiene la comunidad, el cariño que se profesaban unos a otros. Generación tras generación han conservado plegarias y ritos, como la adoración de la tierra y el sol, de la misma forma en que lo hacían sus antepasados en la lejana India.

También hay, claro, manifestaciones de sincretismo religioso, pues además de los ritos específicamente hindúes celebran otros de origen africano. Por ejemplo, el degollamiento de un gallo, igual que en la tradición yoruba, y también el riego con ron del suelo para que beban los dioses, parecido al vertido de cerveza o vino de mijo sobre la tumba de sus ancestros que realizan algunos animistas africanos para solicitar su intercesión.

La mayoría de los devotos en la puja eran descendientes de hindúes, pero también había negros que profesan las mismas o parecidas creencias, unidas ambas comunidades por la importancia que conceden a los espíritus de sus muertos.

La diosa de referencia en la puja es la tierra, madre de toda la vida, y el dios, el sol, porque sin él no crecería ningún fruto, así que no se trata de divinidades específicamente hindúes, como Brhama, Shiva, Kali, Parvati...Sería interesante realizar un estudio psico-sociológico de esta comunidad guayanesa, pero en un mes no hay tiempo, ni ganas, por decirlo todo. En parte se mantienen apegados a estos ritos como mecanismo de autodefensa para no perder su identidad, ajena al Caribe por mucho que el clima y la vegetación puedan ser parecidos a sus lugares de origen.

Curiosamente, pervive la tradición, pero puesta al día, ya que, por ejemplo, han eliminado la discriminación entre sexos, avance reseñable tratándose de una religión de estructura matriarcal procedente del sur de la India, de los territorios de habla tamil. Ahora, esta lengua convive en el ceremonial con el hindi, el criollo y...el inglés, como evidencia el hecho de que utilicen el verbo to play al referirse a alguien habitado por un espíritu. Y está bien visto, porque el poseído está representando de alguna manera un papel.

Georgetown, 11 de julio

Este es un país donde te pueden atacar virus para los cuales todavía no se ha descubierto tratamiento. Una país donde las reivindicaciones sociales son tan elementales como luchar por el pan, ya que desde hace dos años no se importa harina. Un país donde solo es posible volar a Marabuma, en la frontera venezolana, en una avioneta de 14 plazas. Un país, en fin, donde cuesta muchísimo moverse por el interior, pues no hay carreteras, ni autobuses, ni trenes. Además, la mayoría de los vehículos tipo land-rover están en deficiente estado de conservación, y lo mismo pasa con los escasos barcos y aviones, en muchos de los cuales se transporta carne a la vez que pasajeros. Ir de un sitio a otro resulta toda una odisea.

Paisaje del interior de Guyana.

 

Georgetown, 12 de julio

Muchos habitantes están abandonando Guyana y por eso ha aumentado el precio de los vuelos a Londres. También son más caros para evitar viajes solo para adquirir productos que luego se revenderían aquí. El contrabando se ofrece a la vista en el mercado. Ropa, calzado, utensilios de cocina...todo es de contrabando, ¡hasta el papel de váter! La policía apenas lo reprime. Se asume extraoficialmente que reduce la miseria.

Georgetown fue creada en el siglo XVI por los primeros colonizadores del territorio, los holandeses, que aprovecharon su experiencia en construir canales para impedir que se inundara con las mareas y para acondicionar el tráfico marítimo de azúcar a través de la desembocadura del río Demerara, donde se halla ahora la poco activa zona industrial.

La garden city del Caribe, como la llaman, rebosa colorido verde. La vista desde el faro, donde se contempla toda la ciudad, repleta de palmeras, plantas y flores, es una experiencia que vale la pena completar con un atento recorrido por el Jardín Botánico. También merece una visita la catedral, construída en 1893 y considerada la iglesia de madera más alta del mundo con sus 44 metros de alzada. Es una gozada contempalar cielos de tonos tan variados por los que vuelan pájaros blancos grandes, en grupos de cuatro o cinco, y cerca del mar, otros amarillos y azules que se precipitan desde el aire para engullir gusanitos.

Georgetown, 13 de julio

Hemos pasado la tarde en compañía de Stanley Greaves traduciendo versos suyos. Es una persona cálida y un autor muy interesante. Hay escritores, artistas y músicos de talla en Guyana, pero como el país siga así la mayoría acabaran yéndose. De hecho, muchos ya lo han abandonado con el empobrecimiento de la vida intelectual del país que eso implica.

Estos son los dos poemas de Stanley que hemos traducido al español tomándonos todo tipo de libertades, sin otra pretensión que tratar de entenderlos. Uno se titula Infancia y el otro, escrito en 1981, Amigos.

 

Infancia

Camino por la avenida de mi infancia,

como siempre el viento guía mis pasos.

En la sombra de árboles suaves

observo las gotas de lluvia

transformarse en pájaros de luz.

 

Qué alto es el clamor

de recuerdos espontáneos

sobre la serenidad implacable

de un horizonte neutro.

 

Imágenes de un tiempo pasado

guardadas tras un espejo mágico

caen sobre mi conciencia

como hojas de un libro prohibido.

 

Aún no es tristeza,

sino una extraña y fatigada

alegría del destino

que camina conmigo

por la avenida de mi infancia.

 

Amigos

Yemas de dedos y flores

mínimas plumas

pájaros dulces

diálogos espaciados.

 

El baile cortés de los amigos

es como un iris sorprendente,

palabras amables

y sentimientos cómplices.

 

En el cordial festejo,

manos, música, memorias

que translucen el viejo

rostro de una verdad eterna.

 

El sueño desafiante al que voló

la mariposa nocturna roza

mis labios como los dedos alarmados

de un niño jugando con el miedo.

 

Avanzo entre la lluvia

por un alfombra de recuerdos,

el color de tus ojos siguiéndome

y tu gracia.

 

Maite Zugadi con Stanley Greaves.

Georgetown, 15 de julio

Este domingo hemos navegado en lancha motora por el río Demerara y luego por un afluente hasta un recóndito poblado donde nos hemos convertido en el entretenimiento de sus habitantes. Como no hay cine se dedican a observar turistas.

Guyana solo tiene tres carreteras asfaltadas: la que llega hasta la frontera con Surinam, otra más corta (30 km) que va a Parika y la del aeropuerto, que cuenta con el desvío a Linden, la ciudad de la bauxita. Por algo Guyana quiere decir en la lengua amerindia de la que procede el nombre “territorio de muchas aguas”.

 

Georgetown, 16 de julio

Hemos visitado en su domicilio a Martin Carter, el poeta más respetado del país. Nacido en 1927, estuvo preso en la época de la lucha contra el colonialismo inglés (cuando publicó su famosa obra Poemas de resistencia) y fue ministro de Información y Cultura en los primeros años de autogobierno. Con el tiempo se fue alejando del partido en el poder, pero el presidente Forbes Durnham le tiene en gran estima. Me pareció una persona encantadora, sencilla y muy acogedora.

 

Parika, 17 de julio

Estamos en Parika, donde hemos llegado en taxi colectivo tras recorrer una bonita región, plana y verde con cocoteros desperdigados entre el paisaje. El contrapunto, no obstante, ha sido la miseria alrededor.

No hemos visto más que barracas por todas partes. En Guyana sobra la madera, pero como no se venden martillos ni clavos hay muchísima gente que vive amontonada dentro de cuatro uralitas y maderas viejas.

Delante de casa de nuestra amiga Camile, en medio de la ciudad, destaca un edificio casa que no tiene paredes ni techo habitada por un gran número de personas, que evidentemente no disponen de agua ni de luz.

 

A la espera del taxi colectivo,

Georgetown, 18 de julio

En Georgetown hay demasiada gente que pasa hambre. Las vacas pastan en medio de la ciudad, pero sus habitantes apenas pueden beber leche. No hay cartón o cristal para envasarla y en la única central existente se suceden las colas, ya que esperan horas para adquirirla en cubos en los que se acostumbra a mezclar con leche en polvo. Los canadienses han regalado potes de leche en polvo que se venden en el mercado negro a ¡¡¡100 dólares!!!

Aquí son caros hasta los aguacates. En el interior se cultivan en gran cantidad, pero como no hay facilidades para transportarlos a la capital se venden a precio de oro, tres dólares la unidad. Pero es que incluso el azúcar tiene un precio prohibitivo en un país cuyo origen está ligado a las plantaciones de caña. Algunos años se exporta en exceso y quienes han pasado la vida trabajando en los cañaverales no tienen con qué endulzar el café.

En Guyana se nacionalizó absolutamente todo sin que esa política revirtiera en beneficio de sus habitantes. El partido opositor lleva tiempo defendiendo la liberalización de parte de la industria y el comercio en favor de la pequeña burguesía, porque considera que así se incentivaría la actividad económica, generando empleo y recursos. Pero no, todavía hay economía planificada de estado, y mientras las posibilidades de montar negocios particulares son mínimas, el presidente y su séquito viajan a lo grande a otros países, despilfarrando dinero cuando aquí apenas hay qué comer.

Quizás el cambio lo protagonicen los jóvenes que marchan a estudiar a países socialistas y luego vuelven convertidos en ingenieros, médicos o técnicos medios. Son quienes deben impulsar el desarrollo del país y gobernarlo, aunque lo más probable es que acaben comportándose como miembros de una nueva y acomodada burguesía.

 

Georgetown, 20 de julio

La escasez material no condiciona el carácter abierto de los naturales del país. Aquí todo el mundo tiene la palabra welcome en la boca y, sin distinción de clases sociales, te abre las puertas de sus casas para compartir un vaso de ron.

Ayer estuvimos en un pueblito a las orillas del río Essequibo, un sitio precioso cerca del cual hay un fábrica de ron que da trabajo a sus habitantes. Una pareja joven con una niña nos invitó a comer. Qué gente tan dulce y hospitalaria...

Parece que en el campo se vive algo mejor que en la ciudad, donde un oficinista gana solo 500 dólares guyaneses al mes (unas 25.000 pesetas). Con ese salario y los precios de los alquileres y los productos de consumo cotidiano un joven no puede vivir por su cuenta. Conocemos a una oficinista que continúa habitando en la barraca de su familia: dos camas de matrimonio en el dormitorio, remiendos de uralita en el techo, planchas de madera inestables a modo de suelo, piezas de cartón para separar las dos únicas estancias...Y encima está obligada a pagar cada día un taxi para ir a su trabajo, ya que vive en las afueras de la ciudad y no hay autobuses ni ningún otro medio de transporte público.

Georgetown, 21-8-1984

Durante los atardeceres el cielo se “agranda” en la línea del Ecuador, los colores de las palmeras brillan y las nubes toman formas sorprendentes. Resulta delicioso pasear entonces por el malecón con la caricia de la brisa del mar.

 

Georgetown, 22 de julio

Una manifestación de la naturaleza difícil de olvidar: los nenúfares gigantes de flor roja cubriendo espontáneamente lagos y balsas de agua.

 

Paseo por el malecón al atardecer.

Matthew´s Ridge, 25 de julio

Hemos viajado a Port Kaituna en el único tren de pasajeros que circula en el país. Sólo está a 45 kimómetros de aquí, pero tardamos tres horas en ir y media hora más en volver. Un único vagón de madera, sin puertas ni cristales en las ventanas, recorre esa distancia en medio de la selva varios días a la semana. El techo del tren es de uralita y por las ventanas entran montones de variopintos insectos de todos los colores, desde las mariquitas verde esmeralda hasta los saltamontes de patas naranja.

El pueblo de Port Kaituna parece todo él un desguace. En cuanto llegas ves en el centro autobuses desvencijados de los que se utilizaban hace años en Georgetown, montacargas de una mina de manganesio abandonada y otras herramientas inservibles.

La selva es tan tupida que no se puede avanzar por ella para trasladarse de un pueblo a otro, pero apenas viven en la comarca unos pocos amerindios y buscadores de oro llegados de otros puntos del país.

Port Kaituna, un pueblo en desguace.

Matthew´s Ridge, 26 de julio

Hoy he visto muchos amerindios borrachos, mujeres y niños sobre todo. Una vieja, ciega de ron, necesitaba ayuda para caminar. Y un niño de no más de ocho años se revolcaba por el suelo, pedo perdido.

 

Una mujer y tres niñas amerindias.

Matthew´s Ridge, 27 de julio (durante el día)

Estamos en el aeropuerto desde hace dos horas. La “terminal” es una caseta de madera azul turquesa de cinco metros de largo por cuatro de ancho sin radar ni teléfono, pero con “bar”, el que atiende una chica de trencitas mil con varios cubos de colores: uno para lavar los vasos, otro para el refresco (ignoro de qué, pero delicioso) y otro para el ron, que se termina en un decir amén.

No sé por qué todo el mundo ha venido aquí a las 11 de la mañana, ya que el avión (el único del día) debe salir a las 15,30. Y escribo “debe” porque no está nada claro que lo haga. Seguro que el cielo nublado y las fuertes lluvias retrasan su salida de Georgetown. Eso, en el mejor de los casos porque, en el peor, se quedará en tierra.

La gente conversa tranquilamente, abundan las risas, se oye música de una radio y también un pajaro rarísimo, vete a saber de que especie, cuyo canto es igual al que producen las puertas con las junturas desajustadas.

Los amerindios parecen tristes. Son los únicos aborígenes, pero tal vez se sienten marginados en su propia tierra. Al resto de la población se le nota más contenta y en general todos los habitantes, incluidos los más desarraigados, no se muestran recelosos, sino todo lo contrario: confiados y hospitalarios.

Mattiew´s Ridge es terreno ganado a la selva. Da pena ver las minas de magnesio abandonadas con su triste herencia de carriles y vagonetas oxidados. Al margen de la gestión del gobierno, que no se ha lucido precisamente, Guyana necesitaría más población para alcanzar cierto desarrollo. Eso, y desde luego, el apoyo financiero de otros países, quizás más probable tras posibles cambios en la cúpula dirigente, comenzando por el presidente, que lleva en el poder desde 1963.

En esta zona del interior, donde casi no hay gente de origen hindú, se habla un criollo muy distinto del de Georgetown y del todo incomprensible. Curiosamente, hemos encontrado algunas personas que conocían palabras sueltas de español, entre ellas una tía que manejaba todo el repertorio relacionado con la cama: chingar, pito, coño...Al principio nos hizo gracia, pero cuando la volvimos a ver estaba muy borracha y pesada.

Matthew´s Ridge, 27 de julio (por la noche)

Pese a que por la mañana nos hemos despedido de todo el mundo, estamos de nuevo en el hotel. El avión ha llegado por fin, pero como no podía aterrizar por las nubes y la niebla, ha vuelto a Georgetown, algo que no acabo de comprender porque viniendo del aeropuerto he visto parte del cielo despejado.

Dicen que conseguiremos regresar mañana, sábado, y si no, el domingo, o sea, que ni se sabe. El caso es que habíamos quedado con Steve en ir mañana a aquel pueblito de la central azucarera cuyos habitantes eran tan amables. Me sabría mal no volver a verlos.

Justo ahora llega el camión con gente del aeropuerto. Nosotras nos hemos adelantado en un land-rover.

Vinimos aquí con todo pagado y nos estamos quedando sin dinero. No sé cómo nos las vamos a apañar dos días más.

 

Matthew´s Ridge, 28 de julio (primeras horas de la mañana)

Seguimos en Mattew´s Ridge. Cayó agua en cantidades industriales durante la tarde de ayer y ha seguido lloviendo fuerte toda la noche pasada, pero el cielo está ahora despejado. Queda por ver si salimos hoy y si podemos llamar por teléfono, porque sólo hay línea algunas horas al día.

 

Matthew´s Ridge, 28 de julio (primeras horas de la tarde)

He intentado llemar a Georgetown, pero no hay manera. También a Port Kaituna, y tampoco, pero porque nadie ha contestado, al menos en este caso funcionaba la linea.

El dueño del hotel, un hombre agradabilísimo, nos ha asegurado que marcharemos manana a las dos de la tarde. Veremos si vuela el avión y si está depejado para que aterrice. Ojalá que sea así, porque el día 1 tenemos que regresar a Londres y mañana, domingo, ya será 29.

Otro problema es el del dinero: nos hemos quedado sin blanca tras pagar la noche y las comidas extras de ayer. Tendremos que comer y dormir gratis, supongo que sin problema porque nos tratan con enorme hospitalidad. De todos modos, el cielo se está despejando, hay partes azul turquesa y cocoteros que brillan al sol. Si esto sigue así, lo lógico es que haya avión.

La tarde de ayer la pasamos, invitación tras invitación, en un bar contiguo al hotel adornado con posters pornográficos. Los parroquianos bebían sin parar, sobre todo unas chicas amerindias que hasta me llegaron a dar pena. El reggae y el dub no es su música, pero querían mostrarse provocativas, al estilo de negras y mulatas, sin conseguirlo: se movían con brusquedad, desencajadas, faltas de armonía y sensualidad, de modo casi esperpéntico. Aquí cuando bailan reggae y dub hacen como si follaran, y resulta de lo más erótico.

Hay un insecto que, según una leyenda local, grita llamando al sol, pero el caso es que ahora se hacía oir con ganas y brilla el sol. De unos seis centímetros de largo, emite un ruido brutal, tan brutal que cuando lo oí por primera vez el martes creí que era una locomotora de tren que se acercaba.

En realidad, no sé cómo consigue subsistir la gente, ya que hasta los cocos van carísimos, y eso que lo hay en todas partes. Excepto lo que produce la tierra, todo aquí es de contrabando, incluidas las cerillas, que las traen de Brasil para venderlas en el mercado negro a un dólar la cajita. La población no tiene acceso a nada, o casi nada. Ni harina, ni queso, ni cerillas...Vaya plan.

Desde que hemos llegado ha caido agua cada día, y a cántaros. Los mapas Michelín incluyen una referencia a la época de lluvias de cada país, pero no hay mapa Michelín de Guyana. Sólo encontré uno de Venezuela en el que también estaba incluido este territorio, o sea que vinimos sin saber qué tiempo íbamos a encontrar. Ahora el cielo está gris y blanco, a rayas

Mantos de lluvia sobre Mattew´s Ridge.

Matthew´s Ridge, 28 de julio (por la noche)

Vuelve a caer con ganas. Otra vez llueve que te lloverás. Aquí no solo hay más precipitaciones que en Georgetown, por la selva, sino que son mas intensas, como cortinas de agua que el viento esparce por las terrazas. Agua a raudales y en cualquier momento, ya que casi nunca se despejan las nubes. Desde luego, en Matthew´s Ridge no conocen la sequía, pero tampoco se ven campos cultivados. Para mi que estas lluvias, tan escandalosas, los destrozarían.

El día que fuimos al río Demerara también llovía así y debimos esperar a que amainara para subir a la lancha, aunque luego tuvimos un día potable. Recuerdo de manera especial las mariposas azules: grandes como la palma de la mano y brillantes como el cristal.

Al final no hemos podido conectar con Georgetown durante toda la jornada y me sabe mal, sobre todo por Steve, que quizás esté preocupado por nosotras. La verdad es que cada vez estamos más aburridas al no poder charlar con nadie. Al menos en Georgetown Steve nos hace de traductor y además algunos de sus amigos hablan francés.

 

Matthew´s Ridge, 29 de julio

Seguimos en Matthew´s Ridge, a la espera de que el avión llegue a las dos de la tarde mientras el cielo se nubla otra vez. El amanecer ha sido maravilloso. La vista desde la colina convertía las nubes, muy bajas, en un mar de espuma por encima del cual sobresalían montañitas y árboles gigantescos. La vegetación de este territorio, selvático en un 95 %, no deja de alucinarme.

La cocinera del hotel de Matthew´s Ridge.

Londres-Barcelona, 3 de agosto de 1984

Escribo en el avión ya cerca de Barcelona. El viaje de vuelta está siendo muy cansado: Georgetown-Trinidad-Barbados-Londres-Barcelona.

En Trinidad, donde hicimos una escala de nueve horas, conocimos a un guyanés indio encantador, un piscólogo que hablaba castellano, pues había vivido cinco años en Venezuela, y era amigo de Martin Carter. Cuando le contamos que habíamos salido por las noches y nos habíamos movido libremente por Georgetown, nos dijo que tuvimos suerte de que no nos pasara nada, ya que en la ciudad hay mucha violencia y crecientes robos, hasta el punto de que él no sale a pie de noche. Nos dijo que los ladrones entran en las casas con machetes y llegan a matar aunque los propietarios les hayan dado todo lo que tienen de valor. También nos explicó que a veces los soldados entran en las casas de los indios con metralletas para robar...Será verdad, pero nosotras nunca nos sentimos en peligro, aunque hicimos caso de las advertencias de Steve y fuimos prudentes.

En realidad hemos completado el viaje con una estrella en la frente. Ni siquiera tuvimos problemas al entrar y salir del país, pese a que en ocasiones la poli se pone tan pesada que la gente llega a perder sus vuelos.

Y ¿qué decir de la gente que hemos conocido? La familia de Rubina fue encantadora con nosotras. Amina, que gana una miseria, nos regaló una botella de ron a cada una. Su hermana nos obsequió con mantelitos de ganchillo tejidos por ella, sin habernos tratado apenas. Y su hermano no solo nos hizo collares con un diente de tigre y bolitas de plástico, sino que el último día vino a despedirse chorreando sudor pero con una enorme sonrisa tras correr durante media hora.

El viaje ha resultado interesante, pero también agotador, ya que fue imposible dormir por culpa del calor, los mosquitos, las incomodísimas camas, la música de los vecinos hasta las tantas, la excitación de los desplazamientos...Guyana no es, ni de lejos, un país para disfrutar de vacaciones en el sentido más turístico del término y cada día que pase lo será menos. Nada de días relajados, baños en las playas, buenos restaurantes, un país tranquilo, por no hablar del gobierno que padece una gente que, pese haber sido maltratada durante siglos, se muestra bondadosa, dulce, amigable y hospitalaria.

Falta poco para aterrizar en Barcelona. El azul del Mediterráneo me trae el recuerdo del Atlántico en Georgetown con su color carmelita tras mezclarse con las aguas fangosas del río Demerara.

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