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Una semana invernal en Cabo de Gata, o en sus aledaños, depara algo

más que bienestar y largas caminatas. Día a día surgen sorpresas y, suscitadas por ellas, preguntas sobre la naturaleza, la historia y la economía de territorio

tan singular, además de un súbito interés por personajes que lo eligieron

como materia de investigación o refugio tras episodios vitales turbulentos.

El texto que sigue, organizado a modo de abecedario, no tiene otro objetivo

que incentivar la curiosidad de futuros viajeros. Completar estos mínimos apuntes, algunos profusamente ilustrados, será tarea suya.

Cabo de Gata: abecedario ilustrado

Agua Amarga

El agua amarga de la desmemoria, peor que la del olvido, me atraganta al cruzar la localidad de ese nombre, aunque de rebote brinda excusas para escribir algo como esto. De los días que pasamos aquí en la Semana Santa de 1977 apenas guardo un neblinoso recuerdo. Llegamos desde Barcelona en nuestro Dyane azul, alquilamos un minúsculo apartamento y deambulamos, entre el asombro y la congoja, por los parajes que nos había descubierto Juan Goytisolo. Pasados casi veinte años desde la publicación de Campos de Níjar todo era como lo había descrito. Entonces nos movimos por Carboneras, Níjar y Mojácar. Ahora volvemos para conocer mejor, y en lo posible a pie, una costa que Goytisolo definió como “árida y salvaje, batida por el viento en invierno y por el sol y el calor en verano, tan asombrosamente bella como desconocida”.

Bédar

La ruta de la minería de Bédar comienza y termina en el cargadero Tres Amigos. Circular y bien señalizada, integra dos tramos reveladores de la deriva socio-económica en el prelitoral del Levante almeriense. La mayor parte transcurre entre túneles, cuevas, galerías, explotaciones a cielo abierto, barrancos, desfiladeros, restos de traviesas de ferrocarril, tolvas, hornos de calcinación...Nadie trabaja allí desde la década de 1950, pero es fácil imaginar en qué condiciones se extraía, trataba y transportaba el mineral de hierro. Los nombres hablan por sí solos. Mina Pobreza. Mina Alerta. Mina Higuera. Vía Vulcana. Hoyo de Júpiter. Y también La Serena, pedanía encajonada en un pliegue montañoso desde donde, en un entorno por completo diferente, se alcanza por carretera Bédar y, poco más allá, de nuevo el cargadero Tres Amigos. En La Serena residen todo el año ocho personas, cinco naturales del país y tres extranjeras. En Bédar, cuyo blanco caserío resalta sobre una loma, más de la mitad del millar de vecinos son de fuera, sobre todo ingleses. Fuentes de varios caños manan en ambos sitios desde la época morisca. La agricultura regía la vida entonces. En el siglo XIX y comienzos del siguiente lo hizo la minería. El vaivén inmobiliario determina en la actualidad el pulso de un pueblo donde siguen edificándose cortijos residenciales.

Colores

De lejos mandan los negros, grises, pardos y ocres de la tierra, la blancura de cal urbana, el azul mediterráneo y el verde de matojos, palmeras, pitas y espartos. Dominante en la costa, esa paleta gana en complejidad e impacto con los minerales y los óxidos de las sierras, compendiados en la vistosa Rambla de la Granatilla y metafóricamente enmendados con el plata, uniforme y sucio, del mar de plástico en la llanura de Níjar. Esos invernaderos guardan otros colores y lo mismo ocurre con las cochinillas, blancas por fuera y rojas por dentro, que parasitan las palas de las chumberas. Siempre hubo cochinillas, como la del carmín, pero las de ahora son de una especie invasiva, igual que el picudo negro, tan letal para las pitas como su primo rojo para las palmeras.

Desierto

Oteándolo desde el karst en yesos de Sorbas, donde caminamos sin rumbo fijo por barrancos y torrenteras, nos hacemos una idea de la extensión y aridez del desierto de Tabernas. Suficiente. Si aún supiéramos montar a caballo, manejar un colt 45 o mascar tabaco como el Clint Eastwood de los spaghetti western... Además, en vez de tragar polvo, tenemos la fortuna de toparnos con el nacedero del Río Aguas, denominación no del todo redundante si se piensa en el Río Piedras del otro extremo del litoral andaluz. Margas, cuevas, dolinas, avisperos en roca, regatas, cañaverales, pitas sanas, culantrillos de pozo, flores, pajarillos, tortugas...Un auténtico oasis. Fascinante paraje al que se accede por la aldea sostenible de Los Molinos del Río Aguas, recuperada por una pequeña comunidad multinacional de amantes de la naturaleza.

Esparto

La hermosura de la planta no le sirve de nada a la hora de competir con las fibras artificiales. Hay esparto casi en cualquier lugar de Cabo de Gata, pero nadie lo trabaja ya, si se exceptúa algún paisano decidido a preservar artesanías tradicionales. Simboliza la existencia precaria. Labranzas duras y cosechas magras. Casas pequeñas, incómodas, atestadas e insalubres. Hambre y vergüenza de padecerlo. Alpargatas todos los días del año...¿Quién quiere echar la vista atrás? Ahora el traje de flamenca se complementa a menudo con calzado de esparto. Que toquen a rebato / las campanas del olvido”, como canta por soleares Alba Guerrero en su primera entrega discográfica, titulada precisamente Seda y Esparto.

Fortalezas

Desde Villaricos hasta el mismo Cabo de Gata, allá donde vamos hay edificaciones militares de vigía y defensa del litoral. Castillos, fuertes, torres, baterías y hasta cortijos fortificados, por lo general rehabilitados con criterio. Las más antiguas son de origen nazarí y las más recientes del siglo XVIII, entre ellas las torres de pezuña o planta de herradura de Villaricos, Macenas (Mojácar) y Mesa de Roldán (Carboneras). En la costa de Níjar hay una ruta senderista que recorre las fortificaciones que defendían Los Escullos, La Isleta del Moro, Rodalquilar y Las Negras de las incursiones piratas y ataques bereberes. Nosotros pretendemos realizarla en parte, pero cuando falta un trecho para la Torre de los Lobos, damos la vuelta hacia Las Negras por culpa del viento y el agua. ¡La primera lluvia del invierno! ¡En Almería!

Greenpeace

La mole de cemento nos provoca un respingo. El rechazo al engendro conocido en imágenes se multiplica al encontrarlo de sopetón en la carretera de Mojácar a Carboneras. Y tras dejarlo a la espalda recordamos las sonadas acciones de Greenpeace reclamando su demolición. Once años después de que se paralizaran las obras del hotel El Algorrobico, su destino pende aún del hilo que enhebra el Tribunal Supremo en las fechas que recorremos Cabo de Gata. Disparate urbanístico, hito de la lucha ecologista, pasteleo esquizofrénico de las instituciones, embrollo jurídico...La historia de El Algarrobico propicia varias lecturas, pero la única edificante la protagonizaron el puñado de defensores de la legalidad y el sentido común. (El fallo, que se hizo esperar hasta el 18 de febrero, dio la razón a quienes no cejaron en denunciar algo que, como recalcó Greenpeace en el momento de la victoria, todo el mundo supo siempre: el hotel ocupa terrenos no urbanizables).

Hortichuelas

De camino a Las Negras, ya cerca de la costa cruzamos Las Hortichuelas, minúscula pedanía de Níjar dividida en Hortichuelas Altas y Hortichuelas Bajas. El término “hortichuela” no figura en el diccionario de la RAE, pero cuesta poco reparar en la doble carga significativa que le confiere el sufijo. Se trataría de una huerta no sólo pequeña, sino poco productiva: sembrados para consumo propio, resistentes planteles de temporada, terrenos regados con mucho sudor y alguna lágrima. Cultivos en las antípodas de los kilométricos invernaderos que se extienden no lejos de Las Hortichuelas en el mismo Níjar, uno de los municipios más extensos de España.

Indalo

No sé en qué traslado lo perdí, pero durante años conservé un tentetieso comprado en Mojácar en 1977. Me gustaba observar aquel Indalo plateado junto a los libros y de vez en cuando hacerlo oscilar. Aquellos cachivaches eran conocidos entonces con el nombre genérico de “móvil”, hoy en proceso acelerado de arrumbar “teléfono”. Un trasiego semántico similar al de “chatear”, verbo que casi ya nadie emplea en el sentido con que aparece en Campos de Níjar. Recién llegado Goytisolo a Almería ciudad, entra en un bar y dos parroquianos que andan bebidos, “negros, cenceños, con sus chalecos oscuros, sombreros de ala vuelta hacia arriba y camisas abotonadas hasta el cuello”, le invitan a chatear. Ahora esos mendas, “pajarracos montaraces” que hablan “mascujando las palabras”, estarían chateando cada uno con su móvil, o más propiamente, tuiteando disparates.

Jarapas

Conforme pasan los días recupero recuerdos fragmentados. Yendo de Sorbas a Lucainena de las Torres, la parada en Níjar me trae a la memoria una jarapa que adquirimos allí en 1977. Artesanía rugosa, barata, utilitaria... Lo mismo que la cerámica, otro emblema de la localidad. En ambos casos, materiales toscos, diseños elementales y tintes naturales de colores vivísimos de origen mineral y vegetal. Ahora hay varias tiendas en la calle principal con artículos que siguen la tradición, pero casi todos están fabricados en serie y parecen haber perdido el tirón de antaño, aunque sin duda deben tener salida durante la época estival, cuando llegan en tropel turistas y veraneantes. Nosotros pagamos un precio razonable por una pequeña fuente con flores de dibujo clásico, un resto de serie algo deteriorado, y por un bol abombado. “Lo debieron cocer un sábado por la mañana tras un noche de marcha”, dice riendo la mujer rubia que nos atiende.

Kontiki

Está considerado uno de los mejores chiringuitos de la playa de Mojácar. Pese a su envidiable situación (frente al parador), lo sugestivo de su nombre y la fama de contar con eficaz servicio y cocina más que correcta, jamás hubiera reparado en él de no haber conocido por la prensa, poco antes de nuestro viaje, el fallecimiento de su dueño a los 87 años. Douglas Gordon Goody fue uno de los 15 asaltantes que lograron el fabuloso botín de 2,6 millones de libras esterlinas en el robo del tren correo Glasgow-Londres en 1963. Cerebro del golpe, fue detenido, estuvo preso 12 años, abandonó el Reino Unido, se radicó en Mojácar y montó el Kontiki, buen negocio para alguien con su don de gentes. Douglas Gordon, un hombretón de casi dos metros de altura, nacido en Oxford y peluquero en su juventud, pasó el resto de su existencia bebiendo paints frente al Mediterráneo, fumando porrros y charlando con amigos y clientes sin jactancias sobre su pasado (ni de su dinero). A despecho de su aire hippie, un caballero inglés muy apreciado en Mojácar, según los obituarios.

Lucainena

Barberías, niños y moscas: así compendia Goytisolo el Sur en Campos de Níjar. No vemos nada de eso, pero estamos en invierno, los críos tienen escuela, viajamos con el IMSERSO y por el largo paseo marítimo de Mojácar sólo caminan jubilados. Muchos barberos dejaron el oficio en la década de 1970 y cabe que uno de ellos fuera el que, mientras lo afeitaba en su “mísero” establecimiento de Níjar, aconsejó al escritor no ir a Lucainena. Nosotros, pese a que también nos advierten de su escaso interés, acabamos yendo. Casas encaladas. Calles a rebosar de flores. Una buen emplazamiento a más de 500 metros de altitud en las estribaciones de la sierra Alhamilla. Y punto. No hay más por mucho que una asociación semifantasma lo catalogue entre “los pueblos más bonitos de España”. Ni siquiera vemos las torres de las que alardea el nombre oficial. En cualquier caso, el viaje no resulta en balde. Bajando en coche hacia la costa, la enorme superficie plateada que aparece a lo lejos, ya en Níjar, revela la cara más pujante de la Almería de ahora. Pero en casi todo lo moderno anidan penurias del pasado. La repentina riqueza generada por los invernaderos tiene en la explotación de inmigrantes un lado oscuro que remite al peor Sur, el de barberías, niños y moscas.

Macenas

Una extensa playa de guijarros. Una torre (castillo, según quien) del siglo XVIII y otra del siglo XIII o XIV. Una urbanización no desprovista de encanto. Dos hirientes esqueletos horizontales de cientos de apartamentos a medio construir. Un campo de golf en estado de abandono. Un chiringuito cuyo dueño exhibe en el techo decenas de jaulas con perdices para la caza con reclamo, arraigada en Almería. Un camping de autocaravanas y espacios aledaños libremente utilizados por quienes viajan (y viven) en esa clase de vehículos, numerosos en la franja costera. Un par de observatorios de aves en sendos promontorios... La caminata por la zona de Macenas, ya al final de Mojácar en dirección Carboneras, proporciona pistas para aventurar historias. Cuesta poco imaginar a los vigías nazaríes escrutando la línea del horizonte desde la torre del Pirulico. Y algo más, pero tampoco mucho, comprender qué mueve al trío de jugadores que vemos al atardecer en el campo de golf entre marrón y rojo, reseco, polvoriento, sin banderines y quizás sin hoyos. Deben pertenecer a la secta de empecinados que seguían hasta el final los partidos de fútbol y/o las películas porno de las primeras emisiones codificadas del ya desaparecido Canal Plus.

Negras (Las)

La pintada preludia el dislate posterior. “Tengo algas en el xoxete” informa, lamenta o denuncia en un muro al comienzo de la ruta. Entre ida y vuelta a Torre de Lobos prevemos caminar cinco horas, pero después de poco más de tres estamos otra vez en Las Negras. La tormenta primero y el calabobos después nos han empapado. Nos secamos, comemos los bocatas en el coche y vamos en búsqueda de un café. Llueve aún, las calles están vacías y no damos con nada abierto. A punto de desistir avistamos un bar minúsculo y de fachada violeta cuyo nombre nos hace reir: El Caloret. La camarera, una chica simpática y detallista (enseguida cambia el trance o dance que está escuchando por el swing de Count Basie), explica que la coña es cosa de la dueña, valenciana. Como tiene sobre el mostrador una novela negra, con el segundo café le hablamos de la versión de Adios muñeca que protagonizan Robert Mitchum y Charlotte Rampling (emitida por Paramount Channel la noche anterior) y ella nos descubre un disco del actor que en cuestión de segundos localiza en Spotify. Mitchum canta calipsos como Rita Barberá habla valenciano, pero eso no es lo peor, sino la pesadilla que me provoca a mitad de la noche: ¡la senadora y ex-alcadesa, pantalones ajustados y blusón con amplio escote, cimbreándose en la playa de Las Negras como Ava Gadner en La noche de la iguana con Rajoy y Camps de lascivos maraqueros con el torso desnudo! Espeluznante.

Ñ

No voy a buscar en el diccionario una palabra que comience con ñ y pueda relacionar con Cabo de Gata. De ninguna manera. Menuda ñoñería. Pero, por decirlo todo, recuerdo haber visto un tipo de mediana edad, más ancho que largo, en Los Genoveses con una camisenta blanca, que le quedaba corta, con la Ñ, mayúscula y rojigualda, xerigrafiada en la espalda. Desde cerca de esa playa, situada a un par de kilómetros de San José, hasta la de Monsul, completamos un entretenido y no siempre fácil paseo a orillas o cerca del mar. De ida, bunkers de las guerra civil, correlimos, calas, dunas, islotes... y a la vuelta, ya por el interior, bocas de riego abandondas, campos de pitas, molinos...

Oasis

La salida del sol acredita una pizca el pretencioso nombre de nuestro hotel. Inicialmente debíamos alojanos en el Best Indalo, ocho kilómetros al sur en la otra punta de la playa, pero tras un cambio sin explicaciones del IMSERSO lo hacemos en el Best Oasis Tropical. La habitación que nos toca en suerte no da al mar, pero la cambiamos pagando un módico suplemento diario. Visto desde fuera, el Best Indalo, primer hotel construido en la playa de Mojácar, allá por 1980 y ahora cerrado por reformas, parece contar con todas las habitaciones de cara al Mediterráneo, o sea, que nos hubiéramos ahorrado unos eurillos. En fin, detalles, pejiguerías, minucias. El hotel está bien, incluso muy bien considerando los precios que rigen en el llamado turismo social. Y cada amanecer saltamos de la cama para contemplar arrobados el cañón de luces sobre el doble azul del cielo y el mar con la piscina y las coronas de las palmeras del hotel en primer plano. ¿Best Oasis Tropical? Pues vale...

Pitas

El único verdadero oasis por el que nos movemos es el ya referido del Río Aguas. Una felicísima sorpresa. Un refrescante subidón. La ignorancia es lo que tiene: descubres mediterráneos en cada esquina. Me resultaba inimaginable topar con semejante esplendor natural en el paraje semidesértico de los karts de Sorbas. La asociación Pita-Escuela promueve allí la utilización de la madera de ese ágave en artesanías e instrumentos musicales, organiza talleres de educación medioambiental, cohesiona la vida comunitaria en la aldea ecológica de Los Molinos y, por si toda esa actividad fuera poco, ahora deberá redundar la defensa de su planta icono ante los planes para erradicarla de zonas próximas a la capital. Las pitas fueron introducidas en la provincia sólo a mediados del siglo pasado, pero ya constituyen un referente paisajístico y cultural, como sostiene la plataforma “Salvemos las pitas de Almería”, creada para oponerse al programa que prevé eliminarlas de zonas en las que en teoría amenazan la pervivencia del arto, especie espinosa autóctona también conocida como cambronera. Las pitas no son olivos milenarios, pero de ahí a erradicarlas...

Quebradas

La cabra, ya se sabe, tira al monte. Las alturas nos excitan hasta el punto de volver a experimentar cierto gusto por la aventura. No solo triscamos por trochas inciertas, sino que a la menor oportunidad elegimos otras aún más improbables. En cada recorrido serrano debemos desandar caminos y salvar quebradas en los que tan complicado resulta volver como seguir. No quiero exagerar, no corremos verdadero peligro, pero sí afrontamos situaciones imprevistas que reclaman dosis variables de concentración, arrojo y equilibrio. Son momentos emocionantes, pero, ya más cerca de los 70 que de los 60 años, multiplican el riesgo de tropiezos, caídas, retorcijones, por no pensar en cosas peores. Cualquier despiste puede representar una condena, parcial o definitiva, a la vida sendentaria. Divisar desde arriba la torre del Pirulico, la poza de Los Molinos del Río Aguas, el Hoyo de Júpiter, la cala del Bergantín o la playa de Mónsul proporciona especial satisfacción, pero las rodillas solo articulan imprecaciones cuando toca bajar por según qué sitios.

Rodalquilar

Alumbre, plomo, oro...La minería en Rodalquilar fue durante siglos una actividad económica tan fundamental como discontinúa. Pareció abandonarse en 1966, pero aún hubo en 1989 un efímero intento de recuperarla. El complejo que recorremos con tiento para no caer o cortarnos constituye un cinematográfico ejemplo de arqueología industrial, no en vano el antiguo INI buscaba en Rodalquilar oro, y no del que cagó el moro (valga la expresión), sino con los quilates del que los aviesos comunistas supuestamente regalaron a Moscú. El emplazamiento en una ladera rojiza con el Mediterráneo al fondo es soberbio, formidables las rocas y galerías veteadas de mineral, reveladores del proceso productivo la maquinas e instalaciones oxidadas, contundente la fábrica en ruinas. Y sobre ese escenario, utilizado en varias películas, se deja sentir el eco de un durísimo trabajo inspirador de tarantas y otros cantes mineros. Fiebre del oro y ansia de justicia social. Técnicas avanzadas de extracción y muertes por silicosis. Inversión extranjera y sudor nacional... La economía almeriense está tradicionalmente ligada a fuertes expansiones y radicales contracciones. Desde la época que idealiza el dicho “cuando Almería era Almeria, Granada era su alquería” a cada época de esplendor le ha seguido una profunda recesión. Tras la del derrumbe del sector de la minería en el primer tercio del siglo XX hubo largas décadas de penuria antes de la consolidación del doble sistema productivo de invernaderos y turismo. ¿Hasta cuándo?

Siret

En la cincuentena de kilómetros que separan el Playazo de Rodalquilar de la recóndita cala del Peñón Cortao, situada unos kilómetros más allá de Villaricos, casi en la muga con Murcia, abundan los cambios de paisaje, pero en todos quedan vestigios de descargadores y embarcaderos de mineral. Detrás del Peñón Cortao se extiende la Sierra Almagrera, donde había explotaciones ya en la prehistoria, como documentó Luís Siret. Ingeniero de minas nacido en Bélgica en 1860, su trayectoria técnica y empresarial estuvo localizada en esa minúscula sierra, a donde llegó recién licenciado, y la de apasionado arqueólogo, que le deparó prestigio y fama, en diferentes puntos de Almería y Murcia. Nosotros renunciamos finalmente a visitar las minas que convirtieron Cuevas de Almanzora en la localidad más próspera de la provincia a principios del siglo pasado. El tiempo no da para más. La Sierra Almagrera queda para otro viaje, así como la visita a Las Herrerías, pedanía de Cuevas cercana a la costa donde murió en 1934 el arqueólogo parecido al viejo Buffalo Bill que dió a conocer las culturas de la Edad del Bronce de Los Millares y argárica. Según sus propios cáculos, llegó a desenterrar 5.000 tumbas, siempre en compañía de Pedro Flores, capataz almeriense predestinado a ello por nombre y apellido. Nomen omen, que decían los romanos...

Toponimia

Volví a Almería en el otoño de 1980 para cubrir un partido de Osasuna, entonces recién ascendido a la Primera División de fútbol. El encuentro terminó en empate (1-1) y yo comencé la crónica explicando el origen del nombre del club, la ciudad y la provincia en la palabra árabe que significa “mirador”. No sé qué carajo pretendía con el apunte, seguramente sólo fardar, pero revela un precoz interés por la toponimia almeriense. Ahora cada paseo a pie o recorrido en coche lo acentúa. Muchos lugares remiten a un patronímico o una descripción, en ocasiones ambivalente: Los Gallardos, Los Frailes, Los Escullos, Los Lobos, Los Carreros, Los Martínez, Los Benitos, Los Malenos, Los Albacetes, Los Guiraos, Los Pocos Bollos, Las Negras, Las Águilas, Las Brechas, Las Cunas, Las Cupillas...Otros invitan a fantasear si aparecen en determinadas secuencias: luego de la rambla Tabernas, la Bombón y tras ésta, la de Los Feos...o primero el río Alias, luego el Aguas y después el Antas. En bastantes late la raíz musulmana, pero otros tantos evidencian la huella de la reconquista, o de la época morisca, como La Isleta del Moro Arráez, por más que en mapas y señales desaparezca el apellido. Hay también pueblos, por lo general bisílabos, de reseñable sonoridad: Turre, Lubrín, Sorbas, Bédar...En torno al Parque Natural de Gata y Níjar hasta la toponimia tiene gancho.

Urbanización

Si se compara con el resto del Mediterráneo español, el Levante almeriense conserva cierto equilibrio entre costa e interior, arquitecturas modernas y tradicionales, localidades grandes y pequeñas, urbanizaciones y pedanías, campos de golf y rutas senderistas, núcleos turísticos y agrícolas, abiertas playas de arena y calas pedregosas de difícil acceso, puertos deportivos y pesqueros... Ni todo es una maravilla, ni hay algarrobicos cada pocos kilómetros. La industria turística parece haber aprendido de las equivocaciones cometidas en otras zonas. Ciertas activides industriales en Carboneras, la expansión de los invernadores en Níjar y la incesante construcción de chalets pareados y cortijos en el prelitoral suponen una creciente amenaza.

Villaricos

El gentío deambula por el mercado dominical de Villaricos con tranquila desenvoltura a pesar del viento racheado. Entre los compradores abundan parejas de jubilados extranjeros e inmigrantes del Magreb, Latinoamerica, el este de Europa... Los puestos más concurridos son los de frutas y verduras, pero también hay de aceitunas, encurtidos, ropa, zapatos, útiles de cocina, juguetes, artesanías, abalorios...y hasta ¡¡¡palos de golf!!! Ánchel, compañero de Menci durante décadas en un instituto de Barcelona, estaba en lo cierto: el mercadillo de Villaricos tiene encanto. Tras recorrerlo con Ignacio y él, vamos a la recóndita cala del Peñón Cortao y luego a comer en su apartamento de Playas de Vera. Remojón, coliflor al horno, pintarroja con salsa de almendras, menta y comino, fresas... un sabroso menú a base de recetas y productos locales. En la sobremesa intercambiamos historias de familia y destripamos, con dosis controladas de furia, desdén y coña, la actualidad. Ánchel, reputado historiador y sobresaliente poeta en lengua aragonesa, lleva más de medio siglo militando en el PCE, partido que Adolfo Suárez legalizó el sábado de la Semana Santa que pasamos en Aguamarga. Aquel día su padre debió comenzar a pensar en pedir el carnet del partido de La Pasionaria y Carrillo. Nada especialmente notable de no tratarse de...un guardia civil jubilado.

Washingtonias

No todas las palmeras son washingtonias, pero sí las que decoran el paseo marítimo de Mojácar y los jardincillos de los hoteles como el nuestro. Washingtonia, qué nombre... No me entra. Cada vez que lo leo o escucho mi inconsciente lo masculiniza y, tras el consabido acento agudo, lo convierte en la capital del mundo o, si se prefiere, el escenario de las hazañas del bellaco Frank Underwood, presidente estadounidense de ficción con pinta de antihéroe del viejo cinema verité. Para mas inri, la confusión se acentúa en nuestra semana almeriense porque la prensa, además de dar carrete a Trumps, Rubios, Cruces, Clintons y Sanders, otorga el relieve que merece al 50 aniversario de las bombas de Palomares. En esa pedanía costera de Cuevas de Almanzora y en Villaricos queda todavía medio kilo de plutonio. Poco antes de la efeméride, se alcanzó un acuerdo para trasladar a Nevada los 50.000 metros cúbicos de tierra contaminada, pero Washington rechaza firmarlo mientras en Madrid haya un gobierno en funciones. (En 1966 los hermanos André y Tito del Amo, jóvenes estadounidenses de origen español, sortearon todo tipo de dificultades para informar sobre las bombas en medios internacionales y poco tiempo después el segundo montó en Mojácar el chiringuito que todavía regenta. Tito´s, Kontiki...¿para acceder a una licencia en la playa había que acreditar una vida arrojada?).

Xerojardinería

El palabro se las trae, pero no aparece en este abecedario cogido por los pelos. La Diputación de Almería hasta organiza cursos de xerojardinería para formar técnicos y empleados de instituciones públicas y empresas privadas que trabajan en parques y jardines. El concepto, nacido en Estados Unidos hacia 1980, remite a la utilización inteligente de los recursos hídricos en zonas donde la lluvia escasea, irrumpe de forma torrencial o presenta una extrema estacionalidad. Si no existiera, la xerojardinería habría acabado surgiendo en Almería, donde las 3.000 especies vegetales autóctonas representan una prueba fehaciente de su arraigo en las leyes no escritas de la naturaleza. Claro que tampoco es que hubiera sido necesario reeinventar la sopa de ajo. Los jardines en seco (que eso signfica xero en griego) tienen larga tradición en la provincia y, por lo que pudimos apreciar, también son del gusto de los residentes extranjeros, notablemente de los ingleses, incapaces de plantarse en un lugar donde no quepan un jardín o unos cuantos tiestos.

Yugo

En algunas referencias viene acompañada del artículo determinado, pero la cabecera lo obviaba, casi seguro con intención de ganar contundencia en la amenaza: Yugo. ¿Alguien imagina nombre más idóneo tratándose del diario que comenzó a publicarse en Almería el día siguiente del fin de la guerra civil? Desde entonces hasta que Goytosolo compró un ejemplar para leerlo, junto con el ABC, en el autobús que le llevaba a Murcia de vuelta a Barcelona, habían pasado dos décadas. Tiempo de silencio, de abrumador silencio, pero suficiente para que el “universo razonable de los periódicos” no sólo sirviera para serenar y adormecer al escritor, sino también para hacerle recordar que “la angustia es mal pasajero, que hay un orden secreto que rige las cosas y que el mundo pertenece y pertenecerá siempre a los optimistas”. No sé si hoy suscribiría tan reconfortantes asertos, pero él no era entonces el único pasajero esperanzado, a tenor del brevísimo diálogo que cierra Campos de Níjar. El vecino de asiento, que hojea su Yugo (convertido dos años después en el actual La Voz de Almería), le espeta ya cerca de Totana: “¿ha visto usté?” “No”, responde Goytisolo. Y el otro le participa la buena nueva: “este año habrá más aceitunas.” Estamos en 1959 y el pasajero andaluz ya ha debido oir hablar del Plan de Estabilización elaborado por los tecnócratas del Opus. El yugo con aceitunas oprime algo menos. Y las puntas de las flechas son cada vez más romas...

Zangolotinos

Cuando llegamos hay dos y al irnos un par más. En el gran salón-restaurante del Best Oasis Tropical resulta imposible no constatar el ordenado y silencioso comportamiento de varios equipos cilistas juveniles alemanes. Compuestos por una veintena larga de personas, entre corredores, técnicos, masajistas, mecánicos y directivos, representan una estimulante excentricidad entre la añosa cofradía imsersiana, mayoritaria en el hotel. Es fácil distinguirlos por sus vistosos ropajes deportivos y, en el caso de los ciclistas, por su porte entre timido y cordial. En su gran mayoría rubios, aún pálidos, zanquilargos y de extrema delgadez, parecen condenados a desempeñarse, si llegan al pelotón profesional, como rodadores y, en algún caso, sprinters. Pero para eso les resta mucho. Antes deben recorrer decenas de miles de kilómetros sobre la bici, participar en un centenar de competiciones, repetir estancias invernales como la de Almería, ganar kilos para ahormar unos cuerpos aún de traza incierta. Altos, desgarbados, con granos en la cara, voces cantarinas y tics adolescentes...Zangalotinos, sí. Zangolotinos en toda la expresión de la palabra. Incluso doblemente zangolotinos vestidos de faena, con maillots, culottes y leotardos.

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