VIAJES /// Tumbos

Caminos y caminitos de Málaga

Torre del Mar, enclave turístico del extenso municipio de Vélez-Málaga en una zona de costa dedicada al cultivo de la caña de azúcar durante siglos, fue la base. El Parque Natural de las Sierras de Almijara, Tejeda y Alhama, el escenario de algunas caminatas con tiempo siempre cambiante. La Axarquía y el sur de Granada, los territorios por los que nos desplazamos en coche. Málaga capital y al famoso Caminito del Rey, dos imprescindibles destinos. En total fueron ocho días de estancia y dos de viaje: 800 kilómetros para ir, otros tantos para volver e idéntica cantidad para movernos de aquí para allá por esa parte de la Costa del Sol pegada a unas sierras con tanto valor natural como histórico.

Caminos de amanecida

La salida del sol por la punta de Torrox recarga la batería que alimenta de calor y color la estancia en Torre del Mar. Cuando abandono el hotel todo es oscuridad, soledad, silencio. Casi lamento el madrugón, pero el día se desvela conforme recorro el litoral en dirección a Caleta de Vélez o las playas de guijarros al oeste del río. Primero vislumbro figuras aisladas y lejanas luces parpadeantes. Luego, grupos de paisanos que delante de algunas casetas charlan a la espera de arrastrar desde la orilla redes lanzadas a 50 metros por minúsculas embarcaciones a motor que previamente han empujado hasta el agua. Y con la primera luz del sol, festejada con estruendo por gorriones y jilgueros, me cruzo con docena y media de personas, la mayoría añosas, mudas y abrigadas. Ofician como avanzadilla de las que, mientras regreso al hotel, parecen apropiarse con decisión de la mañana: gentes del país y extranjeras, solas o en pareja (nunca en grupo), con o sin perro (muchas con dos), al paso, en bicicleta, corre que te corre...

La secuencia se repite, sólo el cielo cambia de un día a otro. Estamos entre febrero y marzo. Las nubes, la calima, la lluvia y el viento condicionan lo espectacular de la irrupción del sol en un horizonte gris o azul y dificultan observar el vuelo de gaviotas, cormoranes y otras aves, incluidos los patos que nadan en la desembocadura del río Vélez, solo una de las 245 especies avistadas allí. Cerca de esa zona, preservada del cemento por su valor ecológico, comienza el sendero litoral de casi cuatro kilómetros que acaba, al este, en el puerto de Caleta de Vélez. Allí, durante nuestro primer atardecer en la costa malagueña, reparé en una solitaria garceta posada en las rocas. Siete días después, tras el último amanecer, un madrugador paseante embozado pareció imitar el logotipo local de bookcrossing mientras yo fotografiaba el buzón con libros que tenía delante.

 

Sentir el frescor de la mañana en la cara nada más dejar el hotel. Andar a trompicones por el borde del agua. Contemplar con la mente en blanco la salida del sol. Seguir el arco que dibuja la caña de un pescador. Esperar hasta que una bandada de aves levante el vuelo. Apreciar el gesto cómplice de un desconocido. Seguir las evoluciones de la brigada municipal que limpia el amplio paseo marítimo. Encontrar un libro (en finés) del humanista sueco Axel Munthe junto a varios del pacifista español Gonzalo Arias en los anaqueles de bookcrossing. Apretar el disparador al tuntún por si la luz del momento regala una buena foto. Saludar con media boca al guardián del interesante edificio con estructura circular del Club Náutico...Momentos benéficos. Miradas casi instintivas. Actos tan simples como significativos. Mojones de dicha, o algo parecido, en los caminos de amanecida.

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Caminitos urbanos

Cada vez que pretendemos escapar de la ciudad, acabamos extendiendo su lógica a todo el territorio”. La moderna repoblación de la Axarquía no se ha librado de la perversa deriva que denuncia el sociólogo Juanma Agulles, pero el Parque Natural de las Sierras de Almijara, Tejeda y Alhama preserva buena parte de su escarpado territorio. En la zona habitada, estrechas y reviradas carreteras conducen hasta localidades originariamente pequeñas, y muchas emplazadas a considerable altura, que ahora se han desparramado entre bancales donde como por milagro siguen fructificando cepas, naranjos, olivos, almendros y algarrobos. En el oriente malagueño la urbanización intensiva continúa tierra adentro más allá de los 15 o 20 kilómetros habituales en la costa mediterránea española. Por fortuna, el resultado no es tan horripilante ni provoca el mismo ahogo que en otros sitios, algunos próximos. Bien sea por el arraigo de las poblaciones o la historia que atesoran apetece perderse por sus callejuelas. Nosotros lo hacemos, en días sucesivos, por Algarrobo, Frigiliana, Cómpeta, Archez, Salares, Sedella, Sayalonga, Corumbela, Arenas, Alcaucín... En todo los casos, nos tira acceder a los lugares más elevados para ganar campo de visión, a veces por encima de las nubes. Los pueblos, urbanizaciones y cortijos copan el territorio más cercano al mar, pero también abundan frente al singular boquete de Zafarraya, distante casi 40 kilómetros.

A estos paseos urbanos en la Axarquía sumamos otros por una Málaga soleada y repleta de gente el víspera del Día de Andalucía. En realidad, nos movemos únicamente por el cogollo capitalino, circunstancia que permite calificar de caminitos los que transitamos primero solos (alcazaba, teatro romano, catedral, castillo de Gibralfaro, parque...) y, mediada la tarde, en compañía de una pareja malagueño-vasca. Previa parada en el flamenquísimo Café de Chinitas, Ernesto y Arantza nos guían en un ameno recorrido que acaba en la librería Proteo, en cuyo interior pueden apreciarse paramentos de la vieja muralla musulmana. Apropiado final de nuestra corta estancia en una ciudad convertida en destino preferente del turismo cultural gracias a sus 36 museos (Picasso, Thyssen, Bellas Artes, CAC, Pompidou, Ruso, Vidrio y Cristal, Antonio Ordóñez, Gerald Brenan...)

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Caminos de rebeldía

Crueles sometimientos colectivos, ásperas diferencias religiosas, ambiciones personales más o menos legítimas, irrenunciables reclamaciones de justicia, compromiso con ideales de progreso... Estos y otros factores igualmente determinantes motivaron las rebeldías que tuvieron por escenario las actuales provincias de Málaga y Granada, pero también debieron favorecerlas lo benéfico del clima y la empinada orografía, según los casos. Sea como fuere, allá por donde vamos hay monolitos, esculturas, carteles y referencias escritas que rememoran revueltas, las más antiguas en Al Andalus. Pero retrocedamos con orden por las páginas del libro de la historia...

En la oficina de información de Cómpeta se anuncia una ruta senderista, finalmente no señalizada, que debería transcurrir por parajes de esa localidad y otras próximas, como Frigiliana y Nerja, donde operó entre 1939 y 1945 la Agrupación Guerrillera Málaga-Granada, objeto de la concienzuda investigación que Juan Morente ha plasmado en Causa perdida, libro de reciente publicación. En Málaga capital, el obelisco de la plaza de la Merced homenajea al general liberal José María de Torrijos y Uriarte, fusilado en 1831 por orden de Fernando VII, el rey felón. En Frigiliana, varios murales de cerámica informan sobre la rebelión morisca de la Axarquía, encabezada por el vecino de esa población Hernando el Darra y sometida a sangre y fuego en 1569 por el comendador mayor de Castilla, Luis de Zúñiga y Requesens. En Bobastro, al lado del Caminito del Rey, hay paneles que explican la sublevación de Omar Ben Hafsún contra el emir de Córdoba y, mucho más importante, las ruinas de la iglesia mozárabe, destruida por orden de Abderramán III en 928, que testimonia su posterior conversión al cristianismo

Luis Muñoz García, el Bizco de El Borge, que hasta cuenta con una especie de museo en su pueblo natal, podría ser considerado también un rebelde, pero aún persiste, tanto tiempo después de su muerte en 1889 (envenenado y luego rematado por la Guardia Civil en la población cordobesa de Lucena), una frontal controversia sobre su figura. Para sus defensores, fue un generoso bandolero con causa. Para sus detractores, el sanguinario jefe de una partida que, formada en la Axarquía, cometió desmanes sin cuento en territorios andaluces distantes entre sí. Y, ya que la menciono, ¿la pervivencia de la letra x en el nombre de la comarca no refleja una indomable resistencia a la norma lingüística? Yo diría que sí. Igual que creo percibir un gen levantisco ancestral en los pescadores de Torre del Mar que me observan recelosos por el rabillo del ojo mientras lanzan de madrugada las redes del copo, arte de pesca tradicional prohibida.

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Caminos serranos

La abundancia de rutas por el perímetro y el interior del parque natural complica escoger la de cada jornada. Luego, sobre la marcha, optamos por otra, recortamos la elegida o decidimos tomar el primer desvío que nos sale al paso. Nos falta sistemática. Somos senderistas del tipo inconsistente. Preferimos caminar al albur, y ni tan siquiera usamos wikiloc, endomondo u otra aplicación de ese estilo. Además, las circunstancias mandan. Durante los primeros días Menci lleva el brazo en cabestrillo tras una caída en vísperas del viaje. La intensa nubosidad nos disuade de intentar el ascenso a La Maroma, Lucero u otras cimas con espléndidas vistas. Y, por si todo esto fuera poco, remoloneamos antes de abandonar el hotel a horas adecuadas para afrontar según qué trayectos. Así que, al final, allá vamos y... que salga el sol por Antequera.

En Frigiliana, toma de contacto con la sierra, nos limitamos a seguir una vereda que comienza en lo alto del pueblo, más que nada para ganar perspectiva. En Sedella, tras recabar información en el Centro de Visitantes del parque, avanzamos por uno de los senderos que llevan a La Maroma, pero volvemos sobre nuestros pasos un par de kilómetros arriba de la restaurada cabaña del guarda. En Alhama de Granada la luz cambiante de la tarde añade encanto y algo de misterio a las paredes calcáreas de Los Tajos, el puente romano, los molinos y fábricas de harina en ruinas y la ermita-cueva de Nuestra Señora de los Ángeles. En Cómpeta realizamos en cinco horas la ruta Campo de la Mina-Pradillo por trochas pedregosas pero espectaculares, en especial las que, tras cambiar de vertiente, permiten divisar Nerja y otros puntos del litoral. En Otívar pretendemos descender por el sendero del Río Verde hasta donde nos sintamos capaces, pero regresamos antes de lo previsto. ¿Para qué, si no, hemos leído con atención el panel que, frente a la impactante Crestería de los Poyos del Pescado, avisa de la dificultad del camino y recomienda no hacerlo con clima adverso? De repente, cuando queda poco para la Cascada de los Árboles Petrificados, la niebla nos invita a dar la vuelta. Y, en lo que a mi respecta, encantado, por no decir aliviado. La bajada por el jodido barranco me está causando más impresión que el garbeo de la víspera por el Desfiladero de los Gaitanes...

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Caminito del Rey

Hemos reservado con semanas de antelación entradas para el Caminito del Rey. Es ya un gancho turístico principal de Málaga: museos, Semana Santa, festivales, Costa de Sol y...ese pasadizo colgante sobre un paraje excepcional. Situado entre Ardales y Álora, tardamos más de una hora en llegar, pero nos sobra tiempo para leer a la entrada que el nombrecito sólo obedece a haber sido inaugurado, entre farra y farra, por Alfonso XIII en 1921, quince años después de su construcción. Así se reescribe la historia, verse o no sobre testas coronadas. ¡Que infamante paradoja! ¡Qué falta de respeto a los trabajadores que durante decenios se jugaron allí la vida! La pasarela de madera fue adosada a la roca del Desfiladero de los Gaitanes sin otra finalidad que facilitar el mantenimiento del canal que alimentaba el Salto del Chorro, una de las primeras centrales eléctricas de Andalucía. Con el paso de los años dejó de ser utilizada, fue deteriorándose y, hasta su celebrada remodelación en 2015, acabó convirtiéndose en un reto para amantes del riesgo.

El caminito se extiende, frente a los túneles y viaductos de la línea férrea que une Málaga y Córdoba desde 1865, por el lado derecho del cañón excavado por el río Guadalhorce, según el sentido de la corriente. Con hasta 700 metros de profundidad y tramos de sólo 10 de anchura, lo atravesamos cómodamente a pie sobre una elevación media de 100 metros. Las condiciones de seguridad en la parte suspendida sobre el vacío son óptimas. Cualquier persona puede recorrerlo, incluidas las que, como yo, sienten vértigo moderado. No lo aconsejo, sin embargo, para quienes asocian naturaleza con tranqulidad, soledad o silencio. El indiscutible éxito del tinglado lleva emparejada la condena de visitarlo a mogollón, sobre todo en el primer tercio de sus 3,7 kilómetros, a los que deben sumarse otros tantos a pie para acceder y abandonar el lugar.

La hora de la reserva es meramente indicativa y tampoco guarda relación con un estricto acceso por cupos, o eso sucede el primer día de marzo de 2017, un jueves cualquiera. La mañana, soleada durante todo el trayecto en coche, se complica llegando a Ardales. A medio kilómetro de la entrada, ya en el sendero de tierra, la niebla amenaza con frustrar la excursión. Pero no sólo se levanta, sino que, de improviso, los rayos del sol dibujan una curioso cuadro sobre el Guadalhorce. No hemos visitado museos en Malága, pero el reflejo de roquedales y pinos en el río regala una muestra de arte efímero a caballo entre un cuadro del último Monet y una fotografía de Cy Twombly. Antes de comenzar el caminito nos facilitan un casco blanco e impoluto junto con una redecilla que el empleado que da intrucciones califica de higiénica. Y de esa guisa recorremos el desfiladero. Como putos reyes...

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Caminos a Granada

Primero por el oeste y luego por el este, nos acercamos a Granada, pero renunciamos a visitarla. Ciertos lugares reclaman tiempo, atención, mentes despiertas, pasos tranquilos. El trotecuto no es recomendable en ningún caso, pero menos en la ciudad del Alhambra y el Generalife, por cuya circunvalación acabamos transitando de regreso a casa. Menci se ha mostrado tajante: de ningún modo está dispuesta a volver por la costa. Aún le dura el espanto, trufado de indignación, que le ha producido comprobar cómo los invernaderos invaden ya toda clase de terrenos alrededor de la autovía en los casi 200 kilómetros que distan entre Níjar y Nerja. De semejante sobrexplotación sólo cabe esperar, afirma ceñuda, pan para hoy y miseria para mañana

Alhama, la del romance quejumbroso del rey nazarí, es el punto final del primer avance hacia el norte. En realidad, pretendemos ir a Alcaucín, pero enfilamos hacia la sierra de Enmedio, despiste que nos lleva por espacios más abiertos, arbolados y floridos. Luego, tras desviarnos a Periana, llegamos por fin a Alcaucín y, desde allí, traspasado el boquete de Zafarraya, al polje del mismo nombre, uno de los más característicos de la península. Cuando 20 kilómetros adelante entramos en Alhama, la banda municipal ameniza la fiesta de Carnaval en la plaza de la Constitución, por donde pululan cientos de personas, bastantes disfrazadas. Son más de las dos y, dada la algarabía, nos apresuramos a ocupar mesa en un restaurante de la misma plaza. La comida, tan solo contundente, nos induce enseguida a caminar por Los Tajos. Una familia gitana nos acompaña durante un trecho. El hombre, cuarentón, cuadrado, listo y campechano, vende casas antiguas y tras la primera ojeada nos cataloga como buena gente. ¿No querríamos una casa en un sitio tan precioso? Su hermana, que al parecer está visitándole, apoya la oferta tibiamente, pero sus dos sobrinas, ya casi adolescentes, tuercen sin disimulo la cara. ¿Vivir en Alhama? A quien se le ocurre...

La vuelta a Torre del Mar es tan rápida como lenta la que nos lleva días despues de nuevo a Alhama. Y también sin apenas proponérnoslo, aunque en esta ocasión por el este. En la carretera de la Cabra, nombre que lo dice todo, apenas circula nadie desde la apertura de la autovía Motril-Granada, pero exige conducir despacio, además de que, rebasado Otívar, nos detenemos varias veces para contemplar la imponente panorámica que, entre nubes, depara la subida en picado de 1.200 metros desde Almuñecar. Una vez arriba, y dado que la niebla nos ha echado del sendero del Río Verde, decidimos seguir hacia el norte, ya con idea de completar por carretera el perímetro del Parque Natural de las Sierras de Almijara, Tejeda y Alhama (que según provincia o municipios se enuncia en distinto orden). El tiempo es frío y en Jayena comienza a caer la lluvia que nos acompaña hasta una Alhama en la que todavía vemos disfraces de caranaval. En esta ocasión nos detenemos sólo para comer junto al cerrado balneario los bocadillos de la caminata y para beber café en un bar en que tres parroquianos voceras tan pronto encomian los calçots como un pienso idóneo para evitar la aerofagia porcina. Al retomar la ruta sigue lloviendo con ganas, pero poco en comparación con la tomenta de granizo que nos pilla antes del boquete de Zafarraya. Por fortuna, amaina al iniciar el descenso hasta Alcaucín, desde donde el sol de la tarde nos acompaña hasta el hotel. Pretendíamos andar unos pocos kilómetros y hemos acabando recorriendo casi dos centeneres en coche.

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Camino del olvido (o de Loja)

De todo cuanto explico apenas guardaré recuerdo en unos meses, quizás incluso semanas. Es una razón, o sin más la razón, de este recuento: convertirse en badén reductor de velocidad en el camino del olvido. Sólo por eso ya vale la pena haberse afanado en escribirlo, pero al hacerlo con cierta pretensión informativa, pierde valor como banco de memoria. Y por eso conviene reforzarlo con imágenes que, más allá de su valor documental, hagan posible la recuperación de alguna de las sensaciones que indujeron a disparar la cámara. Como confío que ocurra con trece que he elegido para remachar este texto y que se reproducen abajo.

 

Las tres primeras las tomé en Torre del Mar tras el paso de la misma tormenta que nos había asaltado en la sierra. Las dos siguientes, en la catedral de Málaga (estremecido por la decapitación de San Pablo en el lienzo del valenciano Javier Román). La sexta, otra alegría, en una calle de Frigiliana. La séptima en el río Guadalhorce poco antes, como ya he explicado, de entrar en el Caminito del Rey, por donde volaba el águila de la octava y escalaba la figura minúscula con camiseta verde de la novena. La puerta de la décima corresponde a una casa del siglo XVIII en Alhama y la fachada colonial de la undécima, al antiguo ingenio de azúcar de Frigiliana. La duodécima captura el esplendor primaveral en la parte de la sierra que da a Nerja y la decimotercera, uno de tantos cielos nubosos que acostumbran a remarcar el perfil amenazador del boquete de Zafarraya.

Precisamente, de Ventas de Zafarraya sale un desvío que lleva por la A-341 a Loja, y que, sin haberlo tomado, no deja de darme vueltas en la cabeza. Tantas que todavía dudo si no es “Camino a Loja” el título que cuadra a este apartado. Jamás pensé que podría estar tan cerca de esa localidad sin querer volver. Y aún menos que su nombre me resultara igual de indiferente que Huétor, Armilla o Baza. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Cuándo desapareció de mi memoria el glorioso pero inenarrable episodio vivido allí y guardado con mimo durante treinta años? Ni idea. Las cuatro veces que pasamos junto a la señal de carretera sólo sentí el impulso de salmodiar para mis adentros el nombre de Loja, como si debiera decirme algo. Días después, ya volviendo a casa por la autovía, recuperé el recuerdo. De golpe. Sin saber cómo ni por qué. Con el detalle suficiente para rememorarlo durante mucho tiempo más. O, si llega el caso, rescatarlo del camino del olvido en este cuaderno de viaje por el sureste andaluz.

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