Selinunte, alrededor de las seis de la tarde, 21 de marzo de 2009.

VIAJES /// Tumbos

Arco de luz sobre Selinunte

“El arco iris se derrama en el mar”. El momento mágico activó la vena poética de Menci, pero no era para menos. La media circunferencia, inusitadamente perfecta, emergía de la tierra empapada, hacía resplandecer las impresionantes columnas dóricas del templo principal de Selinunte, se elevaba sobre un siniestro cielo negro y se zambullía en las aguas embravecidas del Mediterráneo unos centenares de metros más allá de una cala desierta. Quedamos hechizados. Mirábamos una y otra vez a izquierda y derecha, arriba y abajo, sin pronunciar palabra. Sólo éramos capaces de emitir algunos sonidos inarticulados, extraños hipidos, gozosas onomatopeyas. Y fue entonces, minutos antes de las seis, cuando ella dijo lo que dijo.

 

Sicilia nos había recibido cuatro horas antes con un temporal de mil demonios. Al desembarcar en el aeropuerto de Trapani pudimos comprobar que no nos había servido de nada haber postergado el viaje hasta el inicio de primavera. Llovía copiosamente, hacía frío, soplaba fuerte el viento…El clima invernal fue la primera de las no pocas sorpresas que nos deparó la isla en los siete días en que la recorrimos en coche.

 

Sólo tardamos media hora en llegar a Segesta desde el aeropuerto de Trapani, así que puede decirse que no teníamos todavía cuerpo de viaje cuando lo maravilloso irrumpió ante nosotros y nos hizo perder toda compostura. Ya prácticamente babeamos al contemplar, desde el aparcamiento del parque arqueológico, el templo que construyeron en el siglo V a. C. los élimos, pueblo que encontró refugio en Sicilia tras abandonar la Troya destruida por los griegos. Y, como dejó de llover, decidimos aprovechar el clareo para acercarnos andando a un anfiteatro que se encuentra a dos kilómetros del templo, y desde el que pudimos observar varias cumbres nevadas. El paseo de ida fue tan agradable como desapacible el de vuelta. Volvimos al coche empapados y, como no paraba de llover, tuvimos que resignarnos a enfilar hacia el mar sin visitar el fabuloso templo de Segesta, que conserva todas sus magníficas columnas pero carece de techo.

 

Luego, ya en Selinunte, paseamos por el parque con lluvia intermitente, y, zas, el arco iris alumbró aquel tenebroso atardecer del 21 de marzo de 2009 deparándonos una fugaz vivencia del prodigio de naturaleza y arte que es el Mediterráneo.            

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