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Barrancos y bancales de Cervera: lección peripatética

Bancales del barranco Fondo.

18 de diciembre de 2014. El día incita a caminar. Ha amanecido soleado, la atmósfera limpia, sin apenas nubes, con viento por fin declinante tras el temporal. Durante dos días ha llovido con ganas, así que deben quedar bolsas de agua en los fondos de los numerosos barrancos existentes entre el núcleo habitado de Cervera del Maestre y la muga con Sant Mateu, capital del Baix Maestrat. Decidimos comprobarlo por las pistas y senderos que llegan hasta las estribaciones orientales de la sierra de Vall d´Angel, Vall d´Ampla o San Josep, que de esas tres formas y otras castellenizadas la he visto escrita. El enredo toponímico proporciona una excusa para mirar y remirar mapas, pero hacerlo multiplica a su vez la dificultad de ubicar las partidas de este municipio del norte de Castellón, muchas abandonadas desde hace lustros. Las fuentes escritas no coinciden y, como acostumbra a suceder, los vecinos manejan variantes propias para nombrar montes, barrancos, trochas, torrenteras, pozos y masías en ruinas. Incluso en algún caso ni siquiera se ponen de acuerdo entre ellos.

El paseo nos lleva buena parte de la mañana. Puede hacerse en tres horas, pero casi tardamos cuatro, desde las diez hasta poco antes de las dos. La tranquilidad es absoluta en el descenso a la rambla entre olivos y almendros aún húmedos. Dejamos a la izquierda la vacía Basseta dels Horts, flanqueada por los coloridos cadafalcs que se utilizan en las fiestas de agosto, y luego el vertedero de materia no orgánica que tanto afea el paisaje, recio y abierto, en torno a peñas calizas, campos cultivados y el meandro del río seco. Cruzado éste, iniciamos la subida por la pista asfaltada del barranco de la Llaude en tan rotundo silencio que Dizzy, insólitamente respetuoso, se lanza sin un ladrido tras el perrillo que avistamos en una curva ya cerca de La Volta, donde por supuesto giramos, en el segundo cruce a la derecha, para avanzar hacia la zona conocida como Regué o Regués.

En la primera hora y media del recorrido sólo hemos oído algún ave levantando vuelo, el ruido lejano de una motocicleta y más tenue aún el incongruente único disparo de un cazador. Poco después, ya en una senda de tierra, vuelve a impresionarnos el doble conjunto de altos y estrechos bancales semicirculares que ascienden desde el lecho de un tupido barranco que también hace honor a su nombre: Fondo. Cada una de la media docena de veces que hemos pasado por allí nos ha maravillado tamaña muestra de la capacidad humana para domeñar una naturaleza hostil. ¡Qué técnica tan rudimentaria y a la vez tan eficaz! ¡Qué empeño colectivo para construirlos y cuidarlos! ¡Cuánto tesón frente a todo tipo de adversidades! ¡Qué lección de vida! Piedra a piedra. Terraza a terraza. Pozo a pozo. Semilla a semilla. Árbol a árbol. Cultivo a cultivo. Gota a gota de agua. Generación tras generación. Pequeña victoria tras pequeña victoria hasta la aplastante pero dignísima derrota final. El destino de las construcciones de piedra seca no es perdurar, pero poco tienen que envidiar, como prueba del espíritu de superación de la especie, a pirámides, palacios, catedrales y similares magnificiencias.

Igual que buena parte de los bancales del Maestrazgo, los de Fondo cuentan cada vez con menos árboles vivos entre un manto informe de acebuches, zarzas, coscojas, lentiscos, jaras, espinos, palmitos y aliagas, muchísimas aliagas. El matorral campa a sus anchas, pero las terrazas (¿25, 30?) conservan su imponente estructura y si ya no son de utilidad, al menos proporcionan un regalo para la vista. De hecho, desde ese punto el sendero serpentea por una sucesión de rincones a cual más espectacular, incluida la curva en la falda del monte Xirivella desde donde se disfruta de una soberbia perspectiva de la mola de Cervera con su castillo medieval. Más adelante, antes y después de tomar a la derecha el atajo al barranco casi paralelo de la Bassa Blanca, el horizonte se abre tanto que en los días claros se observa la franja de costa que se extiende desde Benicarló hasta la Punta de la Banya en el delta del Ebro, con el Montsià exhibiendo aires de monte grande.

El camino, que ya de cara al pueblo coge altura a la izquierda del nuevo barranco, depara otro descubrimiento. Por todas partes hay casetas o barracas de piedra, pero ninguna tan singular como la que aparece en un recodo umbrío. Extraña ese emplazamiento, pero sorprende más su inusual forma redonda, su considerable tamaño y su excelente estado de conservación en un terreno del todo asilvestrado, como muchos de los más alejados del término municipal, por lo general también los más agrestes. Ese triste panorama de abandono cambia conforme llegamos, ya de nuevo en pista asfaltada, a las partidas de Ardolitx y del Mas de la Viuda, en las que hay campos de olivos y almendros bien cuidados, y desde donde se divisan otros muy pulidos en la soleada ladera de enfrente. Incluso, oh milagro, nos topamos con un hombre mayor de suéter rojo que varea olivos al lado de un tractor también rojo y con un montón de años.

Después de tres horas completamos en La Volta un circuito con forma de herradura. Toca ahora desandar el camino a Cervera. El sentido de la marcha y la lentitud de la bajada por el barranco de la Llaude invitan a reparar en detalles antes pasados por alto. Sí, hay charcos junto al cañaveral. La senia en el lecho del barranco no funciona desde hace tiempo, pero el huerto aledaño parece atendido. Recogemos con más fácilidad que en otras ocasiones fósiles (caracoles, erizos y bivalvos marinos del Triásico) en los pedregosos márgenes del asfalto, sin duda removidos por recientes escorrentías. Y no queda otra, hay que reconocerlo: de frente resultan si cabe más imponentes los verticalísimos bancales que cierran la garganta antes de llegar a la rambla. Lleva un tiempo atravesar su cauce, pero no importa. El pueblo, con su mola y su castillo a considerable altura, luce pintón, y como defendido por el Morral de l` Àngel, peñón calizo que hace de primera muralla natural y está coronado por una antigua torreta de vigilancia. Esa sencilla construcción, poco mayor que una garita, remite a tiempos lejanos de la historia de Cervera del Maestre, determinada desde hace un milenio, para lo bueno y lo malo, por su peculiar emplazamiento geográfico.

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Una vez en la calle Vallada, primera en esta parte del pueblo, volvemos la vista atrás para situar los espacios recorridos, pero apenas se distingue, entre la pinada de reforestaración de Argirap y el tupido monte bajo de la zona del Mas d´en Costa, la boca del barranco de la Llaude. Más allá solo se ven montañas que ganan elevación a la par que lejanía. Entre ellas están los parajes del paseo, seguramente los mismos o similares de los que motivaron, ya a finales del siglo XVIII, la censura de Antonio José Cavanilles a los habitantes de Cervera por cultivar más tierra de la que permitían sus fuerzas. El luego director del Jardín Botánico de Madrid los críticó con el afán científico y educador del ilustrado que era, pero en sus Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia se muestra injusto con ellos. Sobre todo cuando denuncia no haber encontrado “árbol alguno en que brille ó el cuidado ó la ciencia del cultivador” tras haber reconocido que la situación de la localidad ocasiona considerables perjuicios. “Por las repetidas y largas cuestas -detalla el naturalista- se fatigan las caballerías, y se inutilizan en pocos años; los hombres y las mugeres enferman muchas veces del pecho á fuerza de baxar y mucho más de subir cargados, después de haber trabajado todo el día; están por lo común léjos de sus heredades; faltan sitios para aumentar las casas, y en todas viven con estrechez sin tener corrales indispensables al labrador. Por falta de ellos no pueden acopiar el estiércol necesario para el campo, ni criar animales domésticos, que después de aumentar la masa de estiércol, dan utilidades y recursos conocidos”.

El término era enorme y de orografía difícil. Los campos, pedregosos y poco fértiles. La población, numerosa, pobre e ignorante. ¿Qué podía esperarse de los cerverinos de entonces? No más de lo que hicieron. Multiplicar el número de bancales. Construirlos en lugares imposibles y con alturas inverosímiles. Plantar lo que podían y cómo podían. Conseguir a duras penas que fueran productivos algarrobos, olivos, almendros, viñedos y algún frutal. Recorrer a pie sin desmayo caminos imposibles. Alimentar a sus caballerías. Combatir la soledad hablando a perros que en un mes comían lo que Dizzy en una mañana. Resumiendo: sobrevivir a trancas y barrancas. Un empeño loable, escribiera Cavanilles lo que escribiera, como puede comprobarse, a modo de lección peripatética, dando un tranquilo paseo sobre el terreno. O lo terreno, como denomina la gente de Cervera al espacio geográfico y cultural que siente propio.

Rambla de Cervera, y al fondo la boca del barranco de la Llaude.

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