JAZZ /// Perfiles

Actuación en directo pocos meses antes de morir.

Wayman Tisdale o la mejora permanente

Hombretones de la altura de Wayman Tisdale, 206 centímetros, no faltan en Estados Unidos, pero son pocos los que llegan a jugar en la NBA, y menos los que lo hacen durante doce temporadas. Además, nadie antes que él desarrolló una carrera musical de éxito tras dejar el baloncesto. Y a ninguno el destino le reservó la jugarreta que acabó con su muerte el 15 de mayo de 2009 a los 44 años, tras combatir durante dos un cáncer de huesos, amputación de una pierna incluida, que nunca le quebró. Quien fuera considerado la “segunda sonrisa” de la NBA, tras la de Magic Johnson, conservó hasta sus últimos días el desbordante optimismo que transmiten sus nueve discos de smooth jazz. Una música pinturera, amena, de extraordinario equilibrio entre las líneas melódicas y las bases rítmicas, compuesta con aparente facilidad e interpretada con el curioso bajo de cinco cuerdas inventado por el propio Tizzy, como le llamaban.

Las hagiografías mediáticas obvian los aspectos inquietantes de los héroes deportivos, pero en la que tiene como protagonista al ala-pivot de Indiana Pacers, Sacramento Kings y Phoenix Suns no hay indicios de trampa o cartón. Sus logros y su carisma resultan palmarios desde que destacó en la Liga Universitaria con los Sooners de Oklahoma hasta que grabó el último de sus CDs, The Fonk Record. Pero eso, con ser mucho, palidece ante el alegre cuajo con que afrontó su desventura. Tendría que haber sido también un gran actor para simular la entereza que demuestra en The Wayman Tisdale Story, documental cuyo rodaje finalizó semanas antes de que falleciera rodeado de su mujer, sus cuatro hijos y el resto de la familia Tisdale, de profundas creencias religiosas.

Nacido en Fort Worth, Texas, y crecido en Tulsa, Oklahoma, fue en la iglesia de su padre, pastor baptista, como sus dos hermanos mayores, donde comenzó a tocar el bajo de forma autodidacta cuando aún no sentía interés por el deporte. A los catorce años asumió casi a la fuerza que era bueno jugando al baloncesto y desde entonces relegó la música al compás de sus triunfos en la cancha. Pero nunca dejó de sentirse bajista en excedencia. Su mujer y novia de juventud, Regina, explica en The Wayman Tisdale Story que se enamoró de un músico, no de un baloncestista, y, por lo que se comprobó años después, él aprovechó las pausas de la exigente NBA para mejorar al bajo, siempre a su aire, siguiendo la estela de los grandes (Marcus Miller, Stanley Clarke, Jaco Pastorius, Cordell Boogie Bossom...) y empapándose de funk y rhythm and blues.

En 1995, tras haberse retirado con un promedio de 15,3 puntos y 6,1 rebotes por partido y 20 millones de dólares de ganancias, Wayman Tisdale publicó Power Forward y un año después In the Zone, dos títulos con inequívocas referencias al deporte de la canasta, que grabó en MoJazz, sello subsidiario de la Motown. La respuesta del público fue tan buena como para que Atlantic se apresurara a incluirle en su catálogo, donde en 1997 apareció Decisions  y en 2001 Face to Face,  que llegó a alcanzar el puesto número 1 en el apartado de jazz contemporáneo de Bilboard. Ese CD confirmó  la estatura musical del grandón que lucía el núnero 23, como Michael Jordan, también participante en el documental dedicado a su memoria. A partir de Face to Face, cosechó premios, grabó discos en otros sellos (Present 21 Days, Hang Time y Way Up¡), publicó un grandes éxitos, engordó decenas de kilos y recorrió Estados Unidos tocando el bajo con el mástil siempre agarrado con la derecha. Todo iba de maravilla hasta que en 2007, mientras preparaba un nuevo disco, cayó por una escalera, se rompió la pierna derecha y ese accidente permitió descubrir la enfermedad que le llevaría a la tumba. Pero no, desde luego, sin plantar al cáncer la sonriente cara que cabía esperar de Wayman Tisdale, quien tituló Rebound (recuperación) su nueva entrega discográfica.

No ocurrió así. No hubo restablecimiento, ni tan siquiera mejoría. Las pruebas médicas zancadillearon una tras otra todas sus esperanzas. La quimioterapia se reveló ineficaz, el resto de tratamientos también fallaron y pese a que asumió con pasmosa naturalidad la pérdida de una pierna en el intento de parar el cáncer, acabó muriendo en paz y...feliz. Su fuerte vivencia religiosa debió ayudarle, pero se trataba de un tipo excepcional, un superdotado para el baloncesto y la música, un elegido en la vida, la enfermedad y la muerte. “Nada va a cambiarme, -dijo meses antes de fallecer- uno tiene que afrontar las cosas como llegan, no vale cambiar dependiendo de si vienen bien o mal dadas; al revés, creo que uno mejora conforme le van pasando cosas”. Así fue en su caso, incluido el disco que grabó ya muy enfermo, The Fonk Record, con la colaboración de George Duke y George Clinton, estrellas respectivas del jazz-fusion y el funk, dos estilos que determinaron su música, muy parecida al juego que desplegó en la cancha: rápida, intuitiva, burbujeante y...efectiva.  De todo ello hay prueba en The Wayman Tisdale Story, doble estuche publicado en 2011 con un CD que compendia su trayectoria artística y el DVD que repasa su extraordinaria vida.   

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