VIAJES /// Retumbos

Estambul: ciudad de todos, hogar de nadie

El que Estambul esté dividida entre la cultura tradicional y la occidental, y entre una minoría inmensamente rica y los suburbios, donde viven millones de pobres, y el que permanezca constantemente abierta a una inmigración permanente, ha provocado que en los últimos ciento cincuenta años nadie sienta la ciudad como su verdadero hogar.” Este párrafo de Estambul. Ciudad y recuerdos, del premio Nobel Orhan Pamuk, constata aspectos poco favorecedores de su lugar de nacimiento pero, a despecho de esas carencias, la metrópolis turca sigue recibiendo cada día miles de visitantes. Uno de esos turistas, el ex-fotógrafo profesional Mikel Martínez de Lecea, realizó en la primavera de 2014 las imágenes que LSN reproduce junto con los textos en que ocho famosos escritores, la mayoría franceses y del siglo XIX, reflejaron el formidable impacto que les causó la llegada a una ciudad cuyos habitantes sí la sentían entonces un hogar. Y también la sintieron así, aunque con reservas, escritores turcos tan solitarios como Yahya Kemal, Reşat Ekrem, Koçu, Tanpinar y Abdülhak Şinasi Hisar e incluso, durante meses o años, celebridades occidentales como Pierre Loti, Agatha Christie y Eric Auerbach. Ahora es el hogar de nadie y la metrópolis de todos.

Imaginad, exagerad...

"Hoy el viento soplaba tan fuerte que no se veía ninguna barca en el canal. No obstante, he permitido a mis caiggis que izasen las velas puesto que tal era su deseo. Si digo esto, no es por vanagloriarme de mi temeridad (estoy convencido de que no suscitará gran aplauso por vuestra parte), sino para haceros ver la gran velocidad de nuestra marcha. Apenas la mirada tomaba un punto de referencia, cuando ya había desaparecido éste, de manera que tanta cosa nueva, vista con aquella rapidez, comunicaba al viaje un aire de cuento de hadas y a mi la impresión de un goce nuevo. Finalmente, llegamos al puerto de Constantinopla. Aquí debo dejar la pluma, pues su vista está más allá de toda descripción. Imaginad, exagerad, recurrid a los relatos de los viajeros, siempre quedaréis por debajo de la verdad".

Jan Potocki, Viaje a Turquía y a Egipto. Estancia en 1784.

La vista más hermosa del universo

Al acercarnos a la extremidad del Serrallo, el viento del norte empezó a soplar, barrió en pocos minutos la bruma esparcida por el cuadro y me hallé de repente en medio del palacio del jefe de los creyentes. Aquel mágico efecto pareció la obra del golpe de la vara de un genio: a mi frente serpenteaba el canal del Mar Negro entre dos risueñas colinas a la manera de un río soberbio; a mi derecha veía el Asia y la ciudad de Scútari; Europa se ostentaba a mi izquierda, y formaba, ahuecándose, una espaciosa bahía, llena de bajeles de alto bordo e innumerables barquichuelas. Esta bahía, encerrada entre dos colinas, permitía ver Constantinopla y Galata en perspectiva y como si estuvieran en un anfiteatro. La inmesidad de las tres ciudades que tenía ante mi, Galata, Estambul y Scútari; los cipreses, los minaretes, los mástiles de los buques que se elevaban y confundían por doquier; el mar que extendía su alfombra azul y el cielo que desplegaba sobre nuestras cabezas su también azul pabellón: he aquí lo que atónito admiraba. Nada se exagera cuando se dice que Constantinopla presenta la vista más hermosa del universo. Prefiero, no obstante la bahía de Nápoles“.

François-René de Chateaubriand, De París a Jerusalén. Estancia en 1806.

Sin comparación posible

A las cinco de la mañana me hallaba ya en pie sobre la cubierta: el capitán había mandado echar una barca al mar; bajé con é y nos dirigimos a la embocadura del Bósforo, siguiendo las murallas de Constanstinopla, bañadas por el mar. Después de media hora de navegación a través de una muchedumbre de buques anclados, llegamos al pie de las murallas del Serrallo, que son una continuación de las de la ciudad, y que a la extremidad de la colina, llamada Estambul, forman el ángulo que separa el mar de Mármara del canal de Bósforo y del Cuerno de Oro, o gran rada interior de Constantinopla. Allí es en donde Dios y el hombre, o la naturaleza y el arte, han colocado o creado de común acuerdo, la más asombrosa vista que puede contemplarse sobre la tierra. Yo arrojé un grito involuntario, y olvidé para siempre el golfo de Nápoles y todos sus encantos, porque cualquier cosa que se compare con este magnífico conjunto, es injuriar la creación”.

Alphonse de Lamartine, Viaje al Oriente. Estancia en 1833.

Cuatro nacionalidades viviendo juntas

"¡Qué extraña ciudad Constantinopla! Esplendor y miseria, lágrimas y alegría, un comportamiento más arbitrario que en ningún otro lugar, pero también mucha más libertad, cuatro nacionalidades viviendo juntas sin odiarse unas a otras, turcos, armenios, griegos y judíos."

Gerard de Nerval, Viaje a Oriente. Estancia en 1843.

 

La capital del mundo

"De Constantinopla, donde llegué ayer por la mañana, no te diré hoy más que lo mucho que me ha hecho pensar en esta idea de Fourier: que llegará a ser la capital del mundo. Se trata de una enorme humanidad."

Gustave Flaubert, carta a Louis Bouilhet. Estancia en 1850.

  

La bigamia del sultán

 "Dicen que el sultán tiene 800 esposas. Eso casi equivale a bigamia. Se nos suben los colores a la cara al ver que estas cosas se permiten en Turquía. Sin embargo, no nos preocupa tanto cuando ocurre en Salt Lake".

Mark Twain, Guía para viajeros inocentes. Estancia en 1867.

Una hora de mágico poder

"Pero he aquí que los últimos restos de la neblina se desvanecen, y el tono claro oscuro azulea, resplandece, cabrillea, brilla: ¡es agua, es cristal, es un espejo, es un estrecho, es un mar! ¡Ya son dos mares! ¡CONSTANTINOPLA!, sumergida en un océano de luz azul y verde creado en una hora de mágico poder (...)Me acordaba de mis desmañanadas descripciones y me decía con amargura: ¡Desgraciado! ¿Cuántas veces han brotado de tu pluma las palabras bello espléndido, magnífico! ¿Qué te queda ahora para este espectáculo?"

Edmundo de Amicis, Constantinopla. Estancia en 1874.

Choque Occidente-Oriente

El barrio ruidoso del Taxim en lo más alto de Pera; equipos y modas europeas chocando con las modas y equipos de Oriente; un calor extraordinario, un sol abrasador; un viento ardiente que levanta el polvo y las hojas amarillas de agosto; olor de mirtos; el clamoreo de vendedores de frutas, las calles obstruidas por cestas de uvas y montones de sandías...He aquí las imágenes que han grabado profundamente en mi memoria los primeros momentos de mi estancia en Constantinopla”.

Pierre Loti, Aziyade. Novela de corte biográfico escrita tras su estancia en 1876.

Escudo en el cielo

¡El atardecer de mi primer día en Constantinopla! ... venía yo de contemplar a cierta distancia, la santa mezquita de Eyoub, donde jamás ha puesto el pie ningún cristiano. Eyoub es un arrabal en el fondo del Cuerno de Oro, que se conserva como lo más turco y creyente de Constantinopla. Su mezquita, viene, en rango de santidad, detrás de la Meca. Las viejas del barrio, envueltas en su manto negro, escupen a los pies de todo cristiano que encuentran al atardecer en sus calles, y le desean a gritos las mayores desgracias.

La corriente del Cuerno de Oro empujaba el caique dulcemente, y el remero sólo tenía que dar débiles paletadas para seguir el viaje. Había desaparecido el sol, los minaretes de Constantinopla cortaban con su blanca línea un cielo suave, teñido de rosa y violeta. Una estrella centelleaba en ese inmenso telón de seda, como un brillante perdido. En lo alto del cielo brillaba un fragmento de luna en creciente, como la que se muestra en el escudo otomano: la media luna de los turcos.

Vicente Blasco Ibáñez, Oriente. Estancia en 1907.

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