VIAJES /// Tumbos

David Fernández de Castro (Londres, 1969), cuarta firma invitada de LSN, tiene como actividad principal la realización de documentales cinematográficos, pero también ha escrito dos libros, el primero, junto con Lola Barceló, sobre la película Monos como Becky, de Joaquin Jordá, y el segundo, Crónicas Ibéricas, ya en solitario, en el que sigue los pasos del pastor protestante George Borrow, gran propagandista de la Biblia e introductor de la religión protestante en España durante el siglo XIX. Director en 2010 de Anatomía de un atentado, documental sobre el atentado de la ultraderecha a la revista satírica El Papus, y de La muerte silenciada, centrado en el suicidio y emitido el 17 de febrero de 2013 en Documentos TV de La 2, David ha sido también el realizador de otro documental recientemente estrenado, Operación Impala, sobre el célebre modelo de moto de la marca Montesa. Gran apasionado de la literatura de viajes, mantiene un blog en la revista Altaïr y es miembro de la peculiar George Borrow Society, a la que dedica el siguiente artículo.

Cónclave borrrowiano en Salamanca

¿Qué hacen dos ingleses o más en una sala? Pues formar una sociedad literaria (si no la han hecho ya antes de entrar). En mi caso, y mientras me documentaba hace unos años sobre el libro La Biblia en España (el relato de las aventuras peninsulares del decimonónico escritor y vendedor de biblias inglés George Borrow), me topé con la George Borrow Society. Me pareció increíble que pudiera existir semejante asociación y me afilié alegremente (qué quieren que les diga, hay cosas menos sociables, como por ejemplo coleccionar sellos).

 

Dos veces al año recibo en mi casa un sobrecito beige con el Bulletin en su interior, un cuadernillo que redactan y editan ellos mismos sobre temas borrowianos de lo más variopinto. También, año tras año, declino la propuesta de asistir al meeting anual. Pero aquella vez no tenía excusa. Habían escogido Salamanca (Borrow estuvo allí en 1837) y, entre otros actos oficiales, estaba prevista la presentación a la Society de mi libro Crónicas Ibéricas, en el que narro mi viaje por España siguiendo los pasos del inglés (abusando de su confianza, algunos de los socios que viven en España, y que durante mis pesquisas me ayudaron desinteresadamente, encima, acabaron convertidos en personajes en el libro, así que voy a ser un tanto vago al describirlos para no azorarlos nuevamente).

 

De los 120 miembros (frikis sugirió un locutor de radio salmantino) que hay esparcidos por el mundo -Birmania incluida- nos las apañamos para reuniros en Salamanca una cuarta parte, 31. El perfil de un afiliado sería el de un hombre maduro de entre 65 y 75 años, académico -preferentemente jubilado- y que vive en la campiña. También hay mujeres muy activas, como su presidenta Ann, pero más bien sobrellevan la afición de su marido con encomiable paciencia y una considerable dosis de apoyo.

 

El primer día fuimos recibidos, entre otros, por el profesor Alfredo Pérez Alencart en una estilizada estancia gótica de la Facultad de Geografía e Historia. El lugar realzaba el acto y casi daba vergüenza haberse presentado en vaqueros. La luz irrumpía a borbotones, recortando la silueta del orador en pie que capturaba sobre su cabeza las partículas de luz en suspensión, como una aureola. Casi parecía que Fray Luis de León acabara de abandonar la sala en busca de un palimpsesto olvidado para la lección.

 

Al día siguiente nos recibieron en la Casa-Museo de Unamuno. La Society realizó entrega del cuadro titulado “Unamuno lector de Borrow”, obra del salmantino de adopción Miguel Esteban. Junto a mí, Kimiko, una joven banquera japonesa. ¿Cómo llegó a sentirse fascinada por el viajero inglés? Lo ignoro, tan sólo supe que durante un tiempo fue trasladada por su casa matriz a la City de Londres.

 

Nuevo día y nueva actividad: viaje en autobús para recorrer lugares borrowianos en las afueras de la ciudad. Me he sentado junto a Nick, un profesor de universidad jubilado que habla un excelente castellano. Resulta ser especialista en cultura mozárabe. Frente a mí, Paddy, un maestro irlandés emigrado a Londres. Aparte de Borrow, también investiga la obra de D. H. Lawrence. Paddy siente empatía por este hijo de minero que, al igual que él, debió labrarse su propio futuro. Nick y Paddy miran absortos por la ventanilla y comentan cuánto ha cambiado España. Ambos cruzaron nuestro país en auto stop a principios de los sesenta, todo un cliché para los jóvenes británicos en aquella época.

 

Llegamos al campo de batalla de los Arapiles, que Borrow visitó veinticinco años después de que allí se encumbrara su paisano Wellington. Mientras bajamos del autobús Nick me confiesa que se siente un poco conmocionado. Considera una especie de profanación andar por este páramo donde miles de personas murieron violentamente. Todavía recuerda cuando de niño oía silbar las bombas alemanas. Ciertamente, el lugar es sobrecogedor, con dos colinas enfrentadas desde las que se destrozaron ambos ejércitos con su artillería.

 

Mientras bajamos la loma, James, un librero anticuario, impecablemente vestido con traje de lino y sombrero panamá por el que asoma un flequillo pelirrojo que se desmaya en su frente, me confiesa que ha cogido su primer avión. Rondará los sesenta y tantos y sólo se ha saltado su norma antiaérea por Borrow. Junto a nosotros camina con decisión Murphy, atlético y bronceado. Rápidamente identifica el águila ratonera que se recorta en el horizonte. Aparte de borrowiano también es un amante de la ornitología. Su formación es de perito agrónomo, pero resultó que tenía una habilidad innata para arreglar coches. Empezó como hobby con un BMW y sus convecinos, que andaban más necesitados de mecánicos que de agricultores, poco a poco lo convirtieron en reparador de sus vehículos y tractores.

 

Nuevamente en el autobús cambiamos de parejas y ahora me toca Francis. Me cuenta que se licenció en Oxford en filología alemana y francesa y que lleva toda su vida trabajando para una acería, traduciendo informes sobre la competencia. Acaban de ser comprados por la compañía india de un multimillonario parsi y descubrimos nuestro común interés por estos descendientes de los persas, los últimos zoroastristas adoradores del fuego.

 

Llegamos a nuestro segundo enclave borroviano, Pitiegua, y profanamos la paz de esta aldea con la irrupción de nuestro autocar repleto de sexagenarios extranjeros. Martin, un ingeniero eléctrico recién jubilado, lee ante la iglesia con aire solemne (quizás por haber trabajado como civil para el ejército) el capítulo en que Borrow relata cómo al llegar el cura le invitó a tomar tocino y “comer cuantos huevos quisiese”. Rápidamente mis compañeros lo identifican como unos sabrosos bacon and eggs.

 

Llega por fin –y ahora sí que ya entro en materia- el día de la presentación de mi libro en la magnífica Sala de la Palabra del Teatro Liceo. Lejos del rigor académico, Peter, un escritor holandés afincado en Galicia, se venga por haberlo mencionado y desvela nuestros correos electrónicos, en los que queda patente lo poco preparado que estaba para embarcarme en la escritura de un libro de viajes. Tengo que oír cosas como: “Pretendía hacer todo Galicia en una semana en transporte público. ¡Porque, señores, ni tan sólo tiene carné de conducir!”. Al principio los salmantinos asistentes reaccionan desconcertados. El humor anglosajón les coge desprevenidos, pero poco a poco se relajan y aceptan a estos excéntricos que han tomado su ciudad. Disfrutan, se ríen y hasta aplauden. Pese a todo, el retrato de Peter es incluso benévolo y me describe cargado con un macuto y no revela que en realidad era una maleta con ruedas. Patético.

 

Nuestra reunión salmantina concluye con una solemne cena en el Colegio de los Irlandeses. Me siento con Brigitte, mujer madura y siempre con una sonrisa. Es descendiente del filósofo inglés Cowper Powys y hacía unas semanas nos había sacado de un atolladero. Los cocineros del Colegio habían traducido el menú al inglés y el término “marchons de pato” había desconcertado a estos hombres y mujeres tan leídos. Cruce de correos electrónicos llenos de teorías y al final tuvo que ser una francesa, cómo no, la que nos hiciera notar que posiblemente se refreía a “manchons”. El pato estaba excelente.

 

Finalmente, nos despedimos entre abrazos y loas a Borrow en el patio renacentista del Colegio. Ya de vuelta en Barcelona, en lo que a mi respecta, he aprendido dos cosas. La primera, que el famoso individualismo inglés es más bien una selección de afinidades. Valoran su tiempo por encima de todo (time is money acuñaron) y por ello crean asociaciones para asegurarse una conversación inteligente. La segunda, que desde la presencia de Wellington en la ciudad, nunca los salmantinos se movilizaron tanto para hacer agradable su estancia a unos hijos de la Gran Bretaña.

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